Incendios
La niña lluvia
—A
mí me parecen cosas raras, Eugenia. En esas cabezas hay cosas poco claras…
—Bueno,
no tanto, tía. Conozco parejas que se han divorciado y luego han tenido un
hijo.
—Pero
¿cinco meses después? Raro. Abatible. Líquido.
—…
—Javi
dice que en esos cinco meses la ha visto tres veces y, por supuesto, nunca en
la cama. Además estaba siempre delante su abogado.
—…
—Se
lo ha inventado, Eugenia. O eso o es de otro... Y se lo quiere encasquetar…
Pero cuando se haga la prueba de paternidad será cuando salgamos de dudas.
—Mira,
tía, para raro lo de mi jefa. Va y me cuenta que cuando va conduciendo con su
hijo de cinco años, si pasa de 60 kilómetros por hora el niño empieza a llorar
y a decir «No más, no más». Y si sube a 80 entonces el niño sigue pero grita. Y
así… Con lo que tiene que bajar la velocidad y no pasar de 60. Sospecha que el
niño le quiere evitar un accidente, algo así como los «precog» de Minority report, ¿sabes?
—Y
¿tú te lo crees?
—Tía,
¿crees que miente?
—Joder,
Eugenia, tu jefa es una fantástica.
—Demuestra
que miente.
—¿Qué
dices?
—Tía,
me molesta mucho que dudes de una mujer. Si hubiese sido un hombre te lo
creerías, como te crees a Javi.
—De
eso nada. Y no lo puedo demostrar porque para eso tendría que acelerar a 140 y
poner en riesgo la vida de dos personas, y si hubiera un accidente me dirías: «¿Ves?».
Y encima quedaría en mi conciencia. Pero no le des la vuelta a las cosas como
haces siempre, yo no miro el sexo o el género de una persona para juzgarla.
—Pues
deberías. Bastante yugo soportamos ya para que nosotras mismas… Es lo que dice
mi jefa: «la segunda guerra es entre nosotras».
—¡Ah!
Y ¿la tercera? ¿El cepillo de dientes que se introduce en la boca a modo de
violación y rasca y rasca?
—¡El
sarcasmo es el recurso del débil!
—¿Esas
frases lapidarias las sacáis de un libro de autoayuda? Por cierto, ¿tu jefa
también piensa igual con esa movida del ajedrez?
—¿Ambas?
—Las
mujeres lo condenamos. Y tú eres expéctica de esas porque no te lo han
explicado aún.
—No
me hace falta.
—Tía,
el más importante es el rey, es el privilegiado, por eso se le mata el último.
Y a la que todos quieren matar es a la reina.
—La
fichas no se matan. Se capturan. Pero, bueno, es igual, déjalo, no pierdo el
tiempo con esas cosas.
—Esa
es la actitud pasiva que nos somete. Siempre te lo digo. Debes aprender a
superar ese estado de inactividad primario para trascender y ver la profundidad
de la vida.
—¡Ya!
No, es que…, verás, yo lo veo más bien… racista: empiezan blancas.
—¿Empiezan
a qué?
—Quiero
decir que el primer movimiento lo hacen las figuras blancas, por tanto llevan
ventaja. ¿Qué te parece?
—Mmmm,
se lo diré a mi jefa… Sería cargar más las pintas a nuestro favor.
—Tintas.
—¿El
qué?
—Nada.
—Te
importa que se lo diga yo a Sonia.
—Yo
no voy a hablar con tu jefa ni muerta, así que haz lo que quieras.
—Hum.
—Es
más. Estoy abriendo mi mente femenina para acceder a esa profundidad… Quizá me
cuesta y es muy torpe pero… veo un componente imperialista, anticomunista,
feudalista…
—¿Sí?
—…
—Eso
era lo de latifundios y tal…
—¡Los
peones se sacrifican por figuras más nobles, con más movimiento y mayor
puntuación! ¡Horror!
—¡Los
peones…! ¡¡¡Los obreros!!! ¡¡El movimiento obrero!!
—Claro.
—Tía.
Eres una máquina cuando quieres.
—Como
el billar… A golpear a la bola negra hasta que la metes en un agujero.
—Ya
ves.
—O
la postura del perrito. ¡Por Dios, qué dominación tan abominable!
—¡Odioso!
¡Abominable!
—Por
cierto, ahora que estoy en racha. ¿Os habéis dado cuenta de que las empresas
lácteas explotan a las hembras para extraer la leche?
—¡Diossss!
Me voy a ver a Sonia. Mañana te llamo, hermana.