jueves, 1 de mayo de 2014

Café, copa y gato


Café, copa y gato
Eva Tacazo

—Bueno, todos los días no. Pero de vez en cuando está bien.
—Ya.
—Aunque empecé yendo una vez al mes o así. Y a los 3 meses ya iba cada sábado.
—O sea, que vicia.
—Ummmm. Engancha. No se puede explicar… Por eso no me entiendes.
—¿No?
—Es que…, es la sensación, ¿sabes? Además, la cafetería es supertranquila, con una musiquilla tipo «chill out» pero más juguetona, más cómic… Hay casitas, pelotitas, sofás, plataformas para que salten. ¡El café lleva dibujada la cara de un gato con la espuma!
—Pero ¿el gato te lo dan ellos o puedes elegirlo tú?
—Los gatos están ahí, a lo suyo; unos retozando, otros jugando; y al poco te viene uno y se entrecruza por tus piernas. También puedes acercarte tú, con mucho cuidado, claro. Los hay de muchas clases: angora, bengalí, ¡un bombay!, que yo flipé al verlo, británico, plateado, cartujo…
—Y ¿el callejero de toda la vida?
—¿…?
—Chico, vaya experto te has hecho en unos meses. En el instituto no te aprendías la columna del hidrógeno y te sabes ya todos los nombres de los gatos.
—La motivación… No es lo mismo, hombre.
—Será eso.
—De verdad, fui hace dos días y ya me apetece volver. Es una sensación tan relajante. Te pones a acariciar al tuyo y se te pasa el tiempo volando.
—Bueno, eso de tuyo…
—Ya me entiendes.
—Sí.
—Y miras a los demás y están igual, ahí, tranquilos, acariciando, sintiendo al gato, su respiración, lo que él siente, cómo mira, cómo observa, cómo mueve la boca… ¡Cómo se quedan tirados encima de cualquier cosa! Te ríes un montón. ¡Es que te los comes!
—Sí, sí. ¿Y sus necesidades?
—Claro, sientes sus necesidades. El animal necesita dar y recibir afecto, sentirse querido, deseado. ¿Entiendes?
—No, hombre. Que si le entran ganas de cagar…, se te caga encima, y te jodes y bailas.
—Sí, me pongo tutú, no te jode. Llévate un yoyó y hacemos pareja.
—Te lo digo en serio.
—Bah. Los gatos son muy limpios, hombre. Si lo necesitan van. Son muy independientes, saben lo que quieren y lo buscan. No tienes que preocuparte por esas cosas… Es sinónimo de ternura. Y también les encanta que les acaricien y jueguen con ellos. A mí me encanta jugar con ellos. Froto su panza, sobo sus patitas y su nuca…
—Y ¿qué dice Laura? Porque si te oyera… Alguna de la mesa de al lado te denunciaría por mirarla mientras acaricias a un felináceo de esos.
—Laura no lo sabe, no ha ido nunca. Además es una cafetería como otra cualquiera. Por qué iba a decírselo.
—Si yo no digo nada… Y ¿no te compras uno?
—Pos es que a Laura no le gustan. Ya ves.
—Ya. Pues serán limpios, pero a las 8 de la tarde les han tocao ya cincuenta personas, con sus manos y sus bocas, sus pulgas también.
—Chico, qué hipocondríaco eres.
—¿El qué?
—Que eso da igual. Eres muy exagerao, muy aprensivo.
—Ya. Bueno, entonces acabas. Un ratillo, ¿no?
—Una horita.
—Eso. Y te vas y ya está. A otra cosa.
—Lo dices así como si… no me importara. Me voy caminando y pensando en ellos. Bueno, con el que he estado.
—O sea, que fantaseas encima.
—¿Qué dices?
—No. Lo dices tú. Lo acabas de decir. Es lo que hacemos cuando conocemos a una chica que nos ha gustado o cuando nace nuestro hijo y no lo vemos a lo largo del día… Esas cosas, ¿recuerdas?
—¡Ya estás!
—Y ¿no repites?
—Normalmente no. Creo que repetí una vez. Es que vas y… ves a otro y… te apetece cambiar y tocar otro.
—Como los coches, los consoladores...
—¡Anda! No digas tonterías. Si no lo pruebas no puedes hablar.
—Si lo probara no hablaría nunca más. Antes me voy a Supervivientes.
—Si no te gustan los gatos no me creo que te vayas allí a rodearte de bichos.
—Pues no sé qué diferencia ves tú entre un gato y un cangrejo.
—¡Ala! Ya te has pasao.
—O las serpientes. Hay gente que colecciona. Y también las acaricia.
—No es lo mismo.
—Por la cultura.
—El gato es un animal de compañía.
—Bueno. Eso está por demostrar.
—Lo que quiero decir es que… es como una personita, como un niño, con los ojillos, y el ronroneo,
—eso, ronea también con él.
—Estás un poco arisco, ¿no?
—Debe de ser por el tema.
—Para tu información, somos muchos los que pensamos que los gatos son más reacios porque
—¿reacio o arisco?
—Son más reacios, ¡eh!, reacios porque descubrieron hace mucho cómo son las personas.
—Somos.
—Son. No me incluyo. Ya ves que yo sí me acerco a ellos. Lo que pasa es que a ti no te gusta dar cariño. El gato es un animal que gusta a la gente que da cariño.
—Ya. Yo a mi hijo lo abandono cada día. Lo tiro al cubo de la basura y luego lo recojo en comisaría. Me lo dan comidito y todo. Y en casa duerme en el horno. Es lo que hacemos los tipos como yo con los niños hamburguesa.
—Los gatos son muy educados para el humor que tú tienes. No te duraría en el regazo ni diez segundos.
—Mi sentido del humor es porque este negocio me huele a gato encerrado. Ah,  y es fácil ser un gato educado estando tan cuidado y bien alimentado. Pero ¿cogerías también a los de la calle y los sobarías y tal?
—El gato tiene una manera diferente de llegar a tu corazón.
—¡Joder! ¿Eso es de Allan Poe?
—Solo te digo que ir allí a estar con ellos es incondicional, y mutuo. Él no pide dedicación constante.
—No, solo que va de mano en mano cada hora…
—He ido algún día triste y creo que lo nota. Y sobre todo me alegra. Me aporta. Me llena…
—Lo van a recetar los psicólogos. Un gato cada ocho horas. Después de las comidas. Y ¿qué te falta para que te llene?
—Peinarle, por ejemplo, fortalece tu relación con él para cuando vayas otro día y te reconozca.
—¿Le hablas?
—Todo el mundo lo hace. También con los perros.
—Cuando son suyos. O en cierta intimidad.
—Es importante forjar esa simbiosis.
—Yo lo hago con mi mujer. Pero, vamos, que me estás convenciendo, ¿eh?
—Es distinto, hombre.
—Y si voy con un gato mío ¿puedo entrar?
—No sé, vaya pregunta, tío. ¡Y si tienes pa’qué vas a ir!
—Eso digo yo. Si tienes pa’qué… La cuestión es tener o no tener. Pero si «no tener»…, ¿no te cuestionas nada de lo que haces? Bueno, déjalo. Y si voy con perro o con un oso hormiguero, ¿eh?
—No digas tonterías. Es una cafetería con gatos, ¡animal!

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