miércoles, 21 de mayo de 2014

Oh, mundo


Oh, mundo
El niño cielo

Por el desierto, donde los mosquitos pican y las calaveras se derriten…
—Odio al mundo. Pero mi confesor, que además es psiquiatra, siempre me decía: «Quien mucho abarca poco aprieta». Así que voy a ir poco a poco. Odio España.
—¿Cura y psiquiatra?
—Bueno, así curaba el alma con más oficio. «Psique», alma.
—Ya. Y has dicho «decía». ¿Es que murió?
—No. Solo enmudeció. Así, de repente. Dejó de hablar. Y nadie sabe si es voto de silencio, si es una enfermedad…
—Claro, como no ha podido contárselo a nadie…
—Pues eso.
—¡Pobre hombre!
—No. Él está bien. Ahora practica golf.
—Ahí no hay que hablar.
—Y ajedrez.
—Ya veo. Sacando rendimiento a sus capacidades.
—…
—Pues si odias España te cuento la última para que vomites.
—Ya no me sorprende nada.
—Leo en internet, a lo mejor es una trola, que traducen poemas de Lorca a «lenguaje normal».
—¡¡¡Qué!!!
—Te lo dije. No sé si será, pero piodría ser.
—WTF.
—El Romancero gitano pasa a llamarse Los gitanos y sus movidas.
—¡¿Estamos locos?!
—Los creadores dicen que es para acercar a Lorca al público. ¡El mainstream!
—¿Acercar? ¿Acaso Lorca quería que le acercaran a Kiko Rivera o a Belén Esteban? Si hubiera querido acercarse a este hubiese escrito Nena, estás bien acolchada, o Nena, me crujes to lo negro, o Nena..., Nena. ¡Me cago en to lo que se menea!
—Parece que algunos profesores lo ven bien.
—Porque no lo entienden ni ellos. Pero lo peor es que ni lo intenten.
—Espera que tengo la noticia en el móvil.
—¿Tienes señal aquí?
—Tengo 7G.
—¡Qué tío!
—Mira, aquí: en vez de «Amor de mis entrañas, viva muerte / en vano espero tu palabra escrita» han traducido «Te estás columpiando y eso hace que me ralle un poco, ¿sabes?».
—¡Qué chapuza! ¿Eso es «lenguaje normal»? ¿«Normal»?
—…
—Además, está mal traducido. Sería: «Buenorra que me rajas la panza cervecera con tus chascos / (let me take a selfie) asín que mándame un wassap pa saber algo de tus curvas».
—Ahora saldrán diferentes versiones.
—Me voy a abrir las venas.
—No salpiques.
—¿Tú te imaginas que un fulano coge ahora el Anfiteatro romano y lo tira abajo definitivamente y monta una carpa de circo gigante?
—Para que los «normales» se hagan una idea, ¿no?
—¿O que se repinte un cuadro de Dalí pero sin surrealismo? Con los relojes tiesos. Porque yo veo un Dalí y tengo que esforzarme para entenderlo.
—Ahí está el meollo. ¿Esforzarse? «¡De qué vas, chaval!», te diría un «normal».
—De «normal» nada. Subnormal.
—Se acabó la cultura del esfuerzo.
—Se acabó el espíritu, el alma, lo que hay detrás, «Lo de dentro», diría Robe Iniesta.
—Y, ¡ojo!, que detrás de esta idea de genio coñón está el dinerito. Así se embolsan lo que dejan unos en la caja para leer cómo Lorca dice «Joder», «Hostia puta»… Ya me los imagino ahí: «Ostia, mira lo que pone: “Me mola quedarme empanado mirando arriba / Es una putada que el cielo mole tanto y esté tan lejos”». «Mola mazo, tío, es la ostia». «Joder, ya ves». «Ya ves, joder, es la puta ostia». «Ostia puta». «El Lorca este es lo más de la ostia». «Ostia. Es la caña». «Joder, qué buena ostia, ostia». «El puto amo». «¿Has visto al Rafa Mora ese de… hoy riéndose de la pava de la hermana de Kiko Rivera?». «No. Y ¿tú sabes si es mejor el Ultra Gig 7D500, con pantalla humana, o el Billy Joe 1001 GRRRR?».
—…
—El arte y la cultura se están amoldando a la idiotez humana.
—¡Mujeres y hombres y viceversa se ha abierto de piernas para que nazca su futuro Mesías que acabará con la creatividad individual y salvará a la supermasa borreguil de la amenaza intelectual!
—¿Te acuerdas cuando vimos la peli Idiocracia?
—No me la recuerdes.
—…
—...
—Oye, y ¿tu confesor ese qué hace con su vida?
—Ahora mismo se está preparando para dar el salto a la música muda.
—¿Instrumental?
—No. Muda.
—Y ¿cómo es eso?
—No sé. Es pionero.
—…
—Bueno. Pues ya hemos llegado. Aparca el camello y vamos a tomar unas cañas.

