jueves, 4 de diciembre de 2014

El fútbol no se toca VII


El fútbol no se toca VII
Eva Tacazo y Díptero impertinente

—¡Malos días por la mañana, Alfonsín!
—Chico, ¡qué triste, taciturno y compungido vienes hoy!
—¿Te has comío el diccionario?
—No. Es un título de la prensa que acabo de leer sobre el hijo de la Pantoja.
—Mala cara traes, Luis ¿Qué te ha pasao?
—Que qué me ha pasao, Mari Luz…, ¡que me cago en to! Échame un cortaíto fuerte y un croasán y os cuento, que me quedan 4 minutos, no me da tiempo ni para un carajillo.
—Te lo pongo ya.
—Ya decía yo que era raro que tardaras.
—Escucha. Salgo de casa. Pum. Ascensor. Pam. Planta baja. Pim. Garaje, coche, arranco tan tranquilo… Y no sube la plataforma de los huevos.
—¿La plataforma? ¡Mira que te lo dije, Luis! Es una chorrada…
—¿Qué plataforma, Luis?
—Es un ascensor de coches. Que ha cascao… Yo creo que será el hidráulico, el pistón… He intentao mirar ahí qué pasaba..., tal, esto, lo otro… Y nada. Taxi y pastón. Y encima tarde. Así empiezo la mañana: cabreao.
—Tanto pijerío, y después ¿qué? Donde esté una rampa con su puertecita de toda la vida…
—Si fue por el espacio. El constructor decía que no había espacio…
—Pues yo ni rampa, ni ascensor, ni garaje… ¡Que os quejáis de vicio! Ala, aquí tienes, Luis, cortaíto y croasán.
—Gracias.
—Y ¿te enteraste de lo del fútbol, lo de Atleti?
—Algo he oído en la radio del taxi.
—¡Unos sinvergüenzas y unos zumbaos!
—Déjalos que se maten. ¡Acaso no saben dónde iban!
—Tampoco es eso, hombre.
—¡Que los tíos habían quedao antes de los hechos! Opina tú, si no.
—Eso han dicho, pero dejarlos…, no sé yo… Habría que…
—Sí, hombre. Yo les construía a todos estos un Ostiódromo. Y que se maten allí… ¿200? Pos 200 animales menos. Y luego que sus familias vayan allí a por ellos y los entierren si quieren.
—Como en las batallas de la Edad Media: a reconocer cadáveres y a recoger baratijas y relojes. ¡Qué triste!
—Así aprenderíamos. ¿Qué no, Luz?
—Luisín, Luisín. Eso es muy bestia… Ahora que sale el Wert hace ná en la tele y dice que los clubes deben tomar medidas. Y digo yo: ¿los clubes de qué?, ¿qué medidas? ¿No dejarles entrar al campo? Eso es un parche que dura un santiamén. La van a montar igual en bares, pubs, en la calle… Lo que hay que poner son medidas educativas, ¿no? Digo yo, vamos, que soy un poco inútil y no tengo estudios pero… pan para hoy, hambre para mañana.
—¿Educar? ¡Eso es para mañana, mujer! Eso ni gusta ni convence al pueblo, que pronto tenemos que votar. Estos no hacen nada para mañana. Perderían las elecciones.
—Ná, echar la culpa a otros, lo de siempre, eso sí lo hacen bien y pronto: ¡la tuya es más pequeña!, ¡tú no sabes ná! Así están tol día estos inútiles.
—Y no van a la causa de todo, al origen...
—Y ¿cuál es?
—Mira, yo soy ramplona y yerma, pero me atrevería a decir que hay una ensalada de varias cosas.
—Como tú eres cocinera…
—¡Calla y déjala seguir!
—La ensalada llevaría inseguros que tienen que estar en grupos para no sentir el vacío de la soledad; tontazos de nacimiento, que no hay quien los cure; musculitos acomplejados que llevan años machacándose y quieren probar si ha valío la pena; ultras de esos que antes llamaban nazis y se dedican a eso, como un pasatiempo; delincuentes sinvergüenzas... Y ¿qué tienen todos de igual? Necesitan estar con otros, porque juntos se sienten como arropaos, calentitos, y esos otros son iguales. Se sienten como si fueran uno solo, y se pasan horas hablando de sus cosas, de lo que hacen juntos, se acuerdan de esto y de aquello, y se creen suertudos por ser así, por tener cosas en común. Y luego se ríen de los demás que no son como ellos… Ah, y lo siguiente es quejarse de los otros porque no son iguales, reírse de las cosas de los otros, digo, como si les molestasen, a veces insultarles; y de ahí a darse guantazos poco queda… Van estropeándose, como todo lo que se come.
—¡Me cago en tó que me he embobao oyéndote y llego tarde! Nos vemos. Luz, ahí te dejo esto, cóbratelo y pal bote. Alfonsín se paga lo suyo.
—Oye, Luis, y ¿el cumpleaños de esta tarde?
—Sí, sí. Pasa a por mí y recogemos a tos los chavales, como habíamos quedao…
—¡Enga!

Muchos papeles, acuerdos cerrados, visitas comerciales y llamadas perdidas y saliva, mucha saliva gastada después…

—Bueno, chiquilla, aquí te traigo a toa’esta tropa.
Un autobús de niños galopa y se agolpa fiero y sanguinario hacia la zona de juegos: bolas de colores, toboganes de colores, camas elásticas de colores y gomaespuma de colores en las paredes y en las botellas de agua. En otra, zona de videoconsolas. Más allá, tocadores rosa, sillitas reales rosas, vestiditos monísimos en diferentes tonalidades de rosa, bolsitos divinos y demás accesorios pensados exclusivamente para gustar.
—Muy bien. ¿El nombre del grupo?
—¿Eh?
—Ummm. Dígame su nombre.
—Ah, no… Llamó mi mujer. Mire a ver por ahí si pone Josefina.
—Aquí está. Pues nada, pasen los adultos a la cafetería y ya está. Se los devolvemos dentro de una horita para la merienda.
—Ah, nosotros subimos, ¿verdad?
—Claro. Nosotros nos ocupamos de todo.
—Sí. A mí me lo dijo Lola. Se encargan de todo, Luis. Vámonos pa’rriba.

Plato de mejillones en lata y 6 cervezas más tarde…

—Míralos… ¿Tú te acuerdas de nuestros cumpleaños?
—¡Hombre! Muy diferentes.
—Sándwiches de jamón, nocilla, olivas, queso, patatitas de bolsa…
—Tarta de tu madre, de almendra de la buena, casera, cogida del campo, ¡que mordías y te metías unos tropezones de almendra…!
—Y el bizcocho con sus hormiguitas de chocolate… Ummmm.
—Y al soplar las velas todos reunidos, con la emoción de ver cómo se apagan, o si había que ayudar a soplar. Todos queríamos que ese fuera nuestro cumple.
—A veces mi madre hacía también unos creps caseros con chocolate Valor a la taza. ¡Buah!
—¡Ya ves!
—¡Y el reparto de juguetes!
—Todos eran especiales. Supongo que no era tan normal tener regalos cada día.
—Nos hacía mucha ilusión.
—Y lo mejor era el después: a jugar al fútbol, estriar los equipos con la emoción de quién irá contigo y poder elegir al mejor.
—3 horas de partido.
—Hasta que se nos cayera el alma.
—Y ¿te acuerdas de cuando jugábamos a pillar en el salón pero con las luces apagadas?
—Sin que nos vieran los padres…
—Claro. ¡Vaya guantazos que nos dábamos unos con otros!
—Acuérdate de El mellao, que le pusimos el mote porque se partió los piños de delante jugando.
—Ya no me acordaba. ¡Vaya piezas! Lo que me reí ese día.
—Bueno, a él no le hizo tanta gracia. Desde entonces las pipas las tenía que comprar peladas…
—¡Qué buena juventud la nuestra!
—…

Respiración profunda.

