jueves, 28 de abril de 2016

Voluntarios para crecer


Voluntarios para crecer
Espe Or

Ahora que está tan de moda ser encarcelado en esta península ibérica del pillaje manual e ideológico, resulta que confluyen los astros y el escenario zoolímpico nos muestra una variopinta —a veces, rocambolesca— animalia triunfante.
Uno de los representantes de la especie es A. Otegi, portavoz hace años de grupos políticos vascos considerados ilegales en España por vivir al amparo de ETA, organización política terrorista que ha asesinado a políticos y empresarios. Por demostrarse su pertenencia a banda terrorista o banda armada fue condenado y pasó seis años encarcelado. Salió hace dos días, como quien dice. Ahora mismo, en estos minutos en los que escribo, está en el Parlamento europeo, y va a seguir allí haciendo un tour, invitado y acogido por una troupe de iluminados. Me pregunto si la pareja o el hijo o la hija de alguno de esos inocentes que fue encerrado y utilizado o asesinado para provocar la independencia de un país también tiene la puerta abierta y el altavoz encendido en el Parlamento europeo —como invitado, digo— y poder así tener derecho a réplica o señalar que su padre murió por razones «políticas».
¿Recuerdan al Dioni? ¿No? Ya llovió mucho desde que este ladrón obrara. Fue vigilante de seguridad y se agenció un furgón blindado de una empresa con billetitos dentro. Se fue de vacaciones a Brasil pero lo pillaron entre postizos y posaderas. No devolvió todo el dinero y la empresa a la que robó desapareció por bancarrota. Algunos lo tienen por un Robin Hood del pueblo. Tras la cárcel y varios negocios, llegó a grabar dos discos. Traficó con drogas. Lleva unos años subido al bólido de las televisiones y el cine. El anónimo ladrón devino en ladrón para la opinión pública, y ahora es personaje público al que algunos votan para salvarlo y aplauden en Supervivientes —ya estuvo en otros programas forrándose los bolsillos del chaqué—. Me gustaría saber si esos que le pagan desde los sofás, copa y puro de allí arriba lo contratarían como mayordomo en sus dulces y brillantes hogares. Y me gustaría saber si los que le votan o aplauden le darían trabajo sentado en su caja registradora.
Y ¿qué decir de Mario Conde? En 1993 se destapó el caso Banesto, por el que fue condenado a 20 años por perder unas cuantas maletas de dinero —no está claro si fueron maletas o camiones porque el dinero no apareció nunca—. El caso es que tras la cárcel se deslizó como pez en el agua por platós televisivos —curiosamente de la misma cadena que otros, Teleconvicto—, al parecer para mejorar su imagen pública porque, como se supo después, ¡el tío quería presentarse a unas elecciones! Se convirtió en el presidente del partido Sociedad Civil y Democracia.  Y como era tan público pues publicó libros y todo. Hoy vuelve a ser investigado porque, ¡qué casualidad!, han aparecido unos milloncicos de euros que no había declarado que tenía. Los paraísos fiscales, ya saben. Pero no pasa nada. Me aventuro a que ya tiene contrato televisivo , cheque y salón de belleza para contarlo todo todo, o sea, nada nada.
Por tocar todos los palos para que conste que es un problema social, no político —y ya veremos si es cierto que el fútbol no se toca—, el rey Midas del deporte rey, L. Messi, fue imputado y llamado a declarar hace un par de años. Fraude fiscal. Y ahora está siendo investigado también por unos papelitos que parece que se ha llevado a otro país y que se le ha olvidado declarar.
—¿Por qué no declaró usted…?
—No lo sabía. Yo no sabía que mi dinero estaba allí. Solo pago con tarjeta.
Bueno, ya se verá. Lo que ya se puede ver, que es adonde voy, es a sus fanáticos seguidores, followers, messiers, aplaudiendo al tipo cuando se destapó la noticia, justificándolo y exculpándolo.
—Él no sabe nada porque se centra en jugar. A él no le interesa el dinero.
—Su padre es el que lo maneja.
Y yo me acuerdo de Lola Flores pidiendo unas pesetillas a cada españolito. ¡Pobrecita ella! ¡Y la Pantoja! ¡Tan mal está la pobre económicamente que se ha hecho un restyling!
Y la última: el otro día, mientras tomábamos peladillas y azucarillos en una cafetería, como buenos jubilados, nos dice un amigo:
—Tengo una duda moral. Se me ha roto el botón del volumen del móvil y voy a comprarme otro, y un amigo me ha dicho que qué voy a hacer con este, porque no sabe lo del botón, y me ha dicho que me lo compra por 200€. ¿Qué hago?
—Eso se llama timar. Si quieres ser un timador, adelante.
—No, a ver, he pensado decirle que a veces el botón no va bien, a veces…
—Timar.
—Yo creo que no es para tanto, tío.
—Luego te quejas de los políticos.
—¡Eh!, no me compares ni de coña… Y si ellos no dan ejemplo no voy a ser yo el tonto… Vosotros también lo haríais. Paso de discutir con vosotros, sois unos putos envidiosos.
—Mira, has hablado para pedir consejo, así que si no te gusta te aguantas. La próxima vez que necesites confirmación de tus actos amorales para no sentirte culpables te lo callas o visitas a Bárcenas a la cárcel.
—Y vosotros sois perfectos, ¿no?
—Nadie ha dicho eso, tío, ahora estás a la defensiva.
—¡Hombre, me estás comparando con Bárcenas!
—Cada uno a su escala. Si tuvieras cerca millones no sé lo que harías…
La cosa es que el delito se está banalizando, por un lado, y acaba en erostratismo. Cada vez se oye decir más eso de «Si todo el mundo lo hace pues yo también/yo no voy a ser el tonto», ¡como si conociéramos a todo el mundo! Yo no conozco a más de 200 personas —alguno tiene 5000 amigos en redes sociales y cree que eso es conocer; aun así el número…—. En fin, una vez más la disonancia cognitiva que nos permite buscar razones que justifiquen nuestros actos, equilibrar creencias y conductas. Si creo que está mal pero quiero timar…, eso no casa bien, así que mejor si me convenzo y me creo que está bien porque todos lo hacen. Mucha gente, creyendo que de verdad esto es común, se sube al carro; o si estaba subida no se baja. Además de la hipocresía de participar del «negocio» pero criticar a los políticos que lo hacen, porque también hemos sentenciado vulgarmente que político es igual a corrupto.
Por otro lado, quizás en menor medida, observo también cada vez más el hartazgo de que alguien nos robe, aunque sea un boli, y conductas asertivas que permitan colocar a cada uno en su sitio. Lo cual es de aplaudir.
Puede que, en lugar de encontrarnos en medios de comunicación social noticias de políticos corruptos, por ejemplo, y atornillar constantemente dicha noticia hasta llegar a sus calzoncillos o a las bolsas de basura, debiéramos ofrecer reflexión y debate social, no político, con profesionales que se centraran en lo social, no político.
Crecer sanos.