jueves, 15 de mayo de 2014

Una historia verdadera…


Una historia verdadera…
El niño cielo y  Korin Lumbago

Biblioteca Municipal, sala de estudio, 18:00 horas, un apacible y caluroso miércoles en el que atardezco altruista.
—Hola, buenos días.
—¿Sí?
—Mira, traigo unos libros que ya no necesito, me están ocupando espacio y… creo que aquí van a estar mejor aprovechados, la verdad.
—Aha. Pues, mira, si quieres puedes dejarlos allá.
Majestuosa, se limaba unas uñas descascarilladas y enfermas, uñas mortecinas, de cementerio.
—Ummmm. Sí… Bueno… ¿Tienes… por ahí algún carrito?
—No.
—Un carrito de esos para llevar…
—Creo que no, ¿eh? A ver… No.
—Es que… son más de 150 libros, ¿sabes? Yo creo un carrito de esos con los que vosotros…
—No. Ahora mismo no caigo.
—…
—Si quieres puedes preguntar abajo al bedel, a lo mejor…
Después entendí que tras esta frase se ocultaba «Ya te he dicho que no. ¡Lárgate! ¿Por qué insistes?».
—¿Abajo?, ¿eh?
—Sí. Por donde has entrado pero a la izquierda.
«Por donde has entrado te sales, subes al coche y puerta», querría decir.
—Vale.
Abajo. Garita del bedel. Si uno se asoma un poco durante la conversación puede ver cómo el tipo está sentado subrayando lo que parecía ser el temario de unas oposiciones. Tema 4. Aunque no acerté a ver a qué opositaba. ¡Lástima!
—Buenas.
—¿Sí?
—Es que he traído unos libros… para donarlos aquí a… y necesitaría un carrito para bajarlos del coche y llevarlos arriba.
Entre las cejas y las gafas, desde la cumbre por la que le miraba yo,  asomaba una mirada como de «¿Qué coño dice este?», pero que decía:
—¿Carrito?
Y nos quedamos ambos en silencio. Fue el mismo silencio con el que Clint Eastwood se enfrentaba en duelo a Lee Van Cleef en El bueno, el feo y el malo. Pero no traía el revólver. Era como si esa palabra, «carrito», le trajera connotaciones de antaño, de un tiempo en que soñó y jugó, quizás de su infancia tan lejana, quizás de un tiempo cercano en el que conoció algo así como un amasijo de hierros con unas ruedas que servía maravillosamente para transportar objetos.
—Sí.
El calor me inundaba. Me iba poniendo cada vez más nervioso. Sentía algo así como un ardor abatible, cierto hormigueo tenso desde el estómago, y me subía por los brazos hasta oprimirme el cuello. Se me abrían los poros como volcanes rojos.
—Pues… creo que no, ¿eh?
Ese «¿eh?» era una Black & Decker que me taladraba la cabeza porque yo sabía que lo que quería decir era «Pa’qué cojones trae este ahora libros aquí».
Yo miraba hacia la calle. Veía mi coche. Visualizaba mentalmente el maletero. Calculé en un segundo y medio que se trataría de unos ocho o diez viajes. Sabía que el tipo no iba a dejar su cómoda garita para ayudarme.
—Vale.
Subí de nuevo.
—El bedel dice que cree que no hay.
—Ya te lo he dicho… Es que… no me suena a mí que...
—Ya. ¿Entonces te los dejo allá? O sea, en la entrada de abajo, ahí en la rinconada, no puedo ¿no? Y luego ya vosotros… si eso…
—No, lo siento. Ahí es que no…
Queriendo decir «Tío pesao. Vete ya y deja de dar por culo con tus libritos. ¿Te has puesto hoy precisamente a dejar de ser “librógenes”? Déjalos allí o te los comes, pero déjame mirar el wassap que me he quedao a medias». Tenía la elegancia de un supositorio desnudo, de un lápiz de labios barato, un pelo cardado impostado, una camisa de un blanco agrio y una boca lánguida y vencida como un sauce llorón. Mascaba chicle y sus palabras salían forzadas, estiradas por la silla en la que se sentaba. En la piel de la cara aún humeaba el último cigarrillo que se había fumado.
—Vale, venga, pues… voy a ver.
—Hum.
Minutos después de sudor, gimnasio e indignación por las carencias de esta administración, me volví a acercar:
—Nada, que… te dejo si quieres mis datos por si alguien quiere…
—Si quieres.
—…
—…
—¿Tienes algún papel de justificante o… algo?
—Espera.
—…
—A ver, mira, aquí mismo.
Era una cuartilla pequeña, tipo post it, sin encabezado para datos, sin marca de seguimiento... En ese momento supe que mi firma iría a la hambrienta papelera en cuanto le diera mi culo a la tipa.
—¿Pongo también mi teléfono?
—Si quieres.
La miré con la incomodidad de un donante de esperma. La miré con la repugnancia de un mejillón crudo. La miré vencido, trabado, hueco, anestesiado. La miré como se mira una malformación ósea, como se mira una nevera vacía, como se mira la mente de un asesino confeso. La miré y vi una catarata gris y seca en sus ojos quebrados.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Otra vez Kiko