—Y mira estos.
—Ni punto de comparación, hombre.
—¡Hamburguesas, perritos, pizzas…!
—¡Patatas fritas congeladas!
—Y la tarta esa de chocolate…, que es prefabricada, como digo yo. Estaba seca. Eso no es comida de verdad.
—¡Qué va…! Y cuando han entregao los regalos… Todos ahí como salvajes a abrirlos. Los abrían y ya está. Tu hijo no hacía ni caso a ninguno.
—Sí, lo he visto. Y uno ha cogido la metralleta esa de luces, ha disparao, ha visto la luz y el ruido y ya está. La ha dejao tirada y a otra cosa.
—Y todos cogiendo los regalos del chaval… Y él no cogía ninguno, o sea, cogía uno y lo dejaba, y a otro. Y ahí se han quedao. ¡Ala, a jugar a las pelotas estas que no sé pa’qué valen! 
—En vez de jugar al fútbol y… Joer, deporte físico…, contacto, te haces fuerte, haces compañeros pa’toa la vida, compites, te esfuerzas…, ehhh…
—Te superas.
—Te superas. Si se lo digo yo.
—Ellos qué deporte hacen… ¿Playstation? Míralos, enganchaos ahí a una pantalla y a un cable, sin cosicas de verdad.
—Sin roce, sin toque…
—Sin ducharse luego juntos.
—Sin sudar. Apretando botones…
—No son héroes. Luego no saben jugar al fútbol de verdad, solo en la maquinita.
—Que además es mentira, que la máquina hace cosas de Óliver y Benji
—Y ¿las niñas? Míralas ahí maquillándose, poniéndose zapatitos rosas…
—Despertando celos de una a otra por ver quién es la más guapa.
—…
—Esto es una mierda de cumpleaños.
—Yo porque me lo ha dicho Josefina, si no yo aquí no vengo a celebrarlo.
—Mira esas madres orgullosas sonriendo por ver a sus hijas de pasarela…
—Si acaba mi Luisito con una de esas niñas lo mato. A él y a la niña.
—Y a la madre.
—…
—…
—¡Qué de sinrazón!

DEUS EX MACHINA: ¿No nos damos cuenta de que los tiempos cambian? ¿No sabemos o no queremos adaptarnos? ¿Por qué necesitamos exaltar lo nuestro? Es más, para exaltar lo nuestro ¿por qué necesitamos despreciar, negar y rechazar lo de los demás? ¿Acaso la Ilustración nunca pasó por nosotros? ¿Acaso doscientos cincuenta años después cada nueva generación juega a asesinar a Esquilache?¿Seguro que somos muy distintos de esos hinchas o es que no se ha encendido la mecha necesaria? ¿Vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio? ¿Todo esto es producto de la socialización? ¿Es necesario hablar?

viernes, 21 de noviembre de 2014

DogTV, Televisión a la carta


DogTV, Televisión a la carta
Eva Tacazo

En una galaxia muy cercana, el celeste cielo celestial sacude sus pulgas y se guarece. Paseando al tuso por el Louvre
—Creo que a tu perro no le ha gustado La Gioconda.
—Pues le he comprao a mi perro una tele.
—El mío solo come lo que se hace ese día.
—No, hombre, no, ¿qué dices? La tele no es para que se la coma. ¿En qué estás pensando?
—¿Entonces?
—¡Para verla! ¿Pa’qué va a ser?
—Ah. Pues yo no…
—Lo del DogTV, ¿no te has enterado?
—¿DogTV? ¿Televisión para perros?
—Claro. Empezó en EEUU en occidente.
—No me digas más.
—Aún no sé cómo funciona pero voy a ver si me entero. Es lo que necesitaba.
—¿Tu perro?
—¡Yo! Bueno y el perro también.
—Y ¿cómo lo sabes?
—Eso se nota, hombre. ¿Tú no ves al tuyo un poco apagao en casa? ¿No baja a veces las orejas? ¿No se arrima a ti, de vez en cuando, como buscándote?
—…
—Eso es que se encuentra solo, se siente diferente, excluido quizás.
—¿Sí? No sé. Quizá tanto tiempo en casa, en un piso; me refiero a que…
—Naaa. Mucha gente dice que si no es su hábitat y no sé qué del entorno, que no podemos esperar ciertas respuestas de ellos porque las interpretamos como humanos y no como animales… Idioteces. Asín de claro te lo digo. Lo que necesitan, ¡eh!, es distracciones: DogTV.  Lo veo. Es que lo veo. Si me pasa a mí. O sea, nos pasa a todos. La tele es la mayor distracción que tenemos, puro entretenimiento, desahogo…
—Ya. También internet.
—¿Tú eres bobo? ¿Un perro en un ordenador?
—Yaaaa… Pero ¿la tele…?
—Es que no es la tele. ¡Es el canal! Ya no van a ver a personas hablando o anuncios de coches o…
—Hum —¿como en la vida?—.
—Ahora tienen un canal exclusivamente hecho para perros.
—Y ¿por perros?
—¡No te hagas el gracioso, que no te queda bien!
—Solo era curiosidad.
—Él se va a identificar con la pantalla.
—O ella.
—Bueno, da igual… Sí. Ella.
—Tú lleva cuidao que la discriminación sexista está a la orden del día. A mí me da igual pero…
—Lo que digo es que todo son beneficios. Yo, quiero decir, nosotros no podemos…, cómo lo digo…, mostrarles el mundo a su manera. Es mejor que lo vean a través de sus propios ojos: perros que pasean, que juegan, que se comportan, que se cuidan, que comen bien. Y además así descansan de nosotros, ¡que todo el día ahí…, es un coñazo!
—¡Otra vez con el sexismo!
—¿Quééé?
—«Coñazo».
—Bah… Voy a dejar de hablar contigo porque no se puede.
—…
—Parece mentira que tengas perro y no lo entiendas. A lo mejor es que no te importa tu perro.
—…
—Sí. Eso parece. Los canólogos advierten del pasotismo educativo de ciertos amos, con el paso del tiempo. Perdéis el interés y lo veis como un animal.
—¿Amos? ¿Canólogos? ¿Lo vemos como un animal?
—Sí. Y dicen que sufrís complejo de inferioridad, sobre todo los chicos, y por eso compráis un perro, para reafirmaros, estar por encima de alguien por una vez en vuestra desgraciada vida.
—¿Desgraciada? Yo…
—Y que al decíroslo empezáis a poner ejemplos de lo felices que sois.
—Hombre, yo tengo…
—Y que para demostraros a vosotros esa felicidad nombráis posesiones, lo que tenéis. Materialismo.
—…
—¡Si es que sois unos materialistas!
—Mejor que ser materiatonta.
—¡Es que no puedo con tus gracietas! Ya me avisó el canólogo. De-sa-cra-li-za-ción de su conducta. Es el siguiente paso. Como que le quitáis importancia a la cosa.
—¡Vaaaaaya!
—¡Aha! Y, por último, ausencia de discurso, os quedáis sin palabras y os hacéis los tontos y los sorprendidos, como los niños, para no sentiros culpables ni enfrentaros con la verdad que os amenaza. En fin, mejor me marcho. Voy a darme de alta que mi Fanny no puede escuchar más sandeces, ¿verdad bonitita, corazoncitito de mamita, churruquita mía, aju, aju?
—Pero, escucha, no te vayas. ¿El canal ese es de pago?


