miércoles, 27 de agosto de 2014

Americanadas II: dispara ya y vamos a Mcdonalds


Americanadas II: dispara ya y vamos a Mcdonalds
El niño cielo

Hay quien se pregunta por qué con tanta hambre en edad escolar tiramos al suelo tomates en Buñol. Y hay quien se pregunta por qué una niña dispara un arma en EEUU y mata a su instructor.
«El ser humano es impredecible» reza un anuncio de la tele.
¡Gringolandia!, tierra de libertad y esclavitud, de patria y de razas, de progresos y retrasos, de filantropía y eugenesia, tiene esa habilidad especial, esa manía, de querer ser la primera nación occidental en todo —ya lo comenté—, aunque a veces copie al estado islámico, afganos o iraquíes o iraníes o… ¡Qué ironía! América es una ironía. En el mismo Sumario de las Noticias de hoy he visto a los hijos de 10 años de islamistas —uso este término porque desconozco la nacionalidad exacta— queriendo formar parte de su «equipo» de degolladores de occidentales, y segundos después a una niña estadounidense de 9 años disparando en un corral de tiro, junto a su instructor, y con la venia de padres o tutores, un arma de repetición con retroceso, una submetralladora UZI —los que han jugado a Call of duty o Metal Gear Solid sabéis cuál es—. ¡Una metralladora UZI! ¡Una niña de 9 años! Lógicamente, se le ha movido el arma y «¡Pum!, im sorry, i have killed my instructor. ¡Mom!». ¿Qué te parece?
EEUU tiene esa habilidad.
Agradezcamos que la noticia en prensa va titulada con el adverbio «accidentalmente». Si no lo pusieran daría para novelas, películas, canciones, seguidores tuiteros, imitadores internacionales e investigadores de rapiña.  Curioso.
Poned «familia americana» (1) en Google imágenes. Entre las más o menos 50 primeras fotos sale
esto:
En fin, me he ido a casa de Sócrates y hemos comentado la jugada.
—¿Por qué nos escandaliza menos un niño estadounidense y más uno de Oriente Medio disparando un arma?
—El islamista, generalizando —que no totalizando—, lleva chilaba, tiene rasgos islámicos, está un pelín desnutrido —sobre todo si lo comparamos con los macdonaliensis—, lleva fusil kalashnikov, de los de a granel, no UZI…
—¿Prejuicios?
—Claro. Son el padre de nuestras creencias y valores. Y en EEUU más. La mayoría de estudios psicológicos sobre prejuicios los han elaborado ellos.
América es tierra de contradicciones o disonancias que a la vez son coherentes; es tierra en la que la heredera del superimperio Hilton no supera la prueba de las cajas problema de las ratas —como tampoco Homer Simpson—, así que habría que plantearse lo de la eugenesia negativa otra vez, señor presidente; es la tierra que no deja de servir de inspiración a artistas como Abraham Mateo —si ese es su verdadero nombre—; es la tierra que dispara primero y luego crea Asuntos Internos para dilucidar si el disparo del agente ha sido justo y legal, pero Asuntos Internos está corrupto, por lo que contratan espías —quizá corruptos— para que los investigue…; América, digo, es la tierra de grandes hombres como Charlton Heston, que recuerda una vez más con ejemplos que el legado de La Asociación Nacional del Rifle va para largo.
Y el diluvio sin llegar.
_______________________________________________

(1) Meses después, diciembre 2015, he tecleado lo mismo y ya no aparecen las mismas imágenes en Google. Por lo menos en las 100 primeras. Además me han desaparecido, como se puede comprovar, del propio texto, porque deben haber sido eliminadas del filtro de búsqueda. Puede el lector pobar con «familia americana armas». La argumentación se reduce, evidentemente; la gracia del asuntillo estaba en la primera búsqueda.

