En un
planeta no tan lejano…
Díptero impertinente y La niña lluvia
Hete
aquí que en la Luna de Endor un grupo de aguerridos y supersticiosos ewoks
confían sus lanudas posaderas sobre la rociada hierba para observar,
maravillados, cómo a La Estrella de la Muerte
le falta el suelo («Le falta el suelo porque no lo hay», diría enamorado de su
oficio un Físico). Por la noche temían la misteriosa jungla, pero hoy sus ojos
no podían despegarse del cielo. La gravedad —que trajo de cabeza no sólo a
Newton sino también a C. Nolan— atraía añicos y pedazos en una ceremonia de luz
y oscuridad.
Luke
brindaba botellas de champán abrazado a R2D2. ¡Un juergazo! ¡Cayó el Imperio!
Nadie
recordaba aún a los caídos.
El
chamán ewok, absorto en el firmamento fulgúreo durante un tiempo y conocedor de
que un nuevo futuro se abría camino, volvió en sí, cogió su báculo y se
levantó:
—Gracha
guharan. Naa sdrm cug min dug ank mint. (Volvamos a casa. No queremos nada con ese
mundo que solo puede corrompernos.)
Y
todos obedecieron. Se levantaron y caminaron tras él, aunque no podían dejar de
volver la cabeza y pensar en ese mundo.
El
custodio chamán golpeó su bastón e insistió:
—¡Gracha
augunch trox naa xsin! (¡Volvamos a casa he dicho, no miréis nunca más atrás, el futuro no es
historia!)
Y
todos dejaron de mirar al cielo. Pero había rocío en las plantas y en esas gotitas
se reflejaba el espectáculo estelar; y los aguerridos y supersticiosos ewoks
agachaban la cabeza y así seguían conectados con el futuro que ya estaba
ocurriendo mientras ocurría lo que estaba ocurriendo.
—¡Trox
naa pistin plu. Trox naa erg ewok po. Nia naa pur Gan trox ur pur sanag deepe! (El futuro no
nos puede alcanzar. El futuro no lo hace el ewok mediano. Solo el chamán mira
el futuro y mira luego al pueblo para enseñarle.)
Tras
sus palabras, el chamán levantó la mano y de ella sobresalía un dedo. Iba a
dictar una nueva ley a la luz de los acontecimientos.
— Dagcha
quun. Yles naa tispen plur. Sera tix quunte ixtun. Fier tfuer bikg. Gracha. (Somos
cazadores. Las luces no nos dan de comer. Para que no se olvide, desde mañana
crearemos una escuela de caza y yo enseñaré a cazar. Coged la presa. Volvamos.)
Llegaron
al campamento y lo primero fue depositar a su presa en la guarida «jugna», así llamaban
a su cárcel.
—Soltadme.
Soltadme…
Se
revolvía como un animal. Lo portaban atado de pies y manos a un palo
horizontal. Llevaba una venda en los ojos. Lo posaron en tierra, lo desataron y
lo empujaron adentro de la jugna entre risas:
—Soltadme
las manos. Quitadme esta venda, sinvergüenzas… No soy un animal.
Esto
último lo pronunció con tristeza. Sus ojos se habían rendido a la par que su
cuello… En la oscuridad de la jugna se oyó una voz arrinconada entre largas
barbas grises:
—¿Quién
eres?
—¡Un
hijo de Rousseau!
—No
sé quién es… ¿De dónde vienes?
—De
Ortag, más allá de la estrella Nice… ¿Dónde estás?, no te veo.
—Vienes
de muy lejos… ¿A qué te dedicas, extranjero?
—Soy,
antropólogo. He venido a este planeta a traer la razón, luz del pensamiento de
Rousseau.
—Entonces
serás un mártir.
—¡No
me insultes! Deja que me quite esto y te voy a…
—¿Lo
has conseguido?
—¿El
qué?
—Convertir
a este pueblo animal en un alma racional.
—Son
animales abúlicos, dominados por la incultura y la superstición…
La
rabia se apoderaba de su boca desencajada. Silencio. Ahora fue él el que
preguntó:
—Y
¿tú quién eres?
—Un
mal sueño, una sombra…
—¡Calla!
¿Ambos cautivos y no me acompañas? ¿Acaso lo harás cuando nos coman?
—…
—Si
hablas mi lengua, utilízala. ¿Cómo te llamas, extranjero?
—Galilei.
Galileo Galilei.
—Ese
es nombre de ciencia.
—…
—Rousseau
te ha nombrado. ¡Racionalista!
—¿Racionalista…?
¡Qué importan las palabras, cuando la razón ha muerto!
—Tu
tierra era lejana, y tu tiempo más…
—Llevo
aquí más de 700 años. Me alimentan con unas semillas que alargan mi agonía. En
mi planeta había un chamán que me obligó a morir en vida, retractándome de mis
palabras, corrigiendo mi pensamiento. Era un pueblo temeroso y supersticioso.
Era eso o morir… Decidí marcharme. Me había hecho años antes con unos papeles
de un conocido artista, un tal Leonardo. Eran el diseño de un aparato que
deformaba el espacio y el tiempo para viajar… El caso es que llegué aquí y…,
creo que mi cuerpo habla por sí solo.
—No
te veo.
—Mejor.
—¿Ya
has intentado razonar con ellos?
—La
razón no sirve. Los racionalistas intentamos demostrar, hacer reflexionar… Eso
solo sirve con otros racionalistas que escuchan, reflexionan, cuestionan,
avanzan, progresan, desechan lo inservible o lo que les daña cuerpo o alma…
—¡No
me rindo! ¡No me callo! Despertaré en ellos la voluntad. Encenderé la luz…
—Te
respeto, extranjero. El tiempo me dará la razón.