lunes, 20 de enero de 2014

Locura


Locura
Nicholas Dunmore
¡Qué bonita y sugerente esta palabra de la lengua castellana! ¡Tantas cosas de las que hablar encerradas en un conjunto de caracteres de nuestro alfabeto!
¿Qué es la locura? En pocas palabras, es la alteración psíquica que impide una “correcta” comprensión de la realidad. ¿Alguna vez han pensado qué pasaría si todo nuestro mundo fuera al contrario? Es decir, si la gran mayoría fueran los mentalmente alterados y solo unos pocos con una salud mental óptima. Llegados a este punto, que no es más que el principio, me voy atrever a hacer una reflexión quizás algo usada: en este mundo en que vivimos se confunde lo correcto con lo que hacen todos. Se podrían poner miles no, millones de ejemplos que suceden a diario, pero creo que no son necesarios. Por tanto, en esta sociedad, aquel que no hace lo “normal”, que no aporta pruebas “científicas” de lo que dice o, simplemente, va totalmente al revés de lo que el mundo quiere que haga, esa persona, está loca. ¿Realmente esto es así? Por poner un ejemplo, si en una población de individuos esta está liderada por un sanguinario con alteraciones mentales y este transmite sus creencias a sus ciudadanos, a lo largo de las generaciones esta población habrá adoptado por costumbre y habrá aceptado como correcto lo que ha ido viendo de sus padres y abuelos hasta lograr un alteración mental indirecta generalizada. En este momento aparece una persona en esa población que, por lo que sea, tiene una capacidad de razonamiento objetivo superior a la media y comienza a cuestionarse el porqué de las costumbres según su parecer absurdas y a revelarse contra ellas. Para los infectados esta persona está loca, sin saber que realmente ellos son los que padecen una locura generalizada debida a un pasado al que toman como modelo. Si han entendido el ejemplo, ahora aplíquenlo al mundo actual. ¿Y si resulta que los “locos”, los “raros” y los “frikis” tuvieran si no toda, parte de la verdad? Está más que claro que ciertos comportamientos humanos no son precisamente de muy cuerdo y sin embargo los tragamos a diario sin inmutarnos. Luego vemos cómo personas anuncian la extinción de la especie por la superpoblación y los llamamos locos o nos jactamos de sus argumentos. ¿Se han parado a pensar que pueden tener razón? ¿Se han parado a pensar la cantidad de vueltas que le hemos dado a lo largo de los siglos a nuestra percepción de la realidad y que probablemente lo que creemos real no sea más que un deliro colectivo? ¿Y si estuviéramos inmersos en tal grado de locura que no somos capaces de distinguir lo real de lo irreal? Queridos lectores, queda terminantemente demostrado que la sociedad humana sufre un delirio colectivo creado a partir de ilusiones y alucinaciones de nuestros antepasados.
Pregúntense quién es el loco, el individuo o la sociedad.

