lunes, 26 de diciembre de 2016

¿Tecnologías sí o no?


¿Tecnologías sí o no?
El niño cielo

Esta tarde leía un artículo titulado Tecnoescepticismo, escrito por Enrique Dans, un especialista en el campo de la tecnología y su impacto social —aunque mejor visite el lector su currículum si lo desea— y dueño del sitio web enriquedans.com, en donde analiza la relación tecnología y ser humano.
La idea está clara: una buena parte de la sociedad tiene dudas sobre el futuro que nos depara el avance tecnológico; Enrique Dans no tiene dudas.
A veces usamos «tengo dudas» como equivalente a tener muy claro que algo no te gusta o no lo quieres.
El caso es que este debate entre si las tecnologías son buenas o malas ya es materia vieja para mí, pero sí es nueva la aparición de nuevos argumentos.
El otro día visitaba un fragmento de la película Modern times, de Charles Chaplin, y me vino como un flash el mundo tecnológico actual. En ese fragmento había una crítica a la industrialización, al sistema capitalista de esa época, opresión, clasismo… Charlot es un operario de una cadena de montaje, ese objeto que marca el ritmo de trabajo a los humanos que allí aprietan tuercas, concretamente tres: Charlot, débil, enclenque, «noob»; un fortachón de dos metros, aguerrido y diestro; y un vejete ya cansado al que le cuesta pero ahí está buscándose la vida. Son tres personas inarmónicas a las que no se adapta el objeto, la cosa, la máquina, sino que ellos se adaptan a la máquina. Se suponía que las máquinas eran creadas para servirnos; sin embargo, aquí los obreros son como esclavos de la máquina que marca un ritmo atroz, estresante, al que Charlot sucumbe vencido y es devorado por ella.
Cien años después, en esta época de revolución tecnológica podríamos preguntarnos si algún agricultor cambiaría su tractor por el arado; como podríamos preguntarnos si nuestros mayores —y no tan mayores— que piden la compra por internet en diferentes supermercados porque casi no pueden andar, no pueden conducir, no pueden coger peso, lo cambiarían por tener que buscarse la vida para poder tener comida y productos de limpieza e higiene; incluso en este último año hemos incrementado las compras navideñas —sobre todo regalos— a través de internet con empresas online como Amazon, pero quizás alguien quiera seguir yendo a El Corte Inglés y desesperarse con empujones y colas, para que además no quede ese regalo que han pedido a Papá Noel o Reyes Magos.
Otra cosa es que usemos mal las tecnologías. Claro, sucede, como también ocurrió con la era de las máquinas, cuando se construyeron objetos mecánicos para robar coches, o armas automáticas para matar más rápido —a mí me viene a la cabeza esa época americana de los gánsteres y el frenesí—; hoy tenemos virus informáticos, espionaje en la red, Big data robada…
Pero ¿son las tecnologías o los humanos? La pregunta es retórica, por supuesto. Estamos detrás de cada cosa que hacemos. Nuestros actos nos delatan. A lo mejor mañana un tipo detona una bomba y nos volamos todos por el espacio; pero no es el avance tecnológico, es la persona.
Si, por ejemplo, se quedan por el camino muchos parados, trabajadores con 58 años que tienen muy difícil reciclarse, es porque algo hacemos mal o podemos hacer mejor; invirtamos más en educación y humanidad. Pero también veo algunos jóvenes con 20 años quejarse de que no pueden trabajar aquí o allí y, sin embargo, tampoco estudian más o se forman o se esfuerzan.
Yo también fui escéptico. Pero mi mente abierta y, sobre todo, la Historia, así, con mayúsculas, me hicieron progresar. La Historia es una gran doctora, una gran docente que parece que arrumbamos ahí, a un rincón, quizás porque la asociamos a fechas memorizadas y a reyes y bandos. Pero hay una historia, una intrahistoria, una microhistoria, la humana, que nos desvela el futuro. Deberíamos escucharla. Si hubiesen escuchado cómo Julio César fue asesinado, por poner un ejemplo, no les hubiera costado augurar el «asesinato» político de algún líder hace unas semanas.  
Como dice mi amigo, «yo abrazo las tecnologías». 