jueves, 30 de octubre de 2014

El nuevo juguete


El nuevo juguete
Díptero impertinente y El niño cielo

Mesa larga, roble, interfonos, pantalla.
Traje y corbata, maletín, barriga, afeitado al ras, colonia barata, papeles… Intenso, memorietas, sonrisa espléndida y tierna, muy ensayada:
—¡Buenos días, señores!
Sillas cómodas, piel.
Traje, corbata, reloj de oro, tres móviles, llaves del coche, barriga. Despreocupado, egódoxa.
—Ya estamos todos, Miguel Ángel. Ponnos al día.
—Enseguida, señor Fraguas. Organizo y empiezo.
Traje en dos colores, corbata con brillo, reloj bañado, dos móviles y una Tablet último modelo:
—Falta Félix, que está en la puerta. ¿Le hago pasar?
—Sí. Cuanto antes…, ¡que tengo la agenda que tira humo!
—¿Qué te dije, Miguel Ángel? ¡Trabajo hasta arriba lleva el señor Fraguas!
—Me hago cargo.
Por la puerta. A la silla. Vivaz, adivino, casi mágico, expeditivo, currela y resilente.
—Buenos días.
—¿Qué tal?
—Félix es nuestro Gestor de recursos.
—Excelente. Pues empezamos ya… Bueno, pues como le comenté a Agustín, que ya salió en el BOE en marzo, la nueva normativa ofrece la posibilidad de invertir en cursos de diseño de la mejora cualitativa. Nuestra oferta requiere mi visita, supervisión y organización durante un año formacional laboral, que mejora a los empleados, el rendimiento y la productividad, y tres años más de recopilación de datos informacionales directos de ordenación inclusiva, con el correspondiente título de Gestión Administrativo-Empresarial De Implementación Cualitativa, el GAEDIC.
—Brillante.
—Admirable presentación, Miguel Ángel. Señor Fraguas, ya se lo dije. Es lo último en inversión de mejora. Se está desarrollando en EEUU.
—Y más. Ahora mismo copamos y abarcamos Argentina, Croacia, Islas Feroe…, por poner ejemplos mundiales. La última empresa que visité ayer mismo para el cierre a 5 años aumentó su productividad de un 25% a un 85%, y manteniéndose. En breve no habrá empresa que no gestione a través del paradigma GAEDIC.
—Bueno, con su permiso, yo todavía no lo he entendido totalmente. ¿Puede especificar?
—Félix no le interrumpas.
—…
—No, no pasa nada. Sí… Las especificaciones no puedo desarrollarlas porque estaríamos aquí hasta las tres, y de hecho se desarrollan durante el curso que para eso está, pero puedo adelantar el formato si lo necesita.
—Lo necesito.
—Félix, por favor, que para eso está el curso.
—Es que el que lo tiene que procesar y transmitir a nuestros empleados, con lo que eso supone, soy yo. Si no me queda claro…
—Félix es un talento…, ¿cómo diría yo? ¡Es nuestro talento!
—Sí, es nuestro talento.
—Él vela por mis, nuestros intereses. Y lo hace bien, todo hay que decirlo. A cada cual lo suyo.
—A cada uno lo que merece.
—Sin embargo, Félix, recuerda mi agenda…
—Recuérdalo, Félix…
—Ya. Por supuesto que la recuerdo, señor Fraguas, pero… Yo solo…, en fin, que no lo he entendido. ¡O sí! Es que me ha parecido el mismo perro con distinto collar.
Traje y corbata, maletín, barriga, afeitado al ras, colonia barata, papeles… Intenso, memorieta, menos sonrisa y algo despreciable también.
—¿Cómo?
—No sé. A ver: hace siete años nos embarcamos en el Sistema de Administración Por Procesos Coyunturales, ¿lo conoce?
—Sí, lo recuerdo. No es nuestro, quede claro. Aquello fue un fracaso y se veía a la legua. Nosotros
—Ya pero quiero decir que la base era la inversión de recursos en Coyunturas. Fallos o debilidades, aciertos o fortalezas, coyuntura directiva, coyuntura deictiva y coyuntura trasplacional. ¿Lo recuerda usted también?
—Sí, sí. Ya le digo que
—Aquello no sirvió de nada. Quiero decir que, tras mucho tiempo dedicado y tal, no lo pusimos realmente en práctica y hace 1 año lo abandonamos. Además, luego cambiaron la legislación y
—Ya pero ahí no entramos nosotros que...
—Y quince años antes, ¡eh!, yo llevaba apenas dos años aquí, tuvimos la Ley de Procesos de Inventiva Proyectiva. Y esa sí era suya…
—Bueno, era nuestra pero yo no estaba allí por aquel entonces. Yo llegué en el...
—Da igual. Eso da igual. Aquello de la proyección de las Inteligencias y la direccionalidad con predatos y tal yo lo vi ya un bizcochito y mire dónde quedó.
—Pues, mire, Félix, lleva usted razón, lo admito. Aquello fue una desbandada de cuervos que nos dejó out, a nosotros y a EEUU y demás. Pero déjeme que le diga una cosa como estudioso del tema: la idea era buena, buenísima, pero hay circunstancias que ocurrieron, y ustedes saben a qué me refiero, que no permitieron al plan despegar.