domingo, 24 de agosto de 2014

El aparcamiento


El aparcamiento
El niño cielo

—A ver… ¿Cómo que tarjeta desactivada?
Mira hacia ambos lados. Busca la garita. Camina.
—¡Buenas!
—Sí.
—Me pone tarjeta desactivada.
—¿La llevaba cerca del móvil?
—(¡Qué más le da!) Sí.
—Es por eso. Espere.
—…
—Ya está, esta es una copia.
—Vale, gracias.
Camina de nuevo hasta la máquina hierática. Frente a frente, él también está hierático pero abatible.
—Ahora sí… ¿7,85? A ver… 3, 4, 4,50… (Ya verás) 5,50, 5,70… Mierda. 5,85.
Escruta la máquina sombría y alevosa en busca de respuesta. No la encuentra. Vuelve a la garita en busca de respuesta.
—¡Hola! ¿La máquina no admite tarjeta?
—No, tarjeta no.
—¿Puedo pagar aquí con tarjeta?
—No, aquí no… No.
—¿Cómo que no?
—… Es que no…
—¡¡Bueno!! ¿Un banco por aquí cerca?
—Pues… no sé ahora mismo…
—(¿Ahora mismo?) Vale, déjelo.
Sale con decisión y firmeza por la rampa de bajada de coches. (¿Pregunto a alguien o lo busco en el móvil? ¡Vaya mierda de tiempo que estoy perdiendo!). Oiga, perdone, ¿un CCVA por aquí cerca?
—Es que no soy de aquí, lo siento.
—No pasa nada… (¡Me cago en la leche!)
Saca el móvil.
Aboundme… Bancos… CCVA… (Esperando… ¿754 metros? ¡Joder!) Ir.
Camina en busca del banco, mirando continuamente el móvil que le guía. Llega.
—(Introducir tarjeta… Sacar dinero… 50 euros… Aceptar… ¿Desea recibo…? No. Vengaaaaa. Recoja su tarjeta… Recoja su dinero… ¿Desea realizar alguna otra…? No. Vengaaaaa.)
Camina de vuelta al aparcamiento. Llega. Se acerca a la máquina perecedera, abollada e incomprensiva. Hay cola. Espera su turno. Ya.
—(¿Billeteeeees? Aquí… ¿No cabe?) A que no…
Escruta otra vez la obsoleta máquina diabólica y letal a lo largo y ancho en busca del dibujo de los billetes que admite. No aparece el dibujo por ningún lado. En lugar de darse por vencido y parecer idiota sigue mirando como un idiota porque se acuerda de que, cuando era pequeño, su madre le mandaba a la nevera a por limón y no lo encontraba, su mirada se perdía entre los alimentos: «¡Anda, que si es un toro te come!». Le ocurrió varias veces y aquello le marcó.
Segundos después.
—(¡Pues no lo veo!)
Vuelve a la garita.
—¿Es que no coge cambio de 50?
—No, de 50 no. Pero yo le cambio.
—(¡No me lo puedo creer!) Tenga…
—Aquí tiene.
—(¡Y no se cobra el tío capullo!) Gracias.
Se va pero se detiene en seco y se gira hacia la ventanilla de nuevo.
—Y ¿usted para qué está aquí?