domingo, 5 de enero de 2014

Malformación ética


Malformación ética
Espe Or

Vamos con los datos, recopiladitos y todo, de la amplia variedad de la prensa de la información:
-en 2004, en la Memoria de la Fiscalía General del Estado, el fiscal Cándido Conde-Pumpido advierte del crecimiento exagerado de maltrato de hijos a padres;
-el coordinador de la fiscalía de menores de Tenerife, Miguel Serrano, atendió en 2004 unos 60 casos de maltrato de hijos a padres;
-el fiscal de menores de Cádiz, Jesús Gil Trujillo, asegura que en esta ciudad se ha triplicado en 3 años el número de casos;
-un estudio en El País Vasco sobre el año 2006 manifiesta que el 7% de los adolescentes ha maltratado al menos una vez a sus padres (unos dos mil casos);
-según la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2009, ese año se registraron más de cuatro mil doscientos casos de hijos que agredieron a sus padres;
-La Voz de Galicia, en diciembre de 2013, afirma que el maltrato a padres ha aumentado un 41% en tres años y explica uno de los casos: A Coruña, madre quita ordenador a hijo porque es muy, muy mala, e hijo coge un cuchillo y la amenaza para que se lo devuelva;
-en Sevilla un padre de 42 años denuncia a su hijo de 15;
-Diario Información, de Alicante, 31 de diciembre de 2013: La Fiscalía recibe todos los días denuncias de maltrato de hijos a padres en la provincia (la mayoría son por insultos y amenazas; y los casos de niñas que vejan y agreden sufren un fuerte incremento);
-desde 2007 diecisiete mil menores han sido procesados por agredir a sus padres.
Suficiente para hacernos una idea, ¿verdad? Mi amigo Fran me dice que «Hemos pasado de Francisco Franco y el padre que se cree Dios a familias desestructuradas y que lo consienten todo», familias en las que el niño se cree Dios. Creo que los psicólogos lo están llamando complejo de emperador. Y sí, esto es propio de España, verdaderamente; pasamos de un polo a otro, del blanco al negro, de unos políticos a otros, de te quiero a te odio. Y nunca frenamos en el gris, en el término medio, para contemplar; aquel que Aristóteles, nada menos, elevaba a virtud ética: el justo medio. Y como decía mi profesor de griego: «Los griegos eran antiguos, pero no eran tontos».
Alguien puede estar pensando, reflexionando sobre esos datos, y señalar que «Eso es porque ahora salen a la luz…, los medios de comunicación…, pero eso ha pasao siempre». Pues mire usted, no. Las reglas de la educación nunca han permitido la inversión de trato, salvo en excepciones de éticas parapléjicas o malformadas. Un hijo nunca había ordenado a un padre que se marchara a trabajar; un hijo nunca ha tenido autoridad —de ningún tipo— para ordenarle a un padre hacerle la comida o limpiarle la habitación, y mucho menos bajo amenazas. No. Esto es de hoy. Hoy sí ocurre. Y ocurre porque el matrix egódoxa —con tu permiso, Eva—, el todopoderoso egódoxa, ha pensado que todo es opinable, y puesto que opinable ergo válido aunque sea para mí. Y parece también que la validez de mi opinión convierte a esta en útil para mí, o sea, en práctica. Y así el egódoxa «dirige sus épicos pasos en el acontecer», sabedor de que, mientras aceptemos que un niño de 5 años se acostumbre a decidir con libertad y validez que quiere cenar unos tomatitos cherry con tofu y la mamá vaya a comprarlos a las 8:45 corriendo como una descosida para que no le cierren y tenga que enfrentarse a una rabieta del niño de dos días, el niño tiene cualquier batalla ganada —y ojo, que luego llegas a casa con los tomatitos de las narices y te dice con ñoñería que no, que quiere un filete—. Su arma: elige porque tiene opinión. ¡Un niño de 5 años!, cuya opinión podría ser, llevado al extremo, cenar todos los días en Mcdonalds. Pero claro, si un adulto ya lo consideraría válido «¿y por qué no…?», apaga y vámonos.
¿De verdad no nos damos cuenta de que hay una relación directa y lógica entre la forma de educar de los últimos 20 años y estas noticias aberrantes? ¿Somos tan egódoxas que no vemos más allá de nuestras narices? ¡La culpa es nuestra! Somos nosotros los destructores y forjadores del caos educativo. Somos los protagonistas de esta aventura que es la vida. Somos una mierdecica en el universo, sería iluso pensar que el universo conjura y nos persigue para llenarnos de fatalidades. La educación es nuestra tarea. No podemos esperar a que la hagan por nosotros, disculpándonos con horarios horribles —¡que los hay!—, y todas las otras quimeras causantes de nuestras desgracias.
Despertemos ya con ilusión y pongámonos a trabajar, que se hace tarde.

miércoles, 1 de enero de 2014

No somos nadie


No somos nadie
El niño cielo

—Es que no entiendo por qué existen los cuartos. Es un mareo. Todo el mundo se equivoca y empieza en los cuartos.
—¡Ya ves!
—…
—Es lo mismo que con los nombres. ¿Por qué hay que ponerle el nombre al niño? Un niño debe elegir su nombre. Es así. ¿Por qué se lo imponemos al nacer?
—Estoy harto de estas convenciones burguesas. ¡Arriba el espíritu romántico!
—Condenamos a un niño a un nombre. Lo sujetamos, lo anclamos, lo determinamos… Fatalismo nominal.
—¿Dónde está el libre albedrío? ¿La libertad de la realidad radical?
—Decía aquel que el ser humano siempre es libre para elegir… Excepto en 3 casos, digo yo: no podemos elegir no poder elegir; no podemos elegir la familia en la que nacer; y no podemos elegir el nombre.
—Podemos cambiárnoslo.
—Ya, pero no es lo mismo. Hasta que te lo cambias es una condena. «¿Cómo te llamas?». «¿Cómo me llamo?». Realmente no me llamo, me llaman, me han llamado ya.
—Es indigno.
—Ignominioso.
—Con lo acertado que es un Tú. El Tú está infravalorado, subestimado…
—Desprestigiado.
—El Tú señala, es deíctico.
—Sencillo, fuerte, enérgico, directo.
—¿Impreciso?
—Sí, pero solo cuando hay más de uno. Y para impreciso el tiempo, y ahí estamos todas las tardes en el Telediario... O la estadística: dos de cada cuatro personas ha sido infiel, y yo a mi mujer le pasé el supercuestionario..., así que... ejem.
—La verdad que un Tú remarca.
—Pues ya está... Y luego el niño que se ponga su nombre, que elija de verdad, desde su libertad como ser humano.
—¡Desde la Revolución francesa y el «Liberté» hasta hoy y ni siquiera uno puede elegir su nombre!
—No somos nadie.