lunes, 10 de octubre de 2016

Los auriculares o La realidad


Los auriculares o La realidad
El niño cielo

El materialismo en exceso, como casi todo, es muy malo. Pero no me negarán que las cosas tienen cierto valor. Hay cosas que aparecen en nuestras vidas como algo fresco o divertido; hay cosas cuyo valor desconocemos hasta que son creadas y puestas en nuestras vidas. En estas veo yo los auriculares.
Resulta que decide uno caminar por la realidad: puede uno ir a por el periódico, al estanco, al súper, a por sus hijos al cole, al banco —la cosa se va poniendo cada vez más bonita—, al examen de conducir o B1 de inglés… En un momento dado puede echar de menos unos auriculares. Escuchar la música que a uno le gusta en ese momento dado puede salvarnos la vida. La realidad es demasiado insoportable para prestarle toda nuestra atención, así que uno puede decidir libremente ponerse sus canciones favoritas, incluso tararearlas aunque le miren a uno por la calle —escuchar a Robe «Carne y hueso. Se muere el mundo de hambre alrededor», en La ley innata—:
—(Mira el flipao ese).
—(¡Qué miras, infeliz!)
Puede dejar uno de pensar que en su trabajo ha oído noticias de que pueden cerrar y empezar los despidos, por ejemplo. Cuestionaba Millás que alguien pudiera soportar el 100% de realidad, decía que por eso nos engañamos y aceptamos o nos gusta que nos engañen en aproximadamente un 30%. Después de observar un poco parece que la realidad crece en su«insoportabilidad». ¿Qué tal si añadimos un porcentaje más de evasión?
Cuando uno camina a por el periódico, al estanco, al súper…, puede uno encontrarse, por ejemplo, con una joyería que cierra, con un salón de juegos que abre, o con un local que está en obras. Mira uno ese local y piensa que es otro negocio que cerró. Otro mira ese local y piensa que es otro emprendedor que surge y se arriesga. Hay también quien mira ese local y ve que hay una inversión alta en levantar un barra de bar, en mesas, en albañilería y fontanería para un baño de minusválidos. En último término está el que mira y ve el fracaso de un negocio anterior pero que se ha transformado en lucha y ganas para no rendirse y decirle a la vida «Basta»; ve que está uno ahí mirando cada detalle, la zona del negocio, el tipo de gente que habita, preguntándose si sepia o calamares, si mantel de plástico, de tela o de papel, si televisión, si internet, si periódico a diario, si un camarero, si el menú a 9,95 o 10,95, si postre, si camisa blanca.
Entonces acaba la canción, pero empieza otra.