miércoles, 13 de agosto de 2014

La jungla de asfalto


La jungla de asfalto
El niño cielo y Díptero impertinente

—Sí, el mundo profesional está muy mal. Te lo digo yo. El otro día voy a un videoclub y le pregunto a la dependienta: «¿Cuántas películas de acción tiene?» ¡Y no lo sabía!
—Hum —mientras pasa las hojas de un diario—.
—¿Tú te crees? ¡No lo sabía! Y trabaja en un videoclub.
—…
—Y si no mi amigo Juan, el fontanero, que ahora, después de 15 años de profesión, se ha descubierto rechazo, ¡repugnancia!, a los váteres... ¿Eso es normal? Dice su psiquiatra no sé qué de su infancia, de su padre con su madre, de trauma que acaba de aflorar… ¡Fontanero!
—…
—Oye, ¿no dices nada?
—Te escucho, te escucho.
—¡Pues no lo tengo muy claro!
—Es que… estoy flipando aquí con el artículo del Martija.
—Y ¿lo mío no es pa flipar?
—Sí, sí. También. Pero mira: «Dueños de mascotas aseguran que su perro o su gato padecen hiperactividad, ansiedad o depresión».
—Sí ¿no? Habría que preguntar a los bichos a ver qué observan en sus dueños. ¡Cuánta tontera!
—Son animales de compañía.
—¡Vaya eufemismo! ¡Anda que…! ¿Lo dices por la compañía que hacen las ranas o las serpientes? En mi fábrica hay uno que tiene una boa en el cuarto de baño. Nos trae fotos y todo.
—Eso son mascotas.
—¡Es lo mismo!
—Bueno, vale, ¡qué más da! ¿No crees que sea posible?
—Hay mucha tontera en el mundo. ¿Cómo te lo digo? ¿No has leído Café, copa y gato?
—No, pero espera que sigue: «Los científicos ya han demostrado que los elefantes manejan la aritmética a niveles simples».
—¿Mejor que los esoítas, quiere decir? ¡Venga ya! ¿Cómo han demostrado eso?
—«Y los chimpancés superaron a estudiantes humanos en tareas mnemotécnicas consistentes en recordar varias series de números».
—Bueno, eso puede explicarse. Yo ya no recuerdo los números de teléfono, pero hubo un tiempo en que los de nuestra generación nos sabíamos los números de los amigos, la policía, urgencias, el DNI, la matrícula del coche…
—La distancia al sol, el volumen de nuestro cerebro, la secuencia de Fibonacci…
—¿La qué?
—No. Nada.
—Y ¿hoy? Pff. Mi mujer se equivocó el otro día al poner diesel en vez de gasolina y jodió el motor.
—Vaya… Pues sí, supongo que algo de eso que dices hay.
—¡Claro! ¡Tú dale un móvil de estos inteligentes a ese chimpancé y verás cómo deja de recordar las series! ¡Y los ríos de España y el apellido de su novia orangutana y su grupo sanguíneo!
—Y el número de Avogadro…
—Ese no me lo sé yo. ¡Tío, tú te sabes cada cosa más rara!
—«En 2007 se descubre que hay chimpancés que utilizan palos afilados como lanzas cuando cazan. Se considera la primera prueba de uso sistemático de armas en una especie distinta a la humana».
—¡Un chimpancé digievolucionado!
—…
—Pues nunca lo había pensao: ¡somos los únicos que usamos armas!
—Desde tiempos inmemoriales. Pero a mí me llama más la atención que los animales no humanos puedan deprimirse, tener ansiedad, fobias, etc., que les impidan convivir con normalidad en su entorno.
—…
—O sea, como nosotros.
—Será por la represión que ejercemos sobre ellos. Aunque yo he visto alguna vez El encantador de perros y, qué quieres que te diga, los dueños no saben más que darles abrazos, cariños, y dejarles hacer de todo. Y ¿cuándo les dicen «no» a algo? Nunca. O lo hacen con la boca pequeña, que esa es otra, y encima con esa vocecita de adulto aniñado dicen: «Ay, no sé qué pasa, le he dicho que no suba al sofá y no hace caso». ¡Serán burros! Bueno, no, si fueran burros serían animales y entenderían a otros animales. O tampoco, porque con la Supernany los padres se ve que tampoco entienden a sus hijos… El caso es que con dueños así es normal que los bichos estén zumbaos.
—No es «zumbaos», hombre, aquí habla de trastornos.
—Oye, yo no sabía lo que era un trastorno hasta hace cinco o seis años. ¡A ver si ahora los bichos estos ya van a tener terapeuta! ¡Que yo no me lo puedo permitir y estos van a acabar desplazando a los humanos! Comida para animales, peluquerías para animales, cafeterías, productos de limpieza… Lo próximo qué va a ser, ¿eh?, qué va a ser, ¿confesionarios, autoescuelas, centros comerciales, ¡sindicatos!?
—Podría ser.
—¿Podría ser? ¡Me cago en la evolución…! ¡A ver si ahora que estamos intentando cazar a todos los ladrones, chupópteros, mangantes, estafadores, mentirosos y sinvergüenzas, resulta que nos llega la próxima generación no humana!
—¡El Planeta de los simios: la conquista de una sociedad en decadencia!
—Oye, que me estoy asustando.
—No, hombre, si es una broma. Eso no puede ser.
—Si saben seguir series y memorizarlas, qué les va a costar aprender conductas, ¿eh…? Empiezan a sentarse en la mesa con nosotros a comer y acaban yendo a la compra sisándonos 2 euros para plátanos. ¿Que no…? Y de ahí a presentarse a alcalde o dirigir una multinacional bananera hay un paso.
—Chico, no exageres, que se te va la olla.
—Es la evolución. ¿Cómo hemos llegado nosotros aquí? Igual. Éramos monos.
—A lo mejor estos son de una nueva especie menos perversa.
—Ah, o sea, ¿que todo es genético?
—Leí que nosotros venimos de una de dos especies distintas: una más agresiva y otra muy poco, casi nada. Parece que la agresividad es la base de todo lo malo. Freud ya la clasificó como uno de los tres o cuatro instintos básicos.
—La violencia.
—Ummm, mejor la agresividad. Explica mejor comportamientos como los de los trepas, la competitividad de la zancadilla, el traspaso de los límites sociales o éticos, Belén Esteban, Kiko Rivera, Rafa Mora, Jordi Pujol y todos estos…
—Y ¿los otros qué eran, los tontos?
—Hombre, «tontos» no diría yo.
—Ya me entiendes.
—Oye, tengo que comprar Pediasure de soja light desnatado y sin azúcar para la niña. Son y 45. En Estamosquelotiramos cierran a en punto. ¿Crees que en 10 minutos puedo llegar?
—Si estuvieras allí sí.