Otra vez Kiko
El verdugo de los mendrugos


El motín de Esquilache acabó mal. Acabó mal para el pueblo, para España, digo. Supuso un retraso cultural porque los españoles no estaban preparados mentalmente, culturalmente, para recibir ideas entonces modernas —alguno diría vanguardistas—. No puedo aplaudir la decisión que tomó el pueblo hace tres siglos.
Sin embargo, el motín de Medina sí merece a mi modo de ver un aplauso.
Medina del Campo, localidad de Valladolid, tierra de vinos y catadores de reconocido gusto, parece que se ha indignado al conocer que su ayuntamiento contrataba a Kiko Rivera, Riverita, como DJ para sus fiestas. Bueno, mentiría si me quedara aquí, aunque me gustaría que la noticia fuera exclusivamente esa. En realidad la indignación es porque le pagan once mil euros de dinero público —el ayuntamiento dice que solo cinco mil—. A mí me indigna también. Pero lo que me revuelve el estómago es que él pida esa suma o que alguien valore a este tipo como ¿cantante?
El caso es parecido a preguntarse si Chigrinskiy —ex del Barça, ¿lo recuerdan?; no pasa nada, casi nadie lo recuerda; él tampoco recuerda que estuvo allí; tampoco recuerda si fue jugador de fútbol; lo mismo pasó en el Madrid con Flaubert, ¿recuerdan?—, repito, si Chigrinskiy vale los cerca de veinte millones de euros que se pagaron por él. Parecido a si mi queridisísima amiga Belén vale los miles de euros que dicen a la semana —cien mil, dicen; no me creo tanto—.
Según Florentino Pérez uno vale lo que genera. La ética y otras cuestiones no económicas no cuentan.
Y este botarate de postal lleva en el mercado de la música… ¿cuánto? ¿2 años?. Aunque puede que ya pinchara en su casa —no me refiero a globitos lubricados, no penséis mal, que os conozco—. Y pinchar en la casa de uno es como querer hacer unos largos en las olimpiadas pero entrenar en una piscinita Toy. ¿Las recuerdan?
Hay jetas que campan a sus anchas en una península en la que debería resucitar don Quijote para atizar a tanto tragabilletes y robacarteras mimado que no ha sudado en su vida, y que vive a desgracias de un pueblo socialadormecido —porque si despierta quizás habría asesinatos y suicidios en masa—. Con sudar me refiero a currar un poquito, y me refiero a curro, desde limpiacoches a médico, no al juego caprichoso de un niño que ya de joven quería ser jugador del Madrid, —jjuhghjfjhfftuf, perdón, se me metió un tiburón, creo, en la boca, pero no me reía— ¿o era entrenador?
A lo mejor los de Medina querían traer un mono de feria.

