¿Tecnologías
sí o no?
El niño cielo
Esta
tarde leía un artículo titulado Tecnoescepticismo,
escrito por Enrique Dans, un especialista en el campo de la tecnología y su
impacto social —aunque mejor visite el lector su currículum si lo desea— y
dueño del sitio web enriquedans.com, en donde analiza la relación tecnología y
ser humano.
La idea
está clara: una buena parte de la sociedad tiene dudas sobre el futuro que nos
depara el avance tecnológico; Enrique Dans no tiene dudas.
A
veces usamos «tengo dudas» como equivalente a tener muy claro que algo no te
gusta o no lo quieres.
El
caso es que este debate entre si las tecnologías son buenas o malas ya es
materia vieja para mí, pero sí es nueva la aparición de nuevos argumentos.
El
otro día visitaba un fragmento de la película Modern times, de Charles Chaplin, y me vino como un flash el mundo
tecnológico actual. En ese fragmento había una crítica a la industrialización,
al sistema capitalista de esa época, opresión, clasismo… Charlot es un operario
de una cadena de montaje, ese objeto que marca el ritmo de trabajo a los
humanos que allí aprietan tuercas, concretamente tres: Charlot, débil,
enclenque, «noob»; un fortachón de dos metros, aguerrido y diestro; y un vejete
ya cansado al que le cuesta pero ahí está buscándose la vida. Son tres personas
inarmónicas a las que no se adapta el objeto, la cosa, la máquina, sino que
ellos se adaptan a la máquina. Se suponía que las máquinas eran creadas para
servirnos; sin embargo, aquí los obreros son como esclavos de la máquina que marca
un ritmo atroz, estresante, al que Charlot sucumbe vencido y es devorado por
ella.
Cien
años después, en esta época de revolución tecnológica podríamos preguntarnos si
algún agricultor cambiaría su tractor por el arado; como podríamos preguntarnos
si nuestros mayores —y no tan mayores— que piden la compra por internet en
diferentes supermercados porque casi no pueden andar, no pueden conducir, no
pueden coger peso, lo cambiarían por tener que buscarse la vida para poder
tener comida y productos de limpieza e higiene; incluso en este último año
hemos incrementado las compras navideñas —sobre todo regalos— a través de
internet con empresas online como Amazon,
pero quizás alguien quiera seguir yendo a El
Corte Inglés y desesperarse con empujones y colas, para que además no quede
ese regalo que han pedido a Papá Noel o Reyes Magos.
Otra
cosa es que usemos mal las tecnologías. Claro, sucede, como también ocurrió con
la era de las máquinas, cuando se construyeron objetos mecánicos para robar
coches, o armas automáticas para matar más rápido —a mí me viene a la cabeza
esa época americana de los gánsteres y el frenesí—; hoy tenemos virus
informáticos, espionaje en la red, Big data robada…
Pero
¿son las tecnologías o los humanos? La pregunta es retórica, por supuesto.
Estamos detrás de cada cosa que hacemos. Nuestros actos nos delatan. A lo mejor
mañana un tipo detona una bomba y nos volamos todos por el espacio; pero no es
el avance tecnológico, es la persona.
Si, por
ejemplo, se quedan por el camino muchos parados, trabajadores con 58 años que
tienen muy difícil reciclarse, es porque algo hacemos mal o podemos hacer
mejor; invirtamos más en educación y humanidad. Pero también veo algunos
jóvenes con 20 años quejarse de que no pueden trabajar aquí o allí y, sin embargo,
tampoco estudian más o se forman o se esfuerzan.
Yo
también fui escéptico. Pero mi mente abierta y, sobre todo, la Historia, así,
con mayúsculas, me hicieron progresar. La Historia es una gran doctora, una
gran docente que parece que arrumbamos ahí, a un rincón, quizás porque la
asociamos a fechas memorizadas y a reyes y bandos. Pero hay una historia, una
intrahistoria, una microhistoria, la humana, que nos desvela el futuro.
Deberíamos escucharla. Si hubiesen escuchado cómo Julio César fue asesinado,
por poner un ejemplo, no les hubiera costado augurar el «asesinato» político de
algún líder hace unas semanas.
Como
dice mi amigo, «yo abrazo las tecnologías».