DEUS EX MACHINA: Y 27 años después, en la sala de la consulta de un psicólogo cualquiera…

—Juan, ¿eres tú?
—¡Cuánto tiempo!
—Dame un abrazo, hombre.
—Desde, desde que me trasladaron… Hace… ¡veinte años!
—Sí. ¿Qué haces aquí?
—Pff. ¿Qué hago aquí? ¿Te acuerdas de mi niña, Araceli?
—Sí, claro.
—Que se ha enamorado de un chimpancé abogado.
—¡¡Joder!! ¿Abogado?
—No te imaginas lo que es tenerlo ahí, enfrente de la mesa, con sus… pelos colgando y pegados al sofá, comiendo mi comida y haciendo mimos a mi hija… Son impredecibles. Proyecto inferencias sobre sus gestos pero me equivoco. No sabemos interpretarlos. No los conocemos. Estamos perdidos… La ansiedad me mata.
—¿Te has planteado —muy bajito— contactar con los Intervencionistas?
—Es abogado. Se las sabe todas. Me tiene colgando en una rama. Hay que adaptarse como sea y aprender sobre ellos. Me convertiré en su sombra. Miraré lo que mira, registraré cada gesto en mi mente y lo analizaré como un cirujano. Buscaré sus miedos innatos, su motivación más profunda, la forma en la que superaron nuestras barreras emocionales y psicológicas para equilibrar la cadena evolutiva…
—¿Cómo hemos dejado que ocurra esto?
—…
—…
—Creo que la cultura nos mató… La insatisfacción y la infelicidad nos confundieron y quisimos repararlo con avances tecnológicos, científicos, aparatos, cosas… Y nos salimos de madre. El orden natural ha sido más fuerte.
—…
—Oye, y ¿tú?
—Es una historia muy larga. Pero resumiendo… Hace cinco años, tras la crisis energética, los monos de la mecha azul compraron la fábrica.
—¡Los esclavistas!
—Sí. Hemos vuelto a la rueda… ¿Qué digo? ¡A la polea! Implantaron un capitalismo animal, egoísta, avaricioso y… perruno. Es peor que el XIX.
—Jornadas de veinte horas, poca comida y sueldo…
—No sé cómo pero consiguieron energía.
—¿Qué?
—¡La consiguieron, tío! Dicen que salió de la cáscara de plátano. Cultivan plátanos hasta en los armarios. Nos obligan a comerlos también a nosotros. Un plátano al día pasa, ¡pero más! Ya sabes, estriñen… El caso es que con la energía y el favor de algunos ya metidos en el Ministerio de Industria transformaron la fábrica en un criadero de cascos brujos.
—¡O sea que es de ahí de donde los sacan! ¡Los… los… los fabricáis vosotros!
—Les estamos dando la vida…, lo sé.
—Pero, ¿cómo pueden esos cascos llevarlos al pasado, a su jungla?
—No. No es un viaje en el tiempo. Es más complicado. Transforman nuestro «ahora» en una realidad diferente: su selva. Como otra realidad natural, sin intervención humana. De momento solo pueden estar unos treinta minutos, pero a este paso pronto obtendrán un día entero. Allí tienen árboles, ramas, hacen monadas… ¡Es su hábitat! Consiguen relajarse, no sé, es placentero para ellos. Desaparecen sus frustraciones, sus depresiones… Mi jefe vuelve enérgico. Es otro cada viaje. Sus inversores están locos por poder «volar». Los vi en una reunión: estaban envejecidos, agachados, con las caras desencajadas. No pueden vivir aquí mucho tiempo. Pero «el vuelo» parece que les resucita.
—Eso nos da pistas… Oye, y ¿qué haces tú exactamente?
—Reviso el rechazo. Antes de usar un casco me mandan a mí al «vuelo». No se fían de que los manipulemos o simplemente no funcionen bien.
—¿Has estado allí?
—Varias veces. No es nada agradable. De repente apareces en cualquier sitio, por ejemplo, cerca de un león hambriento.
—¿Qué dices?
—O una mona en celo… Entonces corro y me escondo, porque tengo treinta minutos hasta el retorno. Es muy duro.
—Lo siento… ¿Cómo lo llevas?
—¿No me ves aquí? El estrés… me está matando. Ya no puedo tirar con este ritmo. Esto es una condena.
—Lo estamos pagando, como en su día el préstamo europeo… Fuimos unos cobardes, confortables cobardes…
—Y abatibles.

