domingo, 23 de febrero de 2014

El matrix y el teatro


El matrix y el teatro
Espe Or

El matrix egódoxa va al teatro y aplaude durante las escenas porque quiere y puede —como el hombre de negro—, que para eso es el matrix egódoxa: «¿Quién me va a decir a mí cuándo aplaudir? ¿Eh? ¡Que te caneo!».
La situación de un actor en una obra de teatro no es baladí, sobre todo si está empezando. Los nervios, la presión de hacerlo bien, el respeto que impone amar una profesión… Y las primeras veces sentimos cierta inseguridad. Todos recordamos alguna vez el primer día de trabajo, incluso el primer año. Y si uno cambia varias veces de trabajo, de espacio, de ciudad… puede darse el caso de que «el efecto del primer día» se perpetúe. Para cualquier actor cada día ha de ser el mejor día. Cada día. El contexto, mi circunstancia, influye y determina.
Cuando vomitamos un examen es similar: basta que alguien hable o juguetee con el lápiz para que nos desconcentre.
Además hay algo en el arte —y el teatro lo es— difícil de explicar y que es mejor sentir: entre autor-obra-público hay una relación sensible, una conexión sensitiva y emocional, un lazo que atrapa y une, un vínculo por descubrir. Pero es tan sensible que necesita concentración para ser captada. Y cuando se produce, cuando el lazo te envuelve y te rodea, ya no quiere uno desprenderse de ese sentimiento.
Se necesita cierto grado de empatía.
Al teatro, como al cine, no se va a aplaudir cuando a uno le apetece porque haya oído un chascarrillo o porque se haya emocionado con el monólogo de Medea. El aplauso, como las notas finales, si es merecido se hace al final.
Pero claro, cómo explicarle al matrix egódoxa que «aunque a ti te guste o sea más cómodo para ti comer enseñándonos el galillo entremezclado con la ensalada y los macarrones en un pulso entre convertirse en rojo o verde o marrón al caminar hacia la entropía, los demás, tus siervos, no tenemos por qué regurgitar tras sentir la angustia que nos provocas».

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