jueves, 22 de octubre de 2015

En un planeta no tan lejano…


En un planeta no tan lejano…
Díptero impertinente y La niña lluvia

Hete aquí que en la Luna de Endor un grupo de aguerridos y supersticiosos ewoks confían sus lanudas posaderas sobre la rociada hierba para observar, maravillados, cómo a La Estrella de la Muerte le falta el suelo («Le falta el suelo porque no lo hay», diría enamorado de su oficio un Físico). Por la noche temían la misteriosa jungla, pero hoy sus ojos no podían despegarse del cielo. La gravedad —que trajo de cabeza no sólo a Newton sino también a C. Nolan— atraía añicos y pedazos en una ceremonia de luz y oscuridad.
Luke brindaba botellas de champán abrazado a R2D2. ¡Un juergazo! ¡Cayó el Imperio!
Nadie recordaba aún a los caídos.
El chamán ewok, absorto en el firmamento fulgúreo durante un tiempo y conocedor de que un nuevo futuro se abría camino, volvió en sí, cogió su báculo y se levantó:
—Gracha guharan. Naa sdrm cug min dug ank mint. (Volvamos a casa. No queremos nada con ese mundo que solo puede corrompernos.)
Y todos obedecieron. Se levantaron y caminaron tras él, aunque no podían dejar de volver la cabeza y pensar en ese mundo.
El custodio chamán golpeó su bastón e insistió:
—¡Gracha augunch trox naa xsin! (¡Volvamos a casa he dicho, no miréis nunca más atrás, el futuro no es historia!)
Y todos dejaron de mirar al cielo. Pero había rocío en las plantas y en esas gotitas se reflejaba el espectáculo estelar; y los aguerridos y supersticiosos ewoks agachaban la cabeza y así seguían conectados con el futuro que ya estaba ocurriendo mientras ocurría lo que estaba ocurriendo.
—¡Trox naa pistin plu. Trox naa erg ewok po. Nia naa pur Gan trox ur pur sanag deepe! (El futuro no nos puede alcanzar. El futuro no lo hace el ewok mediano. Solo el chamán mira el futuro y mira luego al pueblo para enseñarle.)
Tras sus palabras, el chamán levantó la mano y de ella sobresalía un dedo. Iba a dictar una nueva ley a la luz de los acontecimientos.
— Dagcha quun. Yles naa tispen plur. Sera tix quunte ixtun. Fier tfuer bikg. Gracha. (Somos cazadores. Las luces no nos dan de comer. Para que no se olvide, desde mañana crearemos una escuela de caza y yo enseñaré a cazar. Coged la presa. Volvamos.)
Llegaron al campamento y lo primero fue depositar a su presa en la guarida «jugna», así llamaban a su cárcel.
—Soltadme. Soltadme…
Se revolvía como un animal. Lo portaban atado de pies y manos a un palo horizontal. Llevaba una venda en los ojos. Lo posaron en tierra, lo desataron y lo empujaron adentro de la jugna entre risas:
—Soltadme las manos. Quitadme esta venda, sinvergüenzas… No soy un animal.
Esto último lo pronunció con tristeza. Sus ojos se habían rendido a la par que su cuello… En la oscuridad de la jugna se oyó una voz arrinconada entre largas barbas grises:
—¿Quién eres?
—¡Un hijo de Rousseau!
—No sé quién es… ¿De dónde vienes?
—De Ortag, más allá de la estrella Nice… ¿Dónde estás?, no te veo.
—Vienes de muy lejos… ¿A qué te dedicas, extranjero?
—Soy, antropólogo. He venido a este planeta a traer la razón, luz del pensamiento de Rousseau.
—Entonces serás un mártir.
—¡No me insultes! Deja que me quite esto y te voy a…
—¿Lo has conseguido?
—¿El qué?
—Convertir a este pueblo animal en un alma racional.
—Son animales abúlicos, dominados por la incultura y la superstición…
La rabia se apoderaba de su boca desencajada. Silencio. Ahora fue él el que preguntó:
—Y ¿tú quién eres?
—Un mal sueño, una sombra…
—¡Calla! ¿Ambos cautivos y no me acompañas? ¿Acaso lo harás cuando nos coman?
—…
—Si hablas mi lengua, utilízala. ¿Cómo te llamas, extranjero?
—Galilei. Galileo Galilei.
—Ese es nombre de ciencia.
—…
—Rousseau te ha nombrado. ¡Racionalista!
—¿Racionalista…? ¡Qué importan las palabras, cuando la razón ha muerto!
—Tu tierra era lejana, y tu tiempo más…
—Llevo aquí más de 700 años. Me alimentan con unas semillas que alargan mi agonía. En mi planeta había un chamán que me obligó a morir en vida, retractándome de mis palabras, corrigiendo mi pensamiento. Era un pueblo temeroso y supersticioso. Era eso o morir… Decidí marcharme. Me había hecho años antes con unos papeles de un conocido artista, un tal Leonardo. Eran el diseño de un aparato que deformaba el espacio y el tiempo para viajar… El caso es que llegué aquí y…, creo que mi cuerpo habla por sí solo.
—No te veo.
—Mejor.
—¿Ya has intentado razonar con ellos?
—La razón no sirve. Los racionalistas intentamos demostrar, hacer reflexionar… Eso solo sirve con otros racionalistas que escuchan, reflexionan, cuestionan, avanzan, progresan, desechan lo inservible o lo que les daña cuerpo o alma…
—¡No me rindo! ¡No me callo! Despertaré en ellos la voluntad. Encenderé la luz…
—Te respeto, extranjero. El tiempo me dará la razón.