—Claro.
—Y tan claro. Félix, como se suele decir, tú acababas de llegar, hombre.
—…
—Por cierto, caballeros, ya que esto se está alargando…, ¿nos tomamos un café?
—Ah, pues sí, vi una máquina en la puerta antes de llegar y dije luego cuando salga…
—No, no. De esa no. Espere.
Interfono. Botón.
—Suárez, tráigame el café en grano de mi despacho… ¡Este me lo traen de Manizales, Colombia! Y va con una máquina especial que
—Señor Fraguas, ¿dónde se lo dejo?
Café y máquina cromada brillantísima, ¡un espejo!
—Aquí, aquí encima. A ver, ¿cómo se ponía esto? Sí, era por aquí. No, esto no… A ver… Félix, ¿te acuerdas tú?
—Por supuesto. ¿Cuatro tazas?
—Si tú tomas entonces cuatro.
—Como le decía, Félix, las mejoras después de todos estos años de estudio son efectivas. Buscamos la eficiencia del empleado, de la gestión y la productividad.
—Productividad es eficiencia.
—No si no tiene usted cronogramas.
—¿Cómo?
Sonrisa espléndida y tierna, muy ensayada:
—Claro. Ya sabía yo que el nombre le iba a resultar interesante. Pero es un adelanto, no puedo profundizar mucho. En EEUU nos dimos cuenta de que el tiempo es oro.
—Oiga, eso lo sabe mi abuela.
—Déjale acabar, Félix.
—Félix, por favor, déjale acabar, a lo mejor aprendes algo.
—Gracias. Decía que el tiempo es un recurso muy valioso al que no prestamos suficiente atención. Creemos que más tiempo es mejor trabajo. Eso no es así.
—Ya lo sé. Aquí gestionamos el tiempo. Yo mismo me encargo.
—Sí, pero ¿en base a qué? ¡Eh!
—Pues nosotros
—¡Ahhhh, esa es la cosa! Para eso tiene usted los cronogramas. Y cada cronograma es un medidor, un dato, un indicador que nos permitirá hacer un balance final. Por ejemplo, ¿ustedes saben ya cuánto dedica cada empleado a su tarea? Y lo pregunto con exactitud matemática.
—Matemática, matemática no, es que
—Ahhh, ¿ves, Félix?
—Sí, ¿ves? ¿Es que no estudiaste matemáticas? Pues son para aplicarlas.
—O sea, hay que hacer un cronograma, un medidor del tiempo exacto de cada tarea de cada trabajador. Y ¿para qué exactamente?
—Para saber matemáticamente cómo rinden y si se puede mejorar su rendimiento.
—Ya veo. Quiere decir que si un empleado utiliza treinta minutos para descansar y almuerza, y le sobran once minutos, por ejemplo, ¿debo reducirle el tiempo de descanso que no utiliza? O, si necesitan ir a mear, ¿acaso hay un número determinado de meadas?
—¡¡Félix!!
—…
—Bueno, nosotros ofrecemos la captura de datos en base a una organización eficaz de recursos, entre ellos el tiempo, pero no vamos a decirle qué debe hacer usted con el empleado porque esas son decisiones internas, como usted comprenderá y nosotros no somos nadie para intervenir. Nosotros señalamos. Pero algo va pillando, ¿lo ve? Los estudios médicos y estadísticos determinan que, si una persona no bebe más de un vaso de agua en 4 horas, una sola meada de 39 segundos, +-5, es más que suficiente, lo cual además ayuda a mantener el control de esfínteres, que para la vejez es ideal. Y si van más veces ya es cosa de vicio. Y todo esto sin hablarle de las tres ces y las cinco emes.
—¿Las tres ces…? Ya… Bueno, señor Fraguas, yo creo que no necesito escuchar más y el señor Miguel Ángel tampoco está por la labor…
—…
—Así que yo creo que esto no sirve de nada, es otro programa engañabobos sacadineros vendehúmos. Podría poner mil ejemplos de esto en la vida diaria: telefonía, coches, electrodomésticos...
—Bueno, bueno, Félix. Es suficiente, que te aceleras.
—Eso, queeeeeee te pones como una moto y…
Ha perdido visión. Pero ha ganado resilencia.
—Yo solo doy mi opinión. Es para lo que me pedisteis que asistiera. «Escucha y danos tu opinión», y eso he hecho.
—Por supuesto, Félix, para eso te llamamos. Y ahora ya tomo yo la decisión. Me entiendes por dónde voy, ¿no?
Menos mágico, menos expeditivo, menos vivaz.
—Sí, sí, señor Fraguas.
Tres horas más tarde, cafetería El reducto.
—¿Qué pasa, Félix?
—Aquí andamos, y ¿tú qué?
—Limpiando, ya ves.
—Te veo un poco… abatible.
—Es que me ha llegao una carta con la nueva Normativa Tributaria de Implementos Estancos De Estimación Objetiva Directa.
—Y ¿eso?
—Lo mismo que los módulos aquellos de los 90, ¿te suenan?, pues con otro nombre. Total, a pagar más. ¿Te pongo un café?
—No, no, café no, que me va a indigestar hoy.
—Pues yo me voy a poner uno con tu permiso.
—No, hombre, Aristóteles, no te lo tomes, que te amarga. Saca para los dos un anisete, que hoy juega el Getafe. ¡Celebrémoslo!


