miércoles, 13 de agosto de 2014

La jungla de asfalto


La jungla de asfalto
El niño cielo y Díptero impertinente

—Sí, el mundo profesional está muy mal. Te lo digo yo. El otro día voy a un videoclub y le pregunto a la dependienta: «¿Cuántas películas de acción tiene?» ¡Y no lo sabía!
—Hum —mientras pasa las hojas de un diario—.
—¿Tú te crees? ¡No lo sabía! Y trabaja en un videoclub.
—…
—Y si no mi amigo Juan, el fontanero, que ahora, después de 15 años de profesión, se ha descubierto rechazo, ¡repugnancia!, a los váteres... ¿Eso es normal? Dice su psiquiatra no sé qué de su infancia, de su padre con su madre, de trauma que acaba de aflorar… ¡Fontanero!
—…
—Oye, ¿no dices nada?
—Te escucho, te escucho.
—¡Pues no lo tengo muy claro!
—Es que… estoy flipando aquí con el artículo del Martija.
—Y ¿lo mío no es pa flipar?
—Sí, sí. También. Pero mira: «Dueños de mascotas aseguran que su perro o su gato padecen hiperactividad, ansiedad o depresión».
—Sí ¿no? Habría que preguntar a los bichos a ver qué observan en sus dueños. ¡Cuánta tontera!
—Son animales de compañía.
—¡Vaya eufemismo! ¡Anda que…! ¿Lo dices por la compañía que hacen las ranas o las serpientes? En mi fábrica hay uno que tiene una boa en el cuarto de baño. Nos trae fotos y todo.
—Eso son mascotas.
—¡Es lo mismo!
—Bueno, vale, ¡qué más da! ¿No crees que sea posible?
—Hay mucha tontera en el mundo. ¿Cómo te lo digo? ¿No has leído Café, copa y gato?
—No, pero espera que sigue: «Los científicos ya han demostrado que los elefantes manejan la aritmética a niveles simples».
—¿Mejor que los esoítas, quiere decir? ¡Venga ya! ¿Cómo han demostrado eso?
—«Y los chimpancés superaron a estudiantes humanos en tareas mnemotécnicas consistentes en recordar varias series de números».
—Bueno, eso puede explicarse. Yo ya no recuerdo los números de teléfono, pero hubo un tiempo en que los de nuestra generación nos sabíamos los números de los amigos, la policía, urgencias, el DNI, la matrícula del coche…
—La distancia al sol, el volumen de nuestro cerebro, la secuencia de Fibonacci…
—¿La qué?
—No. Nada.
—Y ¿hoy? Pff. Mi mujer se equivocó el otro día al poner diesel en vez de gasolina y jodió el motor.
—Vaya… Pues sí, supongo que algo de eso que dices hay.
—¡Claro! ¡Tú dale un móvil de estos inteligentes a ese chimpancé y verás cómo deja de recordar las series! ¡Y los ríos de España y el apellido de su novia orangutana y su grupo sanguíneo!
—Y el número de Avogadro…
—Ese no me lo sé yo. ¡Tío, tú te sabes cada cosa más rara!
—«En 2007 se descubre que hay chimpancés que utilizan palos afilados como lanzas cuando cazan. Se considera la primera prueba de uso sistemático de armas en una especie distinta a la humana».
—¡Un chimpancé digievolucionado!
—…
—Pues nunca lo había pensao: ¡somos los únicos que usamos armas!
—Desde tiempos inmemoriales. Pero a mí me llama más la atención que los animales no humanos puedan deprimirse, tener ansiedad, fobias, etc., que les impidan convivir con normalidad en su entorno.
—…
—O sea, como nosotros.
—Será por la represión que ejercemos sobre ellos. Aunque yo he visto alguna vez El encantador de perros y, qué quieres que te diga, los dueños no saben más que darles abrazos, cariños, y dejarles hacer de todo. Y ¿cuándo les dicen «no» a algo? Nunca. O lo hacen con la boca pequeña, que esa es otra, y encima con esa vocecita de adulto aniñado dicen: «Ay, no sé qué pasa, le he dicho que no suba al sofá y no hace caso». ¡Serán burros! Bueno, no, si fueran burros serían animales y entenderían a otros animales. O tampoco, porque con la Supernany los padres se ve que tampoco entienden a sus hijos… El caso es que con dueños así es normal que los bichos estén zumbaos.
—No es «zumbaos», hombre, aquí habla de trastornos.
—Oye, yo no sabía lo que era un trastorno hasta hace cinco o seis años. ¡A ver si ahora los bichos estos ya van a tener terapeuta! ¡Que yo no me lo puedo permitir y estos van a acabar desplazando a los humanos! Comida para animales, peluquerías para animales, cafeterías, productos de limpieza… Lo próximo qué va a ser, ¿eh?, qué va a ser, ¿confesionarios, autoescuelas, centros comerciales, ¡sindicatos!?
—Podría ser.
—¿Podría ser? ¡Me cago en la evolución…! ¡A ver si ahora que estamos intentando cazar a todos los ladrones, chupópteros, mangantes, estafadores, mentirosos y sinvergüenzas, resulta que nos llega la próxima generación no humana!
—¡El Planeta de los simios: la conquista de una sociedad en decadencia!
—Oye, que me estoy asustando.
—No, hombre, si es una broma. Eso no puede ser.
—Si saben seguir series y memorizarlas, qué les va a costar aprender conductas, ¿eh…? Empiezan a sentarse en la mesa con nosotros a comer y acaban yendo a la compra sisándonos 2 euros para plátanos. ¿Que no…? Y de ahí a presentarse a alcalde o dirigir una multinacional bananera hay un paso.
—Chico, no exageres, que se te va la olla.
—Es la evolución. ¿Cómo hemos llegado nosotros aquí? Igual. Éramos monos.
—A lo mejor estos son de una nueva especie menos perversa.
—Ah, o sea, ¿que todo es genético?
—Leí que nosotros venimos de una de dos especies distintas: una más agresiva y otra muy poco, casi nada. Parece que la agresividad es la base de todo lo malo. Freud ya la clasificó como uno de los tres o cuatro instintos básicos.
—La violencia.
—Ummm, mejor la agresividad. Explica mejor comportamientos como los de los trepas, la competitividad de la zancadilla, el traspaso de los límites sociales o éticos, Belén Esteban, Kiko Rivera, Rafa Mora, Jordi Pujol y todos estos…
—Y ¿los otros qué eran, los tontos?
—Hombre, «tontos» no diría yo.
—Ya me entiendes.
—Oye, tengo que comprar Pediasure de soja light desnatado y sin azúcar para la niña. Son y 45. En Estamosquelotiramos cierran a en punto. ¿Crees que en 10 minutos puedo llegar?
—Si estuvieras allí sí.