martes, 6 de mayo de 2014

El fútbol no se toca IV


El fútbol no se toca IV
Eva Tacazo

—Oye, mira eso.
—¿Qué?
—El video… ¡Chema, dale voz!


—¡Qué fuerte…! Pero le devolverán el dinero de la entrada, ¿no?
—¿Solo te interesa eso?
—No, hombre. Pero, vamos, que también importa, ¿eh? Que pueden ser cincuenta euros a la basura. Que a lo mejor el chaval los estaba ahorrando. Imagínate que lo ha robao o se lo ha pedido a un prestamista. ¡Vaya sentimiento de culpa!
—A mí lo que me duele es que habrá quien piense que el chaval ha ido allí a provocar.
—Sí, sí. Eso seguro. Ponme otro quinto, Chema, que con el calor esto entra de dos tragos. Pongo el cuello así, de jirafa, mirando al cielo, y cae de golpe. Como un embudo.
—Es como si violaran a una chica y dijeran: «Claro, va en minifalda, de noche, por la calle, con los 3 primeros botones desabrochaos, y se le veía el tanga… ¡Violación fijo!».
—Hay que tener mucha jeta pa eso. Parece que vayamos pa’trás, involucionando. Yo a mi hija le tengo que decir que se tape. «Eres un antiguo», me dice. Y tiene nueve años ya.
—Presión por pensamiento de grupo, llaman los loqueros a esta vergüenza.
—Asusta el nombre.
—Un grupo altamente cohesivo e identificado, como los seguidores de un equipo, con defectos como falta de estudios superiores que ofrezcan un nivel cultural alto, homogeneidad elevada entre ellos…
—¿La homogeneidad no es buena?
—Hombre, bueno y malo… Si se parecen mucho entre ellos… A ver: siempre es mejor rodearse de gente diferente. Mejor. Pero es más cómodo y fácil rodearse de iguales, que nos dan  poca información contraria a la nuestra y no nos ofrecen otro punto de vista; porque, a lo mejor, quién sabe, podríamos estar equivocados. O sea, lo que queremos es que no nos mareen. ¿Entiendes?
—Bueno, un poco rollo psicológico raro de esos.
—A ver: si tú y cinco amigos muy parecidos a ti, con los mismos estudios, preparación, creencias, etc., tenéis que valorar en vuestra opinión cuál es el mejor jugador del mundo, ¡y todos sois del Madrid!, por ejemplo, ¿de qué equipo crees que elegirán al jugador?
—Ah, claro. Eso es así. Como ser del PP y no ver La Sexta.
—Pues eso es un defecto de los grupos, dicen.
—Ah.
—Además, hay que añadir un factor: estrés por amenazas externas.
—¿Estrés?
—Claro. ¿Tú has visto al chaval? ¿Crees que está acojonao o no?
—No lo parecía.
—Exacto. Porque está esforzándose por simular control de la situación, sabiendo que si se pone nervioso o se exalta el grupo lo percibirá como provocación física, además de simbólica por la camiseta.
—Vamos, que se imagina que si protesta o se queja o hace aspavientos se le echan encima… ¡Chema, otro!
—Se lo meriendan y el espectáculo puede continuar. Aquí no ha pasao ná.
—Lo sepultan en el cemento de la grada.
—Chema, otro para mí. Y unos boquerones.
—Y estos son los de «Els valors» y tal…
—Sí. Luego pitan ellos al himno de España y resulta que están en su derecho. Pero vamos, no podemos caer en la tontería de juzgarlos a todos por igual. Gracias. Oye, Chema, y ¿tú cómo ves lo del chaval?
—Yo cogía a todos los que le chillaban y los metía un año entero a estudiar… Pero no matemáticas. A estudiar algo que les hiciera entender la idiosincrasia, la conducta social, la tolerancia del otro, los derechos sociales… Ahí, por un tubo, en vena, en supositorio, to pa dentro, hasta que estén embutíos.