sábado, 2 de agosto de 2014

El ciudadano breve


El ciudadano breve
Espe Or

Breve, sí, sí. ¿Y quién es él?
Después de esta pregunta debe ir la respuesta de forma natural. Pero no hay un nombre y apellidos.
El ciudadano breve crea Twitter, la red social que encarcela tu pensamiento en 160 caracteres. El ciudadano breve usa Twitter. El ciudadano breve también prefiere escribir cien «wassaps» de una línea o de una palabra. Hay quien piensa que es por fobia, vértigo o angustia a escribir extenso y hay quien dice que se debe a que el cerebro del ciudadano breve trabaja muy deprisa: «Tío, es que pienso más deprisa que hablo». Así que estos se lo pasan muy bien: cenan cuando comen, vuelven de Francia cuando van, guardan la ropa cuando ponen la lavadora, vomitan con la primera copa, encienden un cigarrillo cuando…, mueren cuando nacen —ah, no, este era Freud—. ¡Vamos, lo que se dice disfrutar del momento, «carpe diem»!
El ciudadano breve pone una canción —normalmente de Los 30 principales— y antes de 1 minuto y 30 segundos ha cambiado a otra o se ha comido las uñas aguantando. Es cierto que también lo hacen porque los señores breves de Los 50 principales ponen una canción ya empezada —publicidad manda— y la quitan antes de acabar —menos mal que en Los 99 principales no pinchan a Los Ramones, ya sabéis—. A un ciudadano breve «The end», de The Doors, o «Pedrá», de Extremoduro, o «November rain», de Guns & roses, por poner unos ejemplillos, le provocan taquicardia, depresión postparto, ansiedad, desmayos, náusea, lupus, TOC, Síndrome de Forrest Gump o Huida infinita, Darsecuentadequestoyvacíopordentro. De hecho, el mero hecho de exponerse a una intro de 1:30 ya tambalea su centro de gravedad multiversal.
Por supuesto, el ciudadano breve no puede ver Casino o Uno de los nuestros. Sí puede con El lobo de Wall Street, pero porque salen tetas, drogas, dinero fresco y te ríes con Di Caprio.
El ciudadano breve gusta de los monólogos estos tan modernos de 10 minutos, pero, ¡ojo!, hay trampa. Los monólogos son acumulación de chistes breves que conforman un todo semántico unitario. Un chiste lo puede reproducir cualquiera, un monólogo no. Cualquier otro monólogo como el de una madre cuando no se recoge la habitación o el de una pareja cuando llegas borracho y 5 horas tarde al convite familiar o, simplemente, el monólogo teatral le provoca somnolencia súbita.
El ciudadano breve pone exámenes de selectividad con textos cada vez más cortos, o con cajas rectangulares limítrofes para tu respuesta o indica «no más de un folio por respuesta», cercenando la creatividad y conocimientos; y el ciudadano breve cada vez escribe menos en dichos exámenes. Inventó también los exámenes tipo test que tan gustosamente demuestran nuestras habilidades retóricas al pensar si debo hacer un círculo o una rayita o una cruz.