DEUS EX MACHINA: Y 27 años después, en la sala de la consulta de un psicólogo cualquiera…

—Juan, ¿eres tú?
—¡Cuánto tiempo!
—Dame un abrazo, hombre.
—Desde, desde que me trasladaron… Hace… ¡veinte años!
—Sí. ¿Qué haces aquí?
—Pff. ¿Qué hago aquí? ¿Te acuerdas de mi niña, Araceli?
—Sí, claro.
—Que se ha enamorado de un chimpancé abogado.
—¡¡Joder!! ¿Abogado?
—No te imaginas lo que es tenerlo ahí, enfrente de la mesa, con sus… pelos colgando y pegados al sofá, comiendo mi comida y haciendo mimos a mi hija… Son impredecibles. Proyecto inferencias sobre sus gestos pero me equivoco. No sabemos interpretarlos. No los conocemos. Estamos perdidos… La ansiedad me mata.
—¿Te has planteado —muy bajito— contactar con los Intervencionistas?
—Es abogado. Se las sabe todas. Me tiene colgando en una rama. Hay que adaptarse como sea y aprender sobre ellos. Me convertiré en su sombra. Miraré lo que mira, registraré cada gesto en mi mente y lo analizaré como un cirujano. Buscaré sus miedos innatos, su motivación más profunda, la forma en la que superaron nuestras barreras emocionales y psicológicas para equilibrar la cadena evolutiva…
—¿Cómo hemos dejado que ocurra esto?
—…
—…
—Creo que la cultura nos mató… La insatisfacción y la infelicidad nos confundieron y quisimos repararlo con avances tecnológicos, científicos, aparatos, cosas… Y nos salimos de madre. El orden natural ha sido más fuerte.
—…
—Oye, y ¿tú?
—Es una historia muy larga. Pero resumiendo… Hace cinco años, tras la crisis energética, los monos de la mecha azul compraron la fábrica.
—¡Los esclavistas!
—Sí. Hemos vuelto a la rueda… ¿Qué digo? ¡A la polea! Implantaron un capitalismo animal, egoísta, avaricioso y… perruno. Es peor que el XIX.
—Jornadas de veinte horas, poca comida y sueldo…
—No sé cómo pero consiguieron energía.
—¿Qué?
—¡La consiguieron, tío! Dicen que salió de la cáscara de plátano. Cultivan plátanos hasta en los armarios. Nos obligan a comerlos también a nosotros. Un plátano al día pasa, ¡pero más! Ya sabes, estriñen… El caso es que con la energía y el favor de algunos ya metidos en el Ministerio de Industria transformaron la fábrica en un criadero de cascos brujos.
—¡O sea que es de ahí de donde los sacan! ¡Los… los… los fabricáis vosotros!
—Les estamos dando la vida…, lo sé.
—Pero, ¿cómo pueden esos cascos llevarlos al pasado, a su jungla?
—No. No es un viaje en el tiempo. Es más complicado. Transforman nuestro «ahora» en una realidad diferente: su selva. Como otra realidad natural, sin intervención humana. De momento solo pueden estar unos treinta minutos, pero a este paso pronto obtendrán un día entero. Allí tienen árboles, ramas, hacen monadas… ¡Es su hábitat! Consiguen relajarse, no sé, es placentero para ellos. Desaparecen sus frustraciones, sus depresiones… Mi jefe vuelve enérgico. Es otro cada viaje. Sus inversores están locos por poder «volar». Los vi en una reunión: estaban envejecidos, agachados, con las caras desencajadas. No pueden vivir aquí mucho tiempo. Pero «el vuelo» parece que les resucita.
—Eso nos da pistas… Oye, y ¿qué haces tú exactamente?
—Reviso el rechazo. Antes de usar un casco me mandan a mí al «vuelo». No se fían de que los manipulemos o simplemente no funcionen bien.
—¿Has estado allí?
—Varias veces. No es nada agradable. De repente apareces en cualquier sitio, por ejemplo, cerca de un león hambriento.
—¿Qué dices?
—O una mona en celo… Entonces corro y me escondo, porque tengo treinta minutos hasta el retorno. Es muy duro.
—Lo siento… ¿Cómo lo llevas?
—¿No me ves aquí? El estrés… me está matando. Ya no puedo tirar con este ritmo. Esto es una condena.
—Lo estamos pagando, como en su día el préstamo europeo… Fuimos unos cobardes, confortables cobardes…
—Y abatibles.

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