Ceda el paso


Ceda el paso
Eva Tacazo

Hete aquí que llovía a porrazos, el cielo estaba gris húmedo y los viandantes de siempre, los de siempre, paseaban en coche.
Con este panorama caminaba de un lado de la calle Robin de Locksley, de los Locksley de siempre también, que había abandonado hace años Sherwood, cansado de ser un fuera de la ley. Ahora cumplía con hacienda. En lugar de arco, paraguas. A su mano una inocente niña.
Del otro lado de la calle, Little John. En lugar de bastón, paraguas. A su mano una inocente correa y 2 inocentes perrillos que no se tropiezan con él porque las piernas de John son chiquitas comparadas con su oronda barriga.
Ambos se colocan pegaditos a la pared para no mojarse, como suele hacerse estratégicamente en estas disposiciones acuáticas. La niña, protegida. Los perrillos, entre las piernas del forajido.
Ambos se van acercando ufanos, abatibles, sin conejos en el cinturón.
Ambos quieren pasar por el lado diestro de la acera.
Se van acercando, cada vez más.
No hay río, pero llueve a cántaros y el único paso sin mojarse es arrimarse al lado derecho todo lo que se pueda.
Están muy cerca. Ninguno se aparta, ninguno cede y…

miércoles, 14 de diciembre de 2016

El fútbol no se toca XIII


El fútbol no se toca XIII
Eva Tacazo

—¡Espera! Deja de remar. Me ha venido una cosa a la cabeza y…
—Es la cuarta vez en tres días ya.
—¿No te parece que la medicina se está vulgarizando?
—Hombre, la medicina, así, en general, pos no sé…
—Quiero decir los médicos. No los veo profesionales.
—A ver, ¿qué te ha pasao que te conozco como si te hubiera parío?
—Pues que fui al alergólogo la semana pasada, antes de decidirnos por Sicilia. Me dijo que me veía muy mal y que tenía que haber ido antes.
—Privada o pública.
—Privada. Pero no entro en ese tema… La cosa es que me dice también, ¡literal, eh!: «Con esto no vas a ser ni sombra de lo que estás».
—Chico un fallo hablando lo tiene cualquiera.
—¿Eh…? ¡Ah! No, no. No me refiero a eso. Me refiero a que llevo una semana y estoy igual que estaba. Igual.
—Ya.
—¡Hombre! Que me medique y ya está. «No ha funcionado, doctora.», y probamos otra cosa. Pero eso de la sombra y tal…
—La medicina no es perfecta, lo hemos hablado…
—¡Ya, coño!, pero no te hablo de la medicina, no la excuses. Te hablo de la alergóloga, de la persona, de la «profesional».
—…
—¿Por qué se aventura y me dice eso? Además, ¿sabes cuánto me costaron los seis medicamentos que me mandó?
—…
—80 pavos. ¿Cómo te quedas?
—En la pública con receta…
—¡Que sí, que sí! Si este mes acabo y ya no renuevo, ya te lo dije. Pero a lo que voy es a que…
—¡Ya, ya!
—Bueno, tú, que lo de vulgarizando tampoco te lo digo por eso solo…, son más cosas…, es como que lo noto, tío. A mí hace 15 años ningún médico me decía algo como «Vas a salir de puta madre de aquí» y luego estaba igual o peor, ¿sabes? Parece que haya que ser sociable y enrollao además de médico. Aunque diría que es una tendencia en todas las profesiones.
—Lo diría por tranquilizarte, hombre.
—¡Ah!, y ¿eso lo justifica? Me miente y… ¡Oh, no! Claro, ¡la postverdad! Ya hemos llegado al tema… Estoy harto de eso y solo lo conozco desde hace 1 mes.
—¿Seguimos remando o saco las mantas y hacemos noche aquí?
—…
—Mientras te lo piensas… A mí me preocupa más lo del fútbol.
—¿El qué?
—Pues yo lo que veo es mucha violencia… Y esta gente es ejemplo de muchos jóvenes.
—¿Solo jóvenes?
—Hum. El otro día Morata forcejeando con uno del Depor se tira el tío, ¡ala! Y luego sale a prensa y dice que es normal, que ellos se tiraron y él también, y no pasa nada y tal.
—¿Y?
—Tío, ¿qué están generando con esas conductas? ¿Vamos a aceptar ahora que tirarse y hacer teatro es lo necesario, lo normal, lo que hay que hacer en algo tan sagrado como el deporte? ¿Sabes que eso provoca al contrario…?
—Esto se ha hecho siempre…
