La jungla de asfalto
El niño cielo y Díptero impertinente
—Sí,
el mundo profesional está muy mal. Te lo digo yo. El otro día voy a un
videoclub y le pregunto a la dependienta: «¿Cuántas películas de acción tiene?»
¡Y no lo sabía!
—Hum
—mientras pasa las hojas de un diario—.
—¿Tú
te crees? ¡No lo sabía! Y trabaja en un videoclub.
—…
—Y
si no mi amigo Juan, el fontanero, que ahora, después de 15 años de profesión, se
ha descubierto rechazo, ¡repugnancia!, a los váteres... ¿Eso es normal? Dice su
psiquiatra no sé qué de su infancia, de su padre con su madre, de trauma que
acaba de aflorar… ¡Fontanero!
—…
—Oye,
¿no dices nada?
—Te
escucho, te escucho.
—¡Pues
no lo tengo muy claro!
—Es
que… estoy flipando aquí con el artículo del Martija.
—Y
¿lo mío no es pa flipar?
—Sí,
sí. También. Pero mira: «Dueños de mascotas aseguran que su perro o su gato
padecen hiperactividad, ansiedad o depresión».
—Sí
¿no? Habría que preguntar a los bichos a ver qué observan en sus dueños.
¡Cuánta tontera!
—Son
animales de compañía.
—¡Vaya
eufemismo! ¡Anda que…! ¿Lo dices por la compañía que hacen las ranas o las
serpientes? En mi fábrica hay uno que tiene una boa en el cuarto de baño. Nos
trae fotos y todo.
—Eso
son mascotas.
—¡Es
lo mismo!
—Bueno,
vale, ¡qué más da! ¿No crees que sea posible?
—No,
pero espera que sigue: «Los científicos ya han demostrado que los elefantes
manejan la aritmética a niveles simples».
—¿Mejor
que los esoítas, quiere decir? ¡Venga ya! ¿Cómo han demostrado eso?
—«Y
los chimpancés superaron a estudiantes humanos en tareas mnemotécnicas
consistentes en recordar varias series de números».
—Bueno,
eso puede explicarse. Yo ya no recuerdo los números de teléfono, pero hubo un
tiempo en que los de nuestra generación nos sabíamos los números de los amigos,
la policía, urgencias, el DNI, la matrícula del coche…
—La
distancia al sol, el volumen de nuestro cerebro, la secuencia de Fibonacci…
—¿La
qué?
—No.
Nada.
—Y
¿hoy? Pff. Mi mujer se equivocó el otro día al poner diesel en vez de gasolina
y jodió el motor.
—Vaya…
Pues sí, supongo que algo de eso que dices hay.
—¡Claro!
¡Tú dale un móvil de estos inteligentes a ese chimpancé y verás cómo deja de
recordar las series! ¡Y los ríos de España y el apellido de su novia orangutana
y su grupo sanguíneo!
—Y
el número de Avogadro…
—Ese
no me lo sé yo. ¡Tío, tú te sabes cada cosa más rara!
—«En
2007 se descubre que hay chimpancés que utilizan palos afilados como lanzas
cuando cazan. Se considera la primera prueba de uso sistemático de armas en una
especie distinta a la humana».
—¡Un
chimpancé digievolucionado!
—…
—Pues
nunca lo había pensao: ¡somos los únicos que usamos armas!
—Desde
tiempos inmemoriales. Pero a mí me llama más la atención que los animales no
humanos puedan deprimirse, tener ansiedad, fobias, etc., que les impidan
convivir con normalidad en su entorno.
—…
—O
sea, como nosotros.
—Será
por la represión que ejercemos sobre ellos. Aunque yo he visto alguna vez El encantador de perros y, qué quieres
que te diga, los dueños no saben más que darles abrazos, cariños, y dejarles
hacer de todo. Y ¿cuándo les dicen «no» a algo? Nunca. O lo hacen con la boca
pequeña, que esa es otra, y encima con esa vocecita de adulto aniñado dicen:
«Ay, no sé qué pasa, le he dicho que no suba al sofá y no hace caso». ¡Serán
burros! Bueno, no, si fueran burros serían animales y entenderían a otros
animales. O tampoco, porque con la Supernany
los padres se ve que tampoco entienden a sus hijos… El caso es que con dueños
así es normal que los bichos estén zumbaos.
—No
es «zumbaos», hombre, aquí habla de trastornos.
—Oye,
yo no sabía lo que era un trastorno hasta hace cinco o seis años. ¡A ver si
ahora los bichos estos ya van a tener terapeuta! ¡Que yo no me lo puedo permitir
y estos van a acabar desplazando a los humanos! Comida para animales,
peluquerías para animales, cafeterías, productos de limpieza… Lo próximo qué va
a ser, ¿eh?, qué va a ser, ¿confesionarios, autoescuelas, centros comerciales,
¡sindicatos!?
—Podría
ser.
—¿Podría
ser? ¡Me cago en la evolución…! ¡A ver si ahora que estamos intentando cazar a
todos los ladrones, chupópteros, mangantes, estafadores, mentirosos y
sinvergüenzas, resulta que nos llega la próxima generación no humana!
—¡El Planeta de los simios: la conquista de una
sociedad en decadencia!
—Oye,
que me estoy asustando.
—No,
hombre, si es una broma. Eso no puede ser.
—Si
saben seguir series y memorizarlas, qué les va a costar aprender conductas,
¿eh…? Empiezan a sentarse en la mesa con nosotros a comer y acaban yendo a la
compra sisándonos 2 euros para plátanos. ¿Que no…? Y de ahí a presentarse a
alcalde o dirigir una multinacional bananera hay un paso.
—Chico,
no exageres, que se te va la olla.