—…
—«Cráneo privilegiado».
—…
—El fanatismo, que es lo que se lleva, es criminal. ¿A qué van muchos al fútbol? A insultar, a agredir. Nos convertimos en cavernícolas. Volvemos a la tribu. Se desata la bestia ancestral. Podrían simplemente animar a los suyos. Pero no. Es mejor machacar al otro. Mira el otro día con lo del mono del negro del Levante, o lo del plátano… Lo que no se permite en la calle ¿se tiene que permitir en un campo de fútbol?
—…
—Y lo peor no es que se permita, sino que esté bien visto… «¡El horror!», decía Marlon Brando en Apocalypse now.
—Hum. Pues esta noche sale Rubí. ¿Te acuerdas de él?
—Me suena.
—Era directivo del Atleti de Gil.
—¡Anda! Ya me acuerdo.
—Pues va a explicar cosas sobre el dinero negro en traspasos y tal.
—¿Del Atleti?
—Del Atleti de Gil. Pero el Follonero le preguntará por hoy, seguro.
—¡Panda de chorizos uno detrás de otro!
—Hum. Ladrones, manguis, retrasaos, manirrotos, robaalmas, destrozahogares… No le preguntes a Chema qué haría con ellos que me da miedo.
—Y si tú estuvieras ahí de directivo ¿lo harías también?
—¿El qué?
—Trapichear. Llevártelo de aquí para ponerlo allí, pero con traje de chaqueta.
—No…
—Hum.
—Bueno, depende.
—¿Depende?
—No sé. Es que… A ver, robar no, ¡eh!… Pero, vamos, que…
—Que sí, ¿no?
—Bueno… A ver: tú estás ahí, currándotelo con los fichajes, yendo y viniendo, y las dietas o los incentivos, por ejemplo, ¡eh…! Lo que quiero decir es que a lo mejor se pegan unas curradas… Y eso podría estar incentivado. Y un incentivo a todos nos gusta, no digas que no.
—Pero ¿incentivos blancos o negros?
—Bueno, el color no importa, no vamos a discriminar ahora.
—Ya. Pues no lo veo bien, la verdad.
—Es que… es la presión del pensamiento de grupo esa que comentabas, que es muy fuerte. Si no es por mí. Es que… ¡Si lo hacen todos qué hago yo!
—¡Claro, claro! ¡Eso lo explica todo! Pero les acabas de llamar manguis, retrasaos, destrozahogares…
—¡Bah! Tú también lo harías, hombre. Ahora no te retractes. Si lo has dicho tú antes: la presión del grupo.
—¡Joer! Lo he dicho precisamente para explicar cómo nos dejamos llevar por defectos sociales que construimos mientras nos autoengañamos. ¡Es un error!
—Mira, no me líes, ¿eh?, que siempre haces lo mismo. Chema, otro quinto.
—Si te queda la mitad.
—¿Eh? Esto me lo bebo ya, mientras me trae el otro.
—¿Es eso o aparentas control de la situación para evitar la amenaza exterior, que en este caso soy yo?
—¿Qué dices? Que tengo sed y punto.
—«¡Y punto!» Vaya. Ya tardaba en salir la frase.
—¿Qué frase?
—La de Belén Esteban: «Y punto». Una frase despótica que usas cuando no tienes argumentos y estás nervioso. Chico, somos amigos, yo no soy tu amenaza.
—¿Qué amenaza ni qué amenaza? Que tengo sed… Y digo «Y punto» porque ahora resulta que vas a saber tú lo que yo pienso o lo que siente mi cuerpo, que solo quiere otra cerveza.
—Pues no te ofusques.
—¿¡Quién está ofuscado!? Chema, dile al mamón este que hoy se va a casa andando.
—¡Joer, cómo estamos!
—¡¡Si somos del mismo equipo qué hacemos peleándonos...!! Chema, la cuenta.