—Pues peor me lo pones. Hay que empezar a cambiarlo. Además, que eso no es verdad. Puede que se haya hecho, pero no tanto como ahora. En baloncesto no pasa, tío. Y a mí como entrenador de chavales esto me duele.
—En la NBA creo que sí. Lo llaman algo así como «Flop».
—Bueno, claro, en la tierra del winchester y del «Te denuncio porque he engordado al tragarme una ración de pasta dentífrica para mi cepillo y esa información no la ponía en la descripción del producto» es normal que esto sea el balazo de cada día, pero…
—Ya. Aquí, la verdad, no se ve mucho en baloncesto.
—Ni en otros deportes. Ni siquiera en los violentos de por sí, como el boxeo o el judo. Yo he visto mucho boxeo, me gusta, y de todas las categorías; la última vez el mes pasado en Murcia. En el boxeo hay respeto, tío. Mi hermano estuvo 8 años en Kung Fu, y desde el primer día el profesor les dio directrices antiviolencia, incluso si se enteraba de que te habías peleado fuera del club te expulsaba…
—Eso es educar.
—Y luego lo que te digo: un crío de 18 le mete un puñetazo a un árbitro, ¿lo viste?
—No.
—Y es que encima el orangután ahora será Dios, ¿sabes?, para su equipo, para su afición… Se le aplauden.
—El que aplauda eso es un tarao. Como los que aplaudieron a Messi cuando iba a declarar su evasión fiscal y tal… Hay que diferenciar: jugador dentro de un campo, es el mejor; ciudadano, muy malo. Los que le aplauden y le excusan no se dan cuenta de que, si ese dinero que defraudan todos estos tíos estuviera donde tiene que estar, no nos subirían tanto los impuestos, probablemente, y otras cosas…
—Pues sí. Y lo que te digo: ¿adónde va todo eso? A la calle. ¿Viste el empujón que le metió un tío a una chica en el metro?
—No.
—Pues la tía bajó 8 escalones y fue récor Guiness… ¡Tío, pero por qué esa chica tiene que dejar de ir a… comprar anchoas, yo qué sé…, a recoger a su gato…, me da igual…, y ahora tiene que ir al hospital, luego a la Policía, baja en su trabajo…!
—El gato desesperao…
—Hum. Luego a juicio, puede que psicólogo… ¡Tío, ya está bien! ¿no?
—Sí. Totalmente.
—Y si no el otro día, antes de partir, que me llega un video de un tío que, ¿no te lo he contao?, para tener más seguidores en youtube se graba y le llama a un tío caranchoa. ¿Lo has visto?
—Ese sí. Vaya mamón.
—¡Mamones! Ambos. Aquí no excuso al otro que le metió un puñetazo. Ese que pague su agresión. Pero ¿al otro qué le va a pasar, eh? ¿Nada? El otro se lo dijo tres o cuatro veces, cuando ya le había advertido que así ni le llamara más y que se largara.
—Sí, es como que me arrimo en la disco a una y disimuladamente le toco el culo. Se da cuenta y me dice que no haga eso. Se lo vuelvo a tocar. Me vuelve a decir con más enfado que no y que me vaya. Y se lo toco otra vez.
—La provocas, tío. Eso no se hace.
—La ostia que me llevo tampoco está justificada.
—Por supuesto que no. No debería eximirla de culpa, es que tu estás ya pasando una ralla muy clara y que no te apetece por reírte o por grabarte o lo que sea. Tío eso es de enfermos… Ni uno ni otro. Cada uno su culpa o responsabilidad o lo que sea.
—Lo entiendo.
—…
—…
—Es que yo sé, porque soy entrenador, que hay otros entrenadores que desde que tienen 8 años les dicen a los críos: «O el balón o el tío, pero los dos no pasan».
—El mundo es muy competitivo… ¿Capitalismo humano?
—Me da igual. ¿Sabes lo que digo?
—Te lo digo en serio. A ti te echarán a la calle porque tus jugadores no son competitivos.
—¡A la mierda la competición! Soy responsable de educar personas.
—Sí. Pero ¿quién te lo va a agradecer? Eres un idealista.
—Como tú.
—Yo ahora estoy en el otro lado… Además, la verdad ya no existe.
—No es solo que no exista la verdad, es que no existe mi verdad ni tu verdad.
—Existirá una… multiverdad o algo así.
—Ya pero «Llueve» y «No llueve» al mismo tiempo es un poco raro…
—¿A lo mejor puede «Mediollover»…?
—No me jodas, mediollover es llover.
—Ya. Es verdad, coño.
—Pos eso.
—Bueno. ¿Seguimos remando que no llegamos a Sicilia?