—Es
la evolución. ¿Cómo hemos llegado nosotros aquí? Igual. Éramos monos.
—A
lo mejor estos son de una nueva especie menos perversa.
—Ah,
o sea, ¿que todo es genético?
—Leí
que nosotros venimos de una de dos especies distintas: una más agresiva y otra
muy poco, casi nada. Parece que la agresividad es la base de todo lo malo.
Freud ya la clasificó como uno de los tres o cuatro instintos básicos.
—La
violencia.
—Ummm,
mejor la agresividad. Explica mejor comportamientos como los de los trepas, la
competitividad de la zancadilla, el traspaso de los límites sociales o éticos,
Belén Esteban, Kiko Rivera, Rafa Mora, Jordi Pujol y todos estos…
—Y
¿los otros qué eran, los tontos?
—Hombre,
«tontos» no diría yo.
—Ya
me entiendes.
—Oye,
tengo que comprar Pediasure de soja
light desnatado y sin azúcar para la niña. Son y 45. En Estamosquelotiramos cierran a en punto. ¿Crees que en 10 minutos
puedo llegar?
—Si
estuvieras allí sí.
DEUS
EX MACHINA: Y 27 años después, en la sala de la consulta de un psicólogo
cualquiera…
—Juan,
¿eres tú?
—¡Cuánto
tiempo!
—Dame
un abrazo, hombre.
—Desde,
desde que me trasladaron… Hace… ¡veinte años!
—Sí.
¿Qué haces aquí?
—Pff.
¿Qué hago aquí? ¿Te acuerdas de mi niña, Araceli?
—Sí,
claro.
—Que
se ha enamorado de un chimpancé abogado.
—¡¡Joder!!
¿Abogado?
—No
te imaginas lo que es tenerlo ahí, enfrente de la mesa, con sus… pelos colgando
y pegados al sofá, comiendo mi comida y haciendo mimos a mi hija… Son
impredecibles. Proyecto inferencias sobre sus gestos pero me equivoco. No
sabemos interpretarlos. No los conocemos. Estamos perdidos… La ansiedad me
mata.
—¿Te
has planteado —muy bajito— contactar con los Intervencionistas?
—Es
abogado. Se las sabe todas. Me tiene colgando en una rama. Hay que adaptarse
como sea y aprender sobre ellos. Me convertiré en su sombra. Miraré lo que
mira, registraré cada gesto en mi mente y lo analizaré como un cirujano.
Buscaré sus miedos innatos, su motivación más profunda, la forma en la que
superaron nuestras barreras emocionales y psicológicas para equilibrar la
cadena evolutiva…
—¿Cómo
hemos dejado que ocurra esto?
—…
—…
—Creo
que la cultura nos mató… La insatisfacción y la infelicidad nos confundieron y
quisimos repararlo con avances tecnológicos, científicos, aparatos, cosas… Y
nos salimos de madre. El orden natural ha sido más fuerte.
—…
—Oye,
y ¿tú?
—Es
una historia muy larga. Pero resumiendo… Hace cinco años, tras la crisis
energética, los monos de la mecha azul compraron la fábrica.
—¡Los
esclavistas!
—Sí.
Hemos vuelto a la rueda… ¿Qué digo? ¡A la polea! Implantaron un capitalismo
animal, egoísta, avaricioso y… perruno. Es peor que el XIX.
—Jornadas
de veinte horas, poca comida y sueldo…
—No
sé cómo pero consiguieron energía.
—¿Qué?
—¡La
consiguieron, tío! Dicen que salió de la cáscara de plátano. Cultivan plátanos
hasta en los armarios. Nos obligan a comerlos también a nosotros. Un plátano al
día pasa, ¡pero más! Ya sabes, estriñen… El caso es que con la energía y el
favor de algunos ya metidos en el Ministerio de Industria transformaron la
fábrica en un criadero de cascos brujos.
—¡O
sea que es de ahí de donde los sacan! ¡Los… los… los fabricáis vosotros!
—Les
estamos dando la vida…, lo sé.
—Pero,
¿cómo pueden esos cascos llevarlos al pasado, a su jungla?
—No.
No es un viaje en el tiempo. Es más complicado. Transforman nuestro «ahora» en
una realidad diferente: su selva. Como otra realidad natural, sin intervención
humana. De momento solo pueden estar unos treinta minutos, pero a este paso
pronto obtendrán un día entero. Allí tienen árboles, ramas, hacen monadas… ¡Es
su hábitat! Consiguen relajarse, no sé, es placentero para ellos. Desaparecen
sus frustraciones, sus depresiones… Mi jefe vuelve enérgico. Es otro cada
viaje. Sus inversores están locos por poder «volar». Los vi en una reunión:
estaban envejecidos, agachados, con las caras desencajadas. No pueden vivir
aquí mucho tiempo. Pero «el vuelo» parece que les resucita.
—Eso
nos da pistas… Oye, y ¿qué haces tú exactamente?
—Reviso
el rechazo. Antes de usar un casco me mandan a mí al «vuelo». No se fían de que
los manipulemos o simplemente no funcionen bien.
—¿Has
estado allí?
—Varias
veces. No es nada agradable. De repente apareces en cualquier sitio, por ejemplo,
cerca de un león hambriento.
—¿Qué
dices?
—O
una mona en celo… Entonces corro y me escondo, porque tengo treinta minutos hasta
el retorno. Es muy duro.
—Lo
siento… ¿Cómo lo llevas?
—¿No
me ves aquí? El estrés… me está matando. Ya no puedo tirar con este ritmo. Esto
es una condena.
—Lo
estamos pagando, como en su día el préstamo europeo… Fuimos unos cobardes,
confortables cobardes…
—Y
abatibles.