lunes, 18 de abril de 2016

Cuentos de hospital


Cuentos de hospital
La niña lluvia

Sala de espera. De esas tan cálidas. No corre el aire. No corre el tiempo. No hay anestesista.
—…
—¡Pos yo siempre pregunto todo! ¡Todo…! Y ya está.
—No, si yo no digo nada, pero es que cualquiera se puede equivocar.
—Yo no. Porque para eso me estoy yo aquí. Y lo primero pregunto. Pregunto siempre. ¡Que es lo que hay que hacer! A la ventanilla, a este, al otro…
—Ya, bueno, y yo me he equivocado y no pasa nada.
—Bueno, yo lo dejo claro: que yo siempre siempre pregunto. Y ya está. Porque yo tengo mis cosas. Y no digo lo que es…
—Como todos.
—Ya pero yo no lo digo. Y me preocupo por preguntar y estar aquí. Siempre que vengo yo estoy aquí… (Pasos de bata.) ¡Oye, doctor, espera…! Mira yo…
—Sí, pero ya le he dicho antes, señora, que aún no puede ser. Espérese y ahora lo pregunto.
—¡Bueno…!
—…
—No, es que así no puede ser… Y yo no digo a nadie lo que tengo, pero…
—¿Otra vez, señora? ¡Ya está bien!
—¿Cómo que ya está bien? Ya le he dicho a esta que yo pregunto porque es así, hay que preguntar porque en la ventanilla no te dicen las cosas o las dicen mal. Y yo no puedo estar así.
—Si es que está usted molestando todo el rato y retrasando a los médicos.
—Y a nosotros.
—Señora, que yo también estoy para una ecografía y tengo prisa.
—No os metáis conmigo, que ya está bien. Yo hago lo que yo tengo, ¿eh? Y no digo lo que es porque no lo digo.
—A lo mejor yo estoy peor que usted.
—Mira, la otra… ¡cállate ya, pesada, que eres una pesada!
—Oiga, señora, dice usted no se metan con usted y acaba de insultar a esta señora. ¡Cálmese!
—¿Tú también? Vamos, hombre, todos en contra mía… ¡Ay!
—Es usted la que insulta así que no se queje ni pida respeto a los demás.
—Ya veo, ya. Todos. Todos… Pero ¡no ves que se meten conmigo! ¡Eso no lo ves!
—Veo muy bien.
—Chssss. A ver. Pensemos todos dónde estamos y nos callamos todos, ya está, ¿vale?
—Nosotros le estamos hablando con respeto… A ver si tampoco podemos hablar.
—(Chssss, si ya… Pero…)
…………………………………………………………

Ascensor. Baja de la 8. Estamos en la 0. Queremos subir. Puertas. Señor desesperado, con gafas gordas y desesperadas, y una hija más desesperada con él. El contacto. Los inquilinos eternos del ascensor tratan de salir pero el señor trata de entrar porque sabe que el ascensor va a zarpar sin él, es más, sabe que el ascensor va a zarpar sin nadie. El ascensor de hospital, esa huidiza, agresiva, inhóspita y abatible superficie de existenciales conversaciones teológicas.
—Papá, deja que salgan primero.
—¿Eh?
—A ver, déjenme ponerme delante que quedo yo por salir y voy a la -1 ya.
Ascensor a -1. Puertas.
—¡Ale! Hasta luego. Miren todos los botones no sea que con el trajín no se hayan pulsado todos.
—¡Vete ya, cojones!
—¡Papá!
—Yo solo intentaba ayudar.
—¡Pos te hubieras bajao andando, coño, que tú eres joven. Ahora tenemos que jodernos todos!
—¡Papá!
—¡Anda ya!
Ascensor a 4. Puertas.
—¡Anda tira! Y a ver si te muerdes la boca.
—Nena, cariño, unos hablan de más y otros como esta ni hablan.
…………………………………………………………

Cafetería del hospital. 10:30 de la mañana. Cola para almuerzo. En mitad de la sala una barrera traslúcida separa al personal de los visitantes, para preservar la paz médicosenfermeros VS familiaresdepacientes.  Señor y señora de unos 65 años y entrados en carnes, grasas y excesos.
—2 cervezas, 2 coca colas, una de cheetos, una de cortezas, una de onduladas y un cruasán de chocolate.
…………………………………………………………

Hospital, en su totalidad, constantemente, todo lleno, en puertas y esquinas: «Por favor, cierren las puertas».