lunes, 12 de diciembre de 2016

Pienso, luego sufro


Pienso, luego sufro

Paula Giménez Martínez, 3º ESO



Llueve, llueve, llueve como si las nubes sintiesen su dolor, como si las calles de Berlín fuesen su alma, la cual poco a poco va pisando, despedazando, mojando y destruyendo.

¿Que por qué está así? Es muy sencillo. Piensa, piensa demasiado, es inteligente y ve cosas que la gente no ve. Ve la pobreza, ve la destrucción, ve el hambre, la guerra, la hipocresía, la maldad; ve cómo el mundo va poco a poco siendo destruido por seres que la necesitan para vivir. ¿Tendría algún sentido quemar tu propia casa? ¿Y romperla? ¿Tendría algún sentido ir poco a poco destrozando las paredes? No, no lo tendría; entonces ¿por qué, por qué los humanos maltratamos tanto el mundo que nos da la vida? ¿Por qué? ¿Por qué no pensamos?

Por eso sufre, y es que no entiende por qué.

Y lo peor es que no es algo ajeno, es algo que sucede en su propia vida, ¡en su propia casa! Su madre tira las colillas al patio de su casa, su padre deja la basura al lado del cubo, ni se molesta en meterla dentro; y sí, pueden parecer cosas simples, mundanas, pero ¿y si no fuese así?, ¿y si cambiasen las cosas? Siempre que lo piensa sus ojos se iluminan y la esperanza llega y empieza a ver las cosas buenas. Por la lluviosa calle de Berlín parece que algo resurge de sus cenizas y comienza a ver cosas buenas, pero siempre, siempre, siempre ocurre lo mismo, la tragedia llega, los pensamientos resurgen y todo porque alguien, hombre o mujer, niño o niña, tira algo al suelo: un cigarrillo, un papel, ¡incluso un chicle!, y la desesperación renace y vuelve a su angustia.

Continúa andando en busca de alguien, alguna persona que le salve de esta amargura que le come por dentro, pero no hay nadie, nadie que pueda salvarla de la realidad.

Entonces se detiene un momento y piensa, sí, piensa más y se pregunta: ¿por qué ahora?, ¿por qué antes no se daba cuanta de estas cosas?

En su niñez todo estaba bien, no pasaba nada si la gente hacía cosas malas, nunca pasaba nada, todo era perfecto y… ¿por qué ahora?, ¿por qué sufre?, ¿se habrá explotado la perfecta burbuja en la que vivía? Eso parece…

Y ¿cómo es posible que nadie más lo vea?; espera, ¿nadie más lo ve? La locura llama a su puerta y no puede más, no aguanta más. Va a explotar de un momento a otro, entra en un bucle, lo mismo de siempre, y tiene que gritar, lo tiene que soltar, y…

Grita.