El ciudadano breve usa en su discurso diario, o sea, cuando habla —aunque él realmente está callando ya— palabras denominadas baúl o comodín: «Dame una mierda de esas», «La cosa esa de ahí», «Trae eso que está ahí». Él dice que por economía lingüística, o sea, ahorrar, ya que está muy caro con la crisis y, además, hay que declararlo a la propiedad intelectual. Si el ciudadano breve escucha a otro extenso le pide que no sea así, que sea breve como él: «No te enrolles», «Al grano», «Párrafo corto». Ejemplo: «Eliseo, me han deprimido —dice, mientras absorbe con potencia un cigarrillo de una sola calada y saca un botecito de 50 pastillitas de todos los colores, las lleva a la boca, las traga sin agua y muere, muere pronto, sin mueca ni mirada infinita; el hombre llegó con el traje para el entierro y una corona de flores que reza Thnx a ∀ ;) —».
El ciudadano breve no acaba los refranes. Además utiliza onomatopeyas habitualmente, para él son más expresivas y las acompaña con lenguaje gestual: «Oye, qué tal ayer», «Buah, uff, ¿cómo te lo cuento?, fue… guau, pufff, ahhh, diossss». Para mí es que de donde no hay no se puede sacar.
El ciudadano breve dice que los planes de estudio de cinco años —licenciaturas— se quedan en cuatro años —grados—. ¡Y no pasa ná!
El ciudadano breve se defiende de los que le acusan de breve resumiendo: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno», sin darse cuenta de que no todos podemos ser J. J. Millás o Unamuno, y creyendo que esa frase sostiene una igualdad entre lo breve y lo bueno.
El ciudadano breve creó la comida basura/rápida, tan digestiva ella, nutritiva y fenomenal, frente al cocido o los gazpachos, porque estos requieren horas de preparación y horas de saboreo y sobremesa. Y el ciudadano breve consume la comida rápida/breve compulsivamente en señal de agradecimiento a su creador por cuidar de él y permitirle tener más tiempo para trabajar, ver la tele y trabajar mientras trabaja. De otra manera se estresaría.
El ciudadano breve se descarga una aplicación de móvil llamada Inútil que no hace nada, se abre y pone «Hace lo que promete». También se descarga la aplicación llamada Yo: «La herramienta de comunicación más sencilla. Envía un “Yo” de voz, sin caracteres, y con un solo toque, no malgaste el dedo. Yo significa todo y cualquier cosa. Todo depende de ti y del momento. ¿Quieres decir “Buenos días”? “Yo”. ¿Quieres decir “Cariño, estoy pensando en ti”? “Yo”. Las posibilidades son infinitas». Y después de descargarla la usa y todo.
El ciudadano breve llega a su clase de Física mecánica y dice a sus alumnos: «Newton descansaba en un árbol y vio caer una manzana. Esa es la ley de la gravitación universal».
El ciudadano breve tiene ideas geniales para los ciudadanos ingenuos e inocentes que trabajan tanto y no pueden pensar y actuar mejor. Y crea Pediasure: complemento alimenticio equilibrado en polvos de delicioso sabor, que ayuda al desarrollo cognitivo normal de los niños, que se mezcla con agua y se digiere fácil, rápido, abatible e indoloro. ¡Deje ya la molesta comida cocinada! Si su niño no quiere masticar más, Pediasure; si su niño siente que le ha puesto mucha comida, Pediasure. Aporta minerales y vitaminas como las verduras, las frutas, pero sin las verduras y las frutas. No discuta más con su hijo tratando de enseñarle normas: Pediasure. Llévelo siempre con usted. Si va a un restaurante, Pediasure; si va a merendar a casa de amigos, Pediasure; si celebra un cumpleaños, para todos Pediasure tamaño familiar; si conmemora una cena de gala, Pediasure de luxe. No tiene excusa. Levántese de…
Y el ciudadano breve lo compra.