Solo puede quedar uno o ¿Quién es peor?
Eva Tacazo
El
tipo caminaba cansado, con una mochila resbalada en su espalda y con la dejadez
de un joven de 33, harto de ver el mundo en blanco y negro, que cruza con
ansias la semana de duro tajo, sábado por la mañana incluido, para agarrar
cuanto antes el sofá y esperar de su madre un plato de comida para chuparse los
dedos.
Venía
en mi dirección y a la altura de mi triste figura sacó las llaves de su casa y
gritó:
—¡Eh,
capullo!
Me
giré y vi cómo se dirigía a un traje con corbata, gafas, poco pelo, que salía
de la puerta a la que el operario se dirigía. Aquel no le contestaba así que
volvió a la carga:
—¡Eh,
capullo!
Al
principio me sonó a aquello de «¡Eh, capullo!, ja, ja, ja, ¿cómo estás?, ¡cuánto
tiempo sin verte!». Pero había algo muy chiquitito en su tono, apenas se
percibía, y que sonaba más bien a «¡Eh, capullo!, ¡te voy a reventar!». Seguí
mirando y añadió:
—¡Hijoputa!
¡Deja de insultar a mi madre cuando te la cruces o te mato, cabrón!
El
traje seguía caminando de espaldas. No se giraba. Pero caminaba con titubeo,
con ademán de detenerse, hacía algo raro, pero no se detenía.
Yo
estaba a punto de volver a mi viaje espacial hacia la copistería para imprimir
el pase al B1, cuando el traje con corbata se giró a lo Burt Lancaster, alzó el
brazo a lo Samuel L. Jackson y empuñó su móvil contra el otro, con la cámara
activa, mientras gritaba:
—¡Repítelo!
¡Vamos!
Se
acercó a su enemigo cada vez más. Se había transformado en un superhéroe.
¡Móvilman!
—¡Repítelo
y te denuncio! ¡Vamos, que ya está viéndolo la policía!
El
otro se quedó callado, mirando fijamente la pantalla y siendo consciente de que
si no contenía su bravura acabaría entre rejas, y tardaría mucho en volver a
probar la paella de su madre.
—¡Venga,
repítelo si tienes huevos! ¡La policía te va a ver!
El currela
examinaba a lo Clint Eastwood, con los ojos entornados y maldiciendo por
dentro; pero no tenía la serenidad del vaquero. Tampoco llevaba rifle. Y en ese
momento el traje amplió:
—¡Repítelo!
¡Repítelo, cobarde de mierda!
¿«cobarde
de mierda»? —el agredido muta en agresor—. Fue entonces cuando todo se me cayó
abajo, cuando dejé de empatizar con el traje, y con su corbata, y con su
calva... Fue entonces cuando desprecié a móvilman, al hombre que antes había inmovilizado
a su enemigo, a su acosador.
Ahora
que se sentía fuerte por empuñar un móvil, el arma definitiva contra el
malhechor, ahora era cuando se percibía al verdadero Traje. Antes era la
víctima. Ahora el verdugo. Le provocaba, buscaba alterarle para que cometiera
un error y toda la furia policial y judicial cayera sobre su vecino.
Me
giré totalmente desalmado. Una vez más, el mundo superaba la ficción.