jueves, 1 de mayo de 2014

Café, copa y gato


Café, copa y gato
Eva Tacazo

—Bueno, todos los días no. Pero de vez en cuando está bien.
—Ya.
—Aunque empecé yendo una vez al mes o así. Y a los 3 meses ya iba cada sábado.
—O sea, que vicia.
—Ummmm. Engancha. No se puede explicar… Por eso no me entiendes.
—¿No?
—Es que…, es la sensación, ¿sabes? Además, la cafetería es supertranquila, con una musiquilla tipo «chill out» pero más juguetona, más cómic… Hay casitas, pelotitas, sofás, plataformas para que salten. ¡El café lleva dibujada la cara de un gato con la espuma!
—Pero ¿el gato te lo dan ellos o puedes elegirlo tú?
—Los gatos están ahí, a lo suyo; unos retozando, otros jugando; y al poco te viene uno y se entrecruza por tus piernas. También puedes acercarte tú, con mucho cuidado, claro. Los hay de muchas clases: angora, bengalí, ¡un bombay!, que yo flipé al verlo, británico, plateado, cartujo…
—Y ¿el callejero de toda la vida?
—¿…?
—Chico, vaya experto te has hecho en unos meses. En el instituto no te aprendías la columna del hidrógeno y te sabes ya todos los nombres de los gatos.
—La motivación… No es lo mismo, hombre.
—Será eso.
—De verdad, fui hace dos días y ya me apetece volver. Es una sensación tan relajante. Te pones a acariciar al tuyo y se te pasa el tiempo volando.
—Bueno, eso de tuyo…
—Ya me entiendes.
—Sí.
—Y miras a los demás y están igual, ahí, tranquilos, acariciando, sintiendo al gato, su respiración, lo que él siente, cómo mira, cómo observa, cómo mueve la boca… ¡Cómo se quedan tirados encima de cualquier cosa! Te ríes un montón. ¡Es que te los comes!
—Sí, sí. ¿Y sus necesidades?
—Claro, sientes sus necesidades. El animal necesita dar y recibir afecto, sentirse querido, deseado. ¿Entiendes?
—No, hombre. Que si le entran ganas de cagar…, se te caga encima, y te jodes y bailas.
—Sí, me pongo tutú, no te jode. Llévate un yoyó y hacemos pareja.
—Te lo digo en serio.
—Bah. Los gatos son muy limpios, hombre. Si lo necesitan van. Son muy independientes, saben lo que quieren y lo buscan. No tienes que preocuparte por esas cosas… Es sinónimo de ternura. Y también les encanta que les acaricien y jueguen con ellos. A mí me encanta jugar con ellos. Froto su panza, sobo sus patitas y su nuca…
—Y ¿qué dice Laura? Porque si te oyera… Alguna de la mesa de al lado te denunciaría por mirarla mientras acaricias a un felináceo de esos.
—Laura no lo sabe, no ha ido nunca. Además es una cafetería como otra cualquiera. Por qué iba a decírselo.
—Si yo no digo nada… Y ¿no te compras uno?
—Pos es que a Laura no le gustan. Ya ves.
—Ya. Pues serán limpios, pero a las 8 de la tarde les han tocao ya cincuenta personas, con sus manos y sus bocas, sus pulgas también.
—Chico, qué hipocondríaco eres.
—¿El qué?
—Que eso da igual. Eres muy exagerao, muy aprensivo.
—Ya. Bueno, entonces acabas. Un ratillo, ¿no?
—Una horita.
—Eso. Y te vas y ya está. A otra cosa.
—Lo dices así como si… no me importara. Me voy caminando y pensando en ellos. Bueno, con el que he estado.
—O sea, que fantaseas encima.