miércoles, 8 de octubre de 2014

Prohibido humanos


Prohibido humanos
Eva Tacazo

Aun a riesgo de parecer zoofóbico, vengo a quejarme de los perros. Y digo lo del riesgo porque ya escribí sobre los gatos en Café,copa y gato. Y digo lo de parecer porque no desprecio a estos animales sino que me dirijo más bien a algunos de sus amos y legisladores —uf, qué palabra tan fea: el amo de ese perro—.
La semana pasada, el mismo día, me topo con dos noticias que me sobresaltaron: la primera, un pitbull ataca a una alicantina, Antonia Galindo, mientras paseaba; la segunda, desde el 1 de octubre en Barcelona se va a permitir viajar a perros sin transportín en el metro —con sus amos, se entiende, o dueños, ¡uf, lagarto, lagarto!—.
Mi vecino del cuarto, joven, aguerrido y aventurero, tiene un perro precioso y limpio, la verdad, de medio metro de alto y un metro y medio de largo, con una boca grande y dientes el triple que los míos, y uñas capaces de vaciar un ojo, o dos. Pero mi vecino del cuarto, animoso, indolente y masculino no ata nunca a su perro, ni paseando ni en el ascensor. Y, claro, a ver quién le dice algo a su vecino, te puedes pasar toda la vida jodido. Además tiene un perro desatado, no lo olvidéis. Yo lo veo y, mientras aprieto mi culo contra el espejo de ascensor, no dejo de pensar que puede desenfundarlo contra mí, que puede dispararlo. Me siento como en el Oeste: él es Robert Mitchum, yo el cobarde que se aparta de la calle central cuando se monta el jaleo. Sí. Subo el ascensor acojonado, todo sea dicho. No puedo dejar de pensar en sus uñas y en sus dientes. Incluso pienso en sus babas —me pongo algo escatológico, quizá para liberar la tensión—, mientras mi vecino del cuarto «me clava su mirada —en mi pupila» marrón—, me da conversación y se desliza por la frente una gota de sudor cuando simulo que lo escucho.
Mi vecino del cuarto, perito, vivales y caprichoso, me dice en el ascensor un día lluvioso y tormentoso, que está esperando a que pase la borrasca para poder bajar a su perro a pasear, porque el can lo necesita. Son ya las diez de la noche. No ha cenado.
Alguno pensará que exagero, pero no es eso sino un trauma de mi niñez. Rondaba yo los 6 años, vivía en un chaletito sin pretensiones y tenía un vecino con un doberman clásico al que bautizaron Cris. Mi vecino tenía un chaletito con pretensiones y una familia encantadora. Cierto día, jugando en su encantadora pinada con amiguitos, durante el idilio, el perro enloqueció y atacó a uno de los niños —omito sucesos—. El can hubo de ser sacrificado. Fue todo un detalle de la familia. Dijeron que, según veterinario y diagnóstico, había enloquecido de repente.
No me considero zoófobo ni conservador. Pero ser progresista tampoco debería ser subir cinco escalones de golpe. Eso es ser imprudente. Lo próximo qué va a ser, ¿que puedan entrar a tiendas públicas también, y dejar por las prendas de ropa sus pelos, sus pulgas, sus babas, sus heces? Uno no va todo el día pensando en ello pero resulta que los perros cagan y mean. Lo hacen en el suelo o en un parque. Y se puede hacer mientras el propietario bien educado e íntegro lleve sus bolsitas o botella de agua —no todos lo hacen—. Ahora bien, explíqueme alguien científicamente cómo va a evitar que los perros no defequen o manchen o empulguen el metro, donde yo transito, piso o rozo.
La patrona de uno de estos tusos, altiva, señorona y egódoxa, decía que  es muy raro que marquen el territorio porque no se encuentran cómodos. Si eso es un argumento venga Dios y lo lea.
La ley señala que el animal lleve bozal y correa de 50 centímetros —me refiero al perro—. La boca no la abrirá, pero todos los que hemos subido en metro sabemos cómo se pone a ciertas horas. Nunca he sentido 50 centímetros de distancia entre un pasajero y yo. He visto a algunos subir y disfrutar de esa cercanía y calor. ¿Qué creéis que va a pasar si le piso por error la cola igual que he pisado a un señor su pie? ¿Acaso el can va a comprender mi desliz, como si le pasara cada día? «Mecachis, otra vez me han pisao», «Disculpe, señor perro, no fue mi intención», sonrisa y pa’lante. Aunque todo es posible. Esta tarde deambulaba por mi barrio con mi carricoche y mi niña de 4 meses, mientras pensaba en cómo una cámara recoge una imagen y luego la puede enviar a un ordenador. Paro en un semáforo, cerca de mi farmacia habitual. Una señora con su perro se detiene y mira a mi niña. Le llama la atención —cosa habitual con todos los bebés— y le dice al perro: «¿Has visto qué niña tan bonita?». Juro ante lo más sagrado que no es un chiste.
Y ahí lo dejo porque si lo tengo que explicar me da un paroxismo —que no sé qué es pero suena fatal—.
¿Y lo siguiente? ¿Después de las tiendas, serán los restaurantes? ¿Acaso voy a tener que comer con uno de estos al lado, del que desconozco si ha pasado su ITV reglamentaria o si bebe para olvidar o si le va a dar un brote psicótico porque no entiende qué hace un humano desconocido comiendo a su lado? ¡Nos preocupamos por la higiene de un local, porque el aire no esté magreado de humo de tabaco y un perro puede acariciar mi pierna veraniega desnuda e insinuársele! Yo creo que si no todos los humanos somos limpios tampoco todos los perros de humanos van a ir limpios. ¿O sí?
Por último, montamos pollos tremendos porque no queremos que traigan a un enfermo de ébola a casa y al mismo tiempo los montamos porque quieren matar al perro de la enfermera contagiada. ¿Cómo es esto posible? Lo humano y lo animal han invertido los papeles.
Que no se me olvide. Yo tuve perro 13 años. Murió. Lo quise mucho. Pero no pasa nada por comprender otro punto de vista.
Y conste que me duele que un propietario del animal no pueda ahorrar tiempo y espacio. Pero si esto se llena de perritos y perrazos puede que yo no pueda salir con mi niña en metro ni ahorrar tiempo y espacio.
Incluso puede que las prioridades hayan cambiado y yo sea un anacrónico e insensible.
La humanización de los animales —solo el nombre ya es una paradoja—.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Americanadas II: dispara ya y vamos a Mcdonalds


Americanadas II: dispara ya y vamos a Mcdonalds
El niño cielo

Hay quien se pregunta por qué con tanta hambre en edad escolar tiramos al suelo tomates en Buñol. Y hay quien se pregunta por qué una niña dispara un arma en EEUU y mata a su instructor.
«El ser humano es impredecible» reza un anuncio de la tele.
¡Gringolandia!, tierra de libertad y esclavitud, de patria y de razas, de progresos y retrasos, de filantropía y eugenesia, tiene esa habilidad especial, esa manía, de querer ser la primera nación occidental en todo —ya lo comenté—, aunque a veces copie al estado islámico, afganos o iraquíes o iraníes o… ¡Qué ironía! América es una ironía. En el mismo Sumario de las Noticias de hoy he visto a los hijos de 10 años de islamistas —uso este término porque desconozco la nacionalidad exacta— queriendo formar parte de su «equipo» de degolladores de occidentales, y segundos después a una niña estadounidense de 9 años disparando en un corral de tiro, junto a su instructor, y con la venia de padres o tutores, un arma de repetición con retroceso, una submetralladora UZI —los que han jugado a Call of duty o Metal Gear Solid sabéis cuál es—. ¡Una metralladora UZI! ¡Una niña de 9 años! Lógicamente, se le ha movido el arma y «¡Pum!, im sorry, i have killed my instructor. ¡Mom!». ¿Qué te parece?
EEUU tiene esa habilidad.
Agradezcamos que la noticia en prensa va titulada con el adverbio «accidentalmente». Si no lo pusieran daría para novelas, películas, canciones, seguidores tuiteros, imitadores internacionales e investigadores de rapiña.  Curioso.
Poned «familia americana» (1) en Google imágenes. Entre las más o menos 50 primeras fotos sale
esto:
En fin, me he ido a casa de Sócrates y hemos comentado la jugada.
—¿Por qué nos escandaliza menos un niño estadounidense y más uno de Oriente Medio disparando un arma?
—El islamista, generalizando —que no totalizando—, lleva chilaba, tiene rasgos islámicos, está un pelín desnutrido —sobre todo si lo comparamos con los macdonaliensis—, lleva fusil kalashnikov, de los de a granel, no UZI…
—¿Prejuicios?
—Claro. Son el padre de nuestras creencias y valores. Y en EEUU más. La mayoría de estudios psicológicos sobre prejuicios los han elaborado ellos.
América es tierra de contradicciones o disonancias que a la vez son coherentes; es tierra en la que la heredera del superimperio Hilton no supera la prueba de las cajas problema de las ratas —como tampoco Homer Simpson—, así que habría que plantearse lo de la eugenesia negativa otra vez, señor presidente; es la tierra que no deja de servir de inspiración a artistas como Abraham Mateo —si ese es su verdadero nombre—; es la tierra que dispara primero y luego crea Asuntos Internos para dilucidar si el disparo del agente ha sido justo y legal, pero Asuntos Internos está corrupto, por lo que contratan espías —quizá corruptos— para que los investigue…; América, digo, es la tierra de grandes hombres como Charlton Heston, que recuerda una vez más con ejemplos que el legado de La Asociación Nacional del Rifle va para largo.
Y el diluvio sin llegar.
_______________________________________________