De repente la calle tranquila de Berlín se gira a observarla…

¿Cómo puede ser que con tan solo 15 años vea las cosas tan obvias que la gente ignora?



domingo, 4 de diciembre de 2016

Historieando


Historieando
La niña lluvia

Desde que extravío pelo me acaecen elementos asaz rarunos.
El otro día troto al banco y me dice el fiscal:
—Con la venia, cuarto y mitad para el coto privado de caza.
Yo, pasmado y empayasado, decido abrirme camino con mi kayak hasta mi siguiente rupestre. Pero, mientras mis músculos prosperan a golpe de estado, pedaleo casi sin dormitar antes de encumbrar el quinto elemento, donde el asfalto ya no crece ni multa ni permuta. Era el momento exacto y primigenio de aclimatar todos mis papeles, así que pedí ayuda a un submarinista cojo que conocí siguiendo sus huellas. ¡Oh, qué época aquella en la que los políticos dejaban huella! ¡Los aquelarres de antes sí eran aquelarres!
Venerando tierras salvajes fui a parar al hogar del mecánico para que me cambiara el aceite.
—¿Puedo cambiarle el aceite mientras escruta mis paredes?
Le respondí que sí y solo si tenía el B1 de chulapo de barra fija. Me trajo 2 cubatas mal ordeñados y desfiló ante mí, ebrio de hebras de azafrán y otros objetos como leones y pingüinos dorados al sol. Al son de mi burbuja dupliqué la pantalla, pero no logré que saliera queso. El queso es bastante difícil de desatascar. No lo hagan en casa ni en las paredes más recientes. Es una exhortación.
Los límites de mis meninges se atrofiaban a mi entorno. ¡Nunca supe encender al camarero!, así que le pedí el menú y la cuenta. Más que nada, todo. Cuando llegó a mi mesa me ofreció una tarjeta de crédito, así, por la boca, por la calle, sin metro ni nada, vino de golpe, Ribera, creo. Sentí aquello que enfría, no recuerdo ahora mismo su inválido nombre, pero seguro que estaba allí, acechándome mientras yo policiaba con todos detenidos. A lo mejor ya habían tenido sobresaliente. Les dije:
—¡Deténganse!
Registré sus escandalosos agujeros del pantalón violáceo, hurgando cada herida hasta supurar conciencia. Era todo bastante férreo y afectado, como una nube plantular o algo como ello. Estaba todo museado, rezumaba un estilo perturbador y glosario, distinguiendo golfos y cabos, mares y océanos, centenas y centenos. Os aseguro que habría estrangulado su ociosidad si, en un momento prestado, hubiera necesitado su presencia o, como querría decir después, su esencia.
Las marcas aseguraban que podría haber primarias y, destapando el Nobel, pudimos viajar por navidades esbeltas, diseñadas por carteristas y ogros de sofá y puro, también café, un café lynchiano, ese que se babea además de sorberlo. Su cara se heredó de unos a otros, sobre todo en los domesticados. Savia de ti y de mí, que se desbordó durante años en canales espesos y metálicos. Ellos no lo saven, pero suponía varias semanas de arduas vacaciones gratuitas, aunque las pagaran de antemano, no sé si como las facturas duras y enaguadas.
Su madre telefoneó un rato:
—5 y 4.
Y esperó durante 5 años la llamada. Nunca llegó. Internet no estaba en el mercado abatible. Los cerezos en flor eran machacados en Mordor por su color. El color a queso a veces lo es todo. El barco era lo típico y yo eso no lo quería hacer. Me iba a Noruega en diciembre y ya no quería poner más. El censo era el máximo responsable y no quería poner más.
Mi kayak se estropeó antes de enviar nombre a Oslo, a la que yo mismo bauticé épicamente. Y, sin que el desdichado trajee su traje, balconamos instintos y entumecimientos baratos, a veces ayeres.
—¿Dijiste a?
—No, pero todavía sí.
Eso fue nada, ilustre destinatario. No compartí chasquidos sino congelaciones barias.
Y solo una flor me enseñó a pescar.
Una flor...