—¿Qué dices?
—No. Lo dices tú. Lo acabas de decir. Es lo que hacemos cuando conocemos a una chica que nos ha gustado o cuando nace nuestro hijo y no lo vemos a lo largo del día… Esas cosas, ¿recuerdas?
—¡Ya estás!
—Y ¿no repites?
—Normalmente no. Creo que repetí una vez. Es que vas y… ves a otro y… te apetece cambiar y tocar otro.
—Como los coches, los consoladores...
—¡Anda! No digas tonterías. Si no lo pruebas no puedes hablar.
—Si lo probara no hablaría nunca más. Antes me voy a Supervivientes.
—Si no te gustan los gatos no me creo que te vayas allí a rodearte de bichos.
—Pues no sé qué diferencia ves tú entre un gato y un cangrejo.
—¡Ala! Ya te has pasao.
—O las serpientes. Hay gente que colecciona. Y también las acaricia.
—No es lo mismo.
—Por la cultura.
—El gato es un animal de compañía.
—Bueno. Eso está por demostrar.
—Lo que quiero decir es que… es como una personita, como un niño, con los ojillos, y el ronroneo,
—eso, ronea también con él.
—Estás un poco arisco, ¿no?
—Debe de ser por el tema.
—Para tu información, somos muchos los que pensamos que los gatos son más reacios porque
—¿reacio o arisco?
—Son más reacios, ¡eh!, reacios porque descubrieron hace mucho cómo son las personas.
—Somos.
—Son. No me incluyo. Ya ves que yo sí me acerco a ellos. Lo que pasa es que a ti no te gusta dar cariño. El gato es un animal que gusta a la gente que da cariño.
—Ya. Yo a mi hijo lo abandono cada día. Lo tiro al cubo de la basura y luego lo recojo en comisaría. Me lo dan comidito y todo. Y en casa duerme en el horno. Es lo que hacemos los tipos como yo con los niños hamburguesa.
—Los gatos son muy educados para el humor que tú tienes. No te duraría en el regazo ni diez segundos.
—Mi sentido del humor es porque este negocio me huele a gato encerrado. Ah,  y es fácil ser un gato educado estando tan cuidado y bien alimentado. Pero ¿cogerías también a los de la calle y los sobarías y tal?
—El gato tiene una manera diferente de llegar a tu corazón.
—¡Joder! ¿Eso es de Allan Poe?
—Solo te digo que ir allí a estar con ellos es incondicional, y mutuo. Él no pide dedicación constante.
—No, solo que va de mano en mano cada hora…
—He ido algún día triste y creo que lo nota. Y sobre todo me alegra. Me aporta. Me llena…
—Lo van a recetar los psicólogos. Un gato cada ocho horas. Después de las comidas. Y ¿qué te falta para que te llene?
—Peinarle, por ejemplo, fortalece tu relación con él para cuando vayas otro día y te reconozca.
—¿Le hablas?
—Todo el mundo lo hace. También con los perros.
—Cuando son suyos. O en cierta intimidad.
—Es importante forjar esa simbiosis.
—Yo lo hago con mi mujer. Pero, vamos, que me estás convenciendo, ¿eh?
—Es distinto, hombre.
—Y si voy con un gato mío ¿puedo entrar?
—No sé, vaya pregunta, tío. ¡Y si tienes pa’qué vas a ir!
—Eso digo yo. Si tienes pa’qué… La cuestión es tener o no tener. Pero si «no tener»…, ¿no te cuestionas nada de lo que haces? Bueno, déjalo. Y si voy con perro o con un oso hormiguero, ¿eh?
—No digas tonterías. Es una cafetería con gatos, ¡animal!