(1) Meses después, diciembre 2015, he tecleado lo mismo y ya no aparecen las mismas imágenes en Google. Por lo menos en las 100 primeras. Además me han desaparecido, como se puede comprovar, del propio texto, porque deben haber sido eliminadas del filtro de búsqueda. Puede el lector pobar con «familia americana armas». La argumentación se reduce, evidentemente; la gracia del asuntillo estaba en la primera búsqueda.

domingo, 24 de agosto de 2014

El aparcamiento


El aparcamiento
El niño cielo

—A ver… ¿Cómo que tarjeta desactivada?
Mira hacia ambos lados. Busca la garita. Camina.
—¡Buenas!
—Sí.
—Me pone tarjeta desactivada.
—¿La llevaba cerca del móvil?
—(¡Qué más le da!) Sí.
—Es por eso. Espere.
—…
—Ya está, esta es una copia.
—Vale, gracias.
Camina de nuevo hasta la máquina hierática. Frente a frente, él también está hierático pero abatible.
—Ahora sí… ¿7,85? A ver… 3, 4, 4,50… (Ya verás) 5,50, 5,70… Mierda. 5,85.
Escruta la máquina sombría y alevosa en busca de respuesta. No la encuentra. Vuelve a la garita en busca de respuesta.
—¡Hola! ¿La máquina no admite tarjeta?
—No, tarjeta no.
—¿Puedo pagar aquí con tarjeta?
—No, aquí no… No.
—¿Cómo que no?
—… Es que no…
—¡¡Bueno!! ¿Un banco por aquí cerca?
—Pues… no sé ahora mismo…
—(¿Ahora mismo?) Vale, déjelo.
Sale con decisión y firmeza por la rampa de bajada de coches. (¿Pregunto a alguien o lo busco en el móvil? ¡Vaya mierda de tiempo que estoy perdiendo!). Oiga, perdone, ¿un CCVA por aquí cerca?
—Es que no soy de aquí, lo siento.
—No pasa nada… (¡Me cago en la leche!)
Saca el móvil.
Aboundme… Bancos… CCVA… (Esperando… ¿754 metros? ¡Joder!) Ir.
Camina en busca del banco, mirando continuamente el móvil que le guía. Llega.
—(Introducir tarjeta… Sacar dinero… 50 euros… Aceptar… ¿Desea recibo…? No. Vengaaaaa. Recoja su tarjeta… Recoja su dinero… ¿Desea realizar alguna otra…? No. Vengaaaaa.)
Camina de vuelta al aparcamiento. Llega. Se acerca a la máquina perecedera, abollada e incomprensiva. Hay cola. Espera su turno. Ya.
—(¿Billeteeeees? Aquí… ¿No cabe?) A que no…
Escruta otra vez la obsoleta máquina diabólica y letal a lo largo y ancho en busca del dibujo de los billetes que admite. No aparece el dibujo por ningún lado. En lugar de darse por vencido y parecer idiota sigue mirando como un idiota porque se acuerda de que, cuando era pequeño, su madre le mandaba a la nevera a por limón y no lo encontraba, su mirada se perdía entre los alimentos: «¡Anda, que si es un toro te come!». Le ocurrió varias veces y aquello le marcó.
Segundos después.
—(¡Pues no lo veo!)
Vuelve a la garita.
—¿Es que no coge cambio de 50?
—No, de 50 no. Pero yo le cambio.
—(¡No me lo puedo creer!) Tenga…
—Aquí tiene.
—(¡Y no se cobra el tío capullo!) Gracias.
Se va pero se detiene en seco y se gira hacia la ventanilla de nuevo.
—Y ¿usted para qué está aquí?


miércoles, 13 de agosto de 2014

La jungla de asfalto


La jungla de asfalto
El niño cielo y Díptero impertinente

—Sí, el mundo profesional está muy mal. Te lo digo yo. El otro día voy a un videoclub y le pregunto a la dependienta: «¿Cuántas películas de acción tiene?» ¡Y no lo sabía!
—Hum —mientras pasa las hojas de un diario—.
—¿Tú te crees? ¡No lo sabía! Y trabaja en un videoclub.
—…
—Y si no mi amigo Juan, el fontanero, que ahora, después de 15 años de profesión, se ha descubierto rechazo, ¡repugnancia!, a los váteres... ¿Eso es normal? Dice su psiquiatra no sé qué de su infancia, de su padre con su madre, de trauma que acaba de aflorar… ¡Fontanero!
—…
—Oye, ¿no dices nada?
—Te escucho, te escucho.
—¡Pues no lo tengo muy claro!
—Es que… estoy flipando aquí con el artículo del Martija.
—Y ¿lo mío no es pa flipar?
—Sí, sí. También. Pero mira: «Dueños de mascotas aseguran que su perro o su gato padecen hiperactividad, ansiedad o depresión».
—Sí ¿no? Habría que preguntar a los bichos a ver qué observan en sus dueños. ¡Cuánta tontera!
—Son animales de compañía.
—¡Vaya eufemismo! ¡Anda que…! ¿Lo dices por la compañía que hacen las ranas o las serpientes? En mi fábrica hay uno que tiene una boa en el cuarto de baño. Nos trae fotos y todo.
—Eso son mascotas.
—¡Es lo mismo!
—Bueno, vale, ¡qué más da! ¿No crees que sea posible?
—Hay mucha tontera en el mundo. ¿Cómo te lo digo? ¿No has leído Café, copa y gato?
—No, pero espera que sigue: «Los científicos ya han demostrado que los elefantes manejan la aritmética a niveles simples».
—¿Mejor que los esoítas, quiere decir? ¡Venga ya! ¿Cómo han demostrado eso?
—«Y los chimpancés superaron a estudiantes humanos en tareas mnemotécnicas consistentes en recordar varias series de números».
—Bueno, eso puede explicarse. Yo ya no recuerdo los números de teléfono, pero hubo un tiempo en que los de nuestra generación nos sabíamos los números de los amigos, la policía, urgencias, el DNI, la matrícula del coche…
—La distancia al sol, el volumen de nuestro cerebro, la secuencia de Fibonacci…
—¿La qué?
—No. Nada.
—Y ¿hoy? Pff. Mi mujer se equivocó el otro día al poner diesel en vez de gasolina y jodió el motor.
—Vaya… Pues sí, supongo que algo de eso que dices hay.
—¡Claro! ¡Tú dale un móvil de estos inteligentes a ese chimpancé y verás cómo deja de recordar las series! ¡Y los ríos de España y el apellido de su novia orangutana y su grupo sanguíneo!
—Y el número de Avogadro…
—Ese no me lo sé yo. ¡Tío, tú te sabes cada cosa más rara!
—«En 2007 se descubre que hay chimpancés que utilizan palos afilados como lanzas cuando cazan. Se considera la primera prueba de uso sistemático de armas en una especie distinta a la humana».
—¡Un chimpancé digievolucionado!
—…
—Pues nunca lo había pensao: ¡somos los únicos que usamos armas!
—Desde tiempos inmemoriales. Pero a mí me llama más la atención que los animales no humanos puedan deprimirse, tener ansiedad, fobias, etc., que les impidan convivir con normalidad en su entorno.
—…
—O sea, como nosotros.
—Será por la represión que ejercemos sobre ellos. Aunque yo he visto alguna vez El encantador de perros y, qué quieres que te diga, los dueños no saben más que darles abrazos, cariños, y dejarles hacer de todo. Y ¿cuándo les dicen «no» a algo? Nunca. O lo hacen con la boca pequeña, que esa es otra, y encima con esa vocecita de adulto aniñado dicen: «Ay, no sé qué pasa, le he dicho que no suba al sofá y no hace caso». ¡Serán burros! Bueno, no, si fueran burros serían animales y entenderían a otros animales. O tampoco, porque con la Supernany los padres se ve que tampoco entienden a sus hijos… El caso es que con dueños así es normal que los bichos estén zumbaos.
—No es «zumbaos», hombre, aquí habla de trastornos.
—Oye, yo no sabía lo que era un trastorno hasta hace cinco o seis años. ¡A ver si ahora los bichos estos ya van a tener terapeuta! ¡Que yo no me lo puedo permitir y estos van a acabar desplazando a los humanos! Comida para animales, peluquerías para animales, cafeterías, productos de limpieza… Lo próximo qué va a ser, ¿eh?, qué va a ser, ¿confesionarios, autoescuelas, centros comerciales, ¡sindicatos!?
—Podría ser.
—¿Podría ser? ¡Me cago en la evolución…! ¡A ver si ahora que estamos intentando cazar a todos los ladrones, chupópteros, mangantes, estafadores, mentirosos y sinvergüenzas, resulta que nos llega la próxima generación no humana!
—¡El Planeta de los simios: la conquista de una sociedad en decadencia!
—Oye, que me estoy asustando.
—No, hombre, si es una broma. Eso no puede ser.
—Si saben seguir series y memorizarlas, qué les va a costar aprender conductas, ¿eh…? Empiezan a sentarse en la mesa con nosotros a comer y acaban yendo a la compra sisándonos 2 euros para plátanos. ¿Que no…? Y de ahí a presentarse a alcalde o dirigir una multinacional bananera hay un paso.
—Chico, no exageres, que se te va la olla.
—Es la evolución. ¿Cómo hemos llegado nosotros aquí? Igual. Éramos monos.
—A lo mejor estos son de una nueva especie menos perversa.
—Ah, o sea, ¿que todo es genético?
—Leí que nosotros venimos de una de dos especies distintas: una más agresiva y otra muy poco, casi nada. Parece que la agresividad es la base de todo lo malo. Freud ya la clasificó como uno de los tres o cuatro instintos básicos.
—La violencia.
—Ummm, mejor la agresividad. Explica mejor comportamientos como los de los trepas, la competitividad de la zancadilla, el traspaso de los límites sociales o éticos, Belén Esteban, Kiko Rivera, Rafa Mora, Jordi Pujol y todos estos…
—Y ¿los otros qué eran, los tontos?
—Hombre, «tontos» no diría yo.
—Ya me entiendes.
—Oye, tengo que comprar Pediasure de soja light desnatado y sin azúcar para la niña. Son y 45. En Estamosquelotiramos cierran a en punto. ¿Crees que en 10 minutos puedo llegar?
—Si estuvieras allí sí.

