Multitasking Social
El aprendiz
Nos dicen, desde pequeñitos, que el tiempo es dinero.
El tiempo es un bien preciado que vale oro y que no hay
que desaprovechar.
Y ,¡coño!, nos lo creemos.
Aprendemos a vivir rápido, deprisa, sin descansos, sin
tiempos muertos, sin detenernos ni un solo momento en seco para disfrutar de un
atardecer tirado en la playa, o de las vistas maravillosas que nos proporciona
el mirador de nuestra ciudad. No tenemos tiempo para esas cosas: hay que
aprovechar el tiempo lo máximo posible para hacer cosas de provecho.
Cosas de provecho.
Cosas de provecho, claro.
Cosas como estudiar, comer, hacer ejercicio, tener tiempo
con la pareja, dormir o trabajar.
¡Eso son cosas de provecho!
Pero claro, el hombre es un ser social, y como tal, no
hay que descuidar el contacto con otros elementos igual de sociales que tú —o
más aún si cabe, para que todo el mundo vea que te mueves por altas esferas
sociales: qué guay, ¿eh?—.
Un gran don que tenemos los seres humanos es el de tener
la capacidad de hacer varias cosas a la vez. Multitasking (o multitarea
para aquellos ibéricos que se niegan a adoptar términos extranjeros en el
idioma patrio) lo llaman ahora los modernos, con el nacimiento de las nuevas
tecnologías.
Me río yo de los modernos y del multitasking.
Mi madre ya hacía multitasking
antes de que nacieran los smartphones.
El caso es que hay que adaptarse a las nuevas
tecnologías, y a los nuevos tiempos.
Si un
teléfono puede hacer multitasking, ¿por qué no voy a hacerlo yo?
Es ahí donde
nace la espiral vírica que nos atrapa inconscientemente, aquella en la que, sin
darnos cuenta, con esta maravilla del multitasking nueva y moderna,
somos capaces de hacer más cosas en un día de las que haríamos normalmente en
el transcurso de 24 horas normales, sin el dichoso multitasking.
Así, por
ejemplo, cuando vamos a comer, nos encargamos de hacerle un snapshot a
la comida para subirla a Twitter y que todos tus “amigos” y
des-conocidos que te siguen vean lo afortunado que eres por comer.
Pero, qué
coño, ya que estamos puestos y lo va a ver todo el mundo, en lugar de comer de
paso por el Burger King antes de
llegar a casa, ¡vámonos al Starbucks!
¿Por qué? Pues porque todos tus followers merecen ver lo afortunado que
eres por ir a un sitio hipster y súper mainstream.
Eso mola.
¿Que el Burger está a 5 minutos andando y el Starbucks está a 45? ¡No importa! Somos
una nueva especie, el homo multitaskien: podemos con todo lo que nos
echen. Ya recuperaré esos 45 minutos de menos cenando mientras me ducho: está
todo controlado.
Todo sea
por los followers: amigos incondicionales, vínculos eternos.
¿Que hay
que estudiar para el final de mañana? Antes de ello hay que tomar una selfie
de la situación y pasarla por todas las redes sociales para iniciar un debate
de 4 horas sobre lo injusto que es el sistema educativo.
Por eso
suspendemos: la culpa es del sistema educativo, que demanda unas horas de
estudio incompatibles con nuestra vida social, a pesar de nuestra capacidad de multitasking.
Tenemos que
ir a visitar a nuestra familia, que nos echa mucho de menos. Pero no podemos
permitirnos perder posiciones en el ranking del jueguito de smartphone
que esté en ese momento de moda, porque eso nos haría perder un prestigio
social que nos ha llevado horas y semanas ganar.
Así,
mientras tu madre está sentada contigo hablándote y esperando impaciente que
tú, por iniciativa propia, saques un tema de conversación o simplemente le
cuentes cómo te va tu estresante vida social y cómo haces malabares para
compaginarlo todo (porque eres una máquina de la economía temporal diaria), tú
te limitas a contestar monosílabos como “sí”, “hum”, “ya” y sucedáneos, sin
despegar la vista de tu flamante iPhone 7ZC+3/4, que provoca que todos
tus amigos te admiren y respeten, que te quieran de verdad, y que vayan a estar
ahí siempre, pase lo que pase, porque tú tienes el último smartphone y
vas a la moda.
Tu madre
no.
Tu madre no
merece esa atención que dedicas a tus queridos followers.
Y, tras un
precioso día muy productivo, llegas a casa satisfecho, orgulloso de haber
aprovechado tu capacidad multitarea al máximo y haber rendido al 100% de tus
posibilidades como homo multitaskien.
Así que te
sientas en el baño a cagar mientras te afeitas, y después te pegas una ducha
mientras cenas.
Y cuando
llegas a la cama con tu pareja, a la cual llevas hablando por whatsapp
todo el día diciendo lo mucho que la echas de menos, siendo este uno de los
motivos por los que ignorabas a tu madre esta tarde, resulta que no podéis
hablar aún porque tú tienes que terminar una conversación con tus coleguis del
grupo de Facebook, y ella tiene que
subir los trabajos y comidas que ha hecho hoy a Instagram, con sus respectivos debates post-publicación.
Así que,
después de 45 minutos juntos en la cama en los que sólo se oyen la vibración y
sonido característicos de un flamante smartphone al pulsar las teclas,
ella termina su erudito debate social con sus amigas de Instagram concluyendo con que si las mujeres son todas unas golfas,
y él finaliza por fin con sus colegas con que los hombres son unos capullos, ¿o
era al revés?
Pfff, es que yo ya me pierdo: a mí me pilló la transición, pido
perdón si mi capacidad multitasking no es tan buena como la de las
generaciones venideras.
¡Eh! ¡Eso
sí! Tras 45 minutos de incomunicación total y contacto nulo, vamos a tener una
buena ración de sexo, que no hay que descuidar el tiempo en pareja.
Tener capacidad
multitarea está muy bien —a mi madre se le daba genial, repito—. Pero hay que
saber disfrutar de algunos momentos: sin interrupciones, sin distracciones.
Hay a quien
se le ha olvidado vivir.
Hay que
aprender a dejar el móvil al lado cuando se habla con mamá.
Hay que
quedar con los amigos para tomarnos una copa, y dejarnos de tanto icono de
cerveza por el whatsapp.
Cuando
estemos en la cama, hay que mirar a los ojos a nuestra pareja, y no a su foto
de perfil.
A la vida
hay que amarla, abrazarla, apretarla.
Apretemos más; abarquemos menos.