DEUS EX MACHINA: Y 27 años después, en la sala de la consulta de un psicólogo cualquiera…

—Juan, ¿eres tú?
—¡Cuánto tiempo!
—Dame un abrazo, hombre.
—Desde, desde que me trasladaron… Hace… ¡veinte años!
—Sí. ¿Qué haces aquí?
—Pff. ¿Qué hago aquí? ¿Te acuerdas de mi niña, Araceli?
—Sí, claro.
—Que se ha enamorado de un chimpancé abogado.
—¡¡Joder!! ¿Abogado?
—No te imaginas lo que es tenerlo ahí, enfrente de la mesa, con sus… pelos colgando y pegados al sofá, comiendo mi comida y haciendo mimos a mi hija… Son impredecibles. Proyecto inferencias sobre sus gestos pero me equivoco. No sabemos interpretarlos. No los conocemos. Estamos perdidos… La ansiedad me mata.
—¿Te has planteado —muy bajito— contactar con los Intervencionistas?
—Es abogado. Se las sabe todas. Me tiene colgando en una rama. Hay que adaptarse como sea y aprender sobre ellos. Me convertiré en su sombra. Miraré lo que mira, registraré cada gesto en mi mente y lo analizaré como un cirujano. Buscaré sus miedos innatos, su motivación más profunda, la forma en la que superaron nuestras barreras emocionales y psicológicas para equilibrar la cadena evolutiva…
—¿Cómo hemos dejado que ocurra esto?
—…
—…
—Creo que la cultura nos mató… La insatisfacción y la infelicidad nos confundieron y quisimos repararlo con avances tecnológicos, científicos, aparatos, cosas… Y nos salimos de madre. El orden natural ha sido más fuerte.
—…
—Oye, y ¿tú?
—Es una historia muy larga. Pero resumiendo… Hace cinco años, tras la crisis energética, los monos de la mecha azul compraron la fábrica.
—¡Los esclavistas!
—Sí. Hemos vuelto a la rueda… ¿Qué digo? ¡A la polea! Implantaron un capitalismo animal, egoísta, avaricioso y… perruno. Es peor que el XIX.
—Jornadas de veinte horas, poca comida y sueldo…
—No sé cómo pero consiguieron energía.
—¿Qué?
—¡La consiguieron, tío! Dicen que salió de la cáscara de plátano. Cultivan plátanos hasta en los armarios. Nos obligan a comerlos también a nosotros. Un plátano al día pasa, ¡pero más! Ya sabes, estriñen… El caso es que con la energía y el favor de algunos ya metidos en el Ministerio de Industria transformaron la fábrica en un criadero de cascos brujos.
—¡O sea que es de ahí de donde los sacan! ¡Los… los… los fabricáis vosotros!
—Les estamos dando la vida…, lo sé.
—Pero, ¿cómo pueden esos cascos llevarlos al pasado, a su jungla?
—No. No es un viaje en el tiempo. Es más complicado. Transforman nuestro «ahora» en una realidad diferente: su selva. Como otra realidad natural, sin intervención humana. De momento solo pueden estar unos treinta minutos, pero a este paso pronto obtendrán un día entero. Allí tienen árboles, ramas, hacen monadas… ¡Es su hábitat! Consiguen relajarse, no sé, es placentero para ellos. Desaparecen sus frustraciones, sus depresiones… Mi jefe vuelve enérgico. Es otro cada viaje. Sus inversores están locos por poder «volar». Los vi en una reunión: estaban envejecidos, agachados, con las caras desencajadas. No pueden vivir aquí mucho tiempo. Pero «el vuelo» parece que les resucita.
—Eso nos da pistas… Oye, y ¿qué haces tú exactamente?
—Reviso el rechazo. Antes de usar un casco me mandan a mí al «vuelo». No se fían de que los manipulemos o simplemente no funcionen bien.
—¿Has estado allí?
—Varias veces. No es nada agradable. De repente apareces en cualquier sitio, por ejemplo, cerca de un león hambriento.
—¿Qué dices?
—O una mona en celo… Entonces corro y me escondo, porque tengo treinta minutos hasta el retorno. Es muy duro.
—Lo siento… ¿Cómo lo llevas?
—¿No me ves aquí? El estrés… me está matando. Ya no puedo tirar con este ritmo. Esto es una condena.
—Lo estamos pagando, como en su día el préstamo europeo… Fuimos unos cobardes, confortables cobardes…
—Y abatibles.

sábado, 2 de agosto de 2014

El ciudadano breve


El ciudadano breve
Espe Or

Breve, sí, sí. ¿Y quién es él?
Después de esta pregunta debe ir la respuesta de forma natural. Pero no hay un nombre y apellidos.
El ciudadano breve crea Twitter, la red social que encarcela tu pensamiento en 160 caracteres. El ciudadano breve usa Twitter. El ciudadano breve también prefiere escribir cien «wassaps» de una línea o de una palabra. Hay quien piensa que es por fobia, vértigo o angustia a escribir extenso y hay quien dice que se debe a que el cerebro del ciudadano breve trabaja muy deprisa: «Tío, es que pienso más deprisa que hablo». Así que estos se lo pasan muy bien: cenan cuando comen, vuelven de Francia cuando van, guardan la ropa cuando ponen la lavadora, vomitan con la primera copa, encienden un cigarrillo cuando…, mueren cuando nacen —ah, no, este era Freud—. ¡Vamos, lo que se dice disfrutar del momento, «carpe diem»!
El ciudadano breve pone una canción —normalmente de Los 30 principales— y antes de 1 minuto y 30 segundos ha cambiado a otra o se ha comido las uñas aguantando. Es cierto que también lo hacen porque los señores breves de Los 50 principales ponen una canción ya empezada —publicidad manda— y la quitan antes de acabar —menos mal que en Los 99 principales no pinchan a Los Ramones, ya sabéis—. A un ciudadano breve «The end», de The Doors, o «Pedrá», de Extremoduro, o «November rain», de Guns & roses, por poner unos ejemplillos, le provocan taquicardia, depresión postparto, ansiedad, desmayos, náusea, lupus, TOC, Síndrome de Forrest Gump o Huida infinita, Darsecuentadequestoyvacíopordentro. De hecho, el mero hecho de exponerse a una intro de 1:30 ya tambalea su centro de gravedad multiversal.
Por supuesto, el ciudadano breve no puede ver Casino o Uno de los nuestros. Sí puede con El lobo de Wall Street, pero porque salen tetas, drogas, dinero fresco y te ríes con Di Caprio.
El ciudadano breve gusta de los monólogos estos tan modernos de 10 minutos, pero, ¡ojo!, hay trampa. Los monólogos son acumulación de chistes breves que conforman un todo semántico unitario. Un chiste lo puede reproducir cualquiera, un monólogo no. Cualquier otro monólogo como el de una madre cuando no se recoge la habitación o el de una pareja cuando llegas borracho y 5 horas tarde al convite familiar o, simplemente, el monólogo teatral le provoca somnolencia súbita.
El ciudadano breve pone exámenes de selectividad con textos cada vez más cortos, o con cajas rectangulares limítrofes para tu respuesta o indica «no más de un folio por respuesta», cercenando la creatividad y conocimientos; y el ciudadano breve cada vez escribe menos en dichos exámenes. Inventó también los exámenes tipo test que tan gustosamente demuestran nuestras habilidades retóricas al pensar si debo hacer un círculo o una rayita o una cruz.
El ciudadano breve usa en su discurso diario, o sea, cuando habla —aunque él realmente está callando ya— palabras denominadas baúl o comodín: «Dame una mierda de esas», «La cosa esa de ahí», «Trae eso que está ahí». Él dice que por economía lingüística, o sea, ahorrar, ya que está muy caro con la crisis y, además, hay que declararlo a la propiedad intelectual. Si el ciudadano breve escucha a otro extenso le pide que no sea así, que sea breve como él: «No te enrolles», «Al grano», «Párrafo corto». Ejemplo: «Eliseo, me han deprimido —dice, mientras absorbe con potencia un cigarrillo de una sola calada y saca un botecito de 50 pastillitas de todos los colores, las lleva a la boca, las traga sin agua y muere, muere pronto, sin mueca ni mirada infinita; el hombre llegó con el traje para el entierro y una corona de flores que reza Thnx a ∀ ;) —».
El ciudadano breve no acaba los refranes. Además utiliza onomatopeyas habitualmente, para él son más expresivas y las acompaña con lenguaje gestual: «Oye, qué tal ayer», «Buah, uff, ¿cómo te lo cuento?, fue… guau, pufff, ahhh, diossss». Para mí es que de donde no hay no se puede sacar.
El ciudadano breve dice que los planes de estudio de cinco años —licenciaturas— se quedan en cuatro años —grados—. ¡Y no pasa ná!
El ciudadano breve se defiende de los que le acusan de breve resumiendo: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno», sin darse cuenta de que no todos podemos ser J. J. Millás o Unamuno, y creyendo que esa frase sostiene una igualdad entre lo breve y lo bueno.
El ciudadano breve creó la comida basura/rápida, tan digestiva ella, nutritiva y fenomenal, frente al cocido o los gazpachos, porque estos requieren horas de preparación y horas de saboreo y sobremesa. Y el ciudadano breve consume la comida rápida/breve compulsivamente en señal de agradecimiento a su creador por cuidar de él y permitirle tener más tiempo para trabajar, ver la tele y trabajar mientras trabaja. De otra manera se estresaría.
El ciudadano breve se descarga una aplicación de móvil llamada Inútil que no hace nada, se abre y pone «Hace lo que promete». También se descarga la aplicación llamada Yo: «La herramienta de comunicación más sencilla. Envía un “Yo” de voz, sin caracteres, y con un solo toque, no malgaste el dedo. Yo significa todo y cualquier cosa. Todo depende de ti y del momento. ¿Quieres decir “Buenos días”? “Yo”. ¿Quieres decir “Cariño, estoy pensando en ti”? “Yo”. Las posibilidades son infinitas». Y después de descargarla la usa y todo.
El ciudadano breve llega a su clase de Física mecánica y dice a sus alumnos: «Newton descansaba en un árbol y vio caer una manzana. Esa es la ley de la gravitación universal».
El ciudadano breve tiene ideas geniales para los ciudadanos ingenuos e inocentes que trabajan tanto y no pueden pensar y actuar mejor. Y crea Pediasure: complemento alimenticio equilibrado en polvos de delicioso sabor, que ayuda al desarrollo cognitivo normal de los niños, que se mezcla con agua y se digiere fácil, rápido, abatible e indoloro. ¡Deje ya la molesta comida cocinada! Si su niño no quiere masticar más, Pediasure; si su niño siente que le ha puesto mucha comida, Pediasure. Aporta minerales y vitaminas como las verduras, las frutas, pero sin las verduras y las frutas. No discuta más con su hijo tratando de enseñarle normas: Pediasure. Llévelo siempre con usted. Si va a un restaurante, Pediasure; si va a merendar a casa de amigos, Pediasure; si celebra un cumpleaños, para todos Pediasure tamaño familiar; si conmemora una cena de gala, Pediasure de luxe. No tiene excusa. Levántese de…
Y el ciudadano breve lo compra.