El fútbol no se toca VI
Eva tacazo
—¿Te
llamó Ángela?
—Sí.
—¿Y?
—No puede
quedar esta noche, tenía médico de guardia; así que te quedas sin conocer a la
de intercambio.
—Vaya.
Estos médicos… ¿No tienen otra cosa que hacer que ir a casa de otros a pasar la
noche.
—Bueno,
cuando te toca uno hay que aguantarse. Peor están ellos que han de estar toda
la noche con desconocidos.
—Sí,
pero les damos de comer y cama gratis.
—No
es obligatorio. Depende del anfitrión.
—Yo
no me la juego.
—…
—Cambiando
de tema, ¿cómo ves lo del mordisco de Luis Suárez?
—Abatible.
—¿Qué
dices?
—Sensual.
—Tío,
te hablo en serio.
—Misterioso.
—¿Algo
más que sinestesias o metáforas?
—A
ver. Todo lo que te he dicho te lo digo en serio, melón. Piensa un poco.
—¡Ahhhh!,
ahora caigo. Pero ¿tienes pruebas de algo?
—No.
Pero ¿qué te parece que el entrenador de Uruguay diga en rueda de prensa que va
a dejar su relación con la FIFA o no sé qué? Uno no se desvincula de una
Federación o de una Asociación de esa manera, de la noche a la mañana, por algo
que además no le llega directamente… Y acuérdate de lo de Mou.
—Misterioso…
Ya. Sí, puede ser.
—Huele
mal. Si ya te he contado yo que en mi trabajo he visto muchas cosas, imagínate
en organismos tan altos, tan públicos y a la vez tan cerrados. Los repartidores
de postizos como tú no lo podéis entender porque trabajáis solos, pero las
empresas están…
—Contaminadas.
—Yo
no digo que sea porque a lo mejor los uruguayos se enfrentan a Brasil, pero ahí
dentro de la FIFA se cuecen habas muy negras. Mira los partidos políticos y las
cuentas B, mira los bancos y sus tóxicos, mira a la gente en su casa y en la
calle… Apesta.
—Joder,
qué profundo te has puesto. Y trágico.
—Tú
has preguntado.
—Pero
era como… Yo qué sé… Tener una conversación así…, superficial, rapidilla.
—¡Se
han pasao con Luis Suárez!
—Eso
ya es otra cosa. ¿Verdad que es mucho?
—…
—Yo
creo que con los 9 partidos sobraba ya. Se han pasao tres pueblos. ¿Echarlo del
país y no dejarle entrar a un campo en meses y tal? Eso ya me suena a chivo
expiatorio.
—Ahora
eres tú el que ve misterio, pero con otras palabras.
—No.
Yo lo que digo es que paga él por otros que hacen cosas que son incluso más
graves. Es como si el comité que decide estos casos cambiara cada año o
cambiara sus criterios cada año, ¿sabes lo que te digo? Es que ha habido cosas
peores, siendo objetivos, y se han sancionado mucho menos.
—A-ba-ti-ble.
Te lo estoy diciendo.
—Bueno,
sí, vale, abatible, ya lo he pillado. Pero es que luego te has ido ya al ser
humano, a la vida radical, al ontos, a la moral utilitarista y humanamente desvalorizada
y todas esas filosofías tuyas que te embotan la cabeza. Y me la embotan a mí
que es peor.
—O
sea, que si lo dices tú sin filosofar vale, pero si yo lo trasciendo estoy
pirao o algo así. A lo mejor es que no quieres ver ciertas realidades.
—A
lo mejor. Es que la vida no es tan seria, tío, que te pones de un trascendente
que un día de estos despegas y acabas viendo al principito allí en su
asteroide, con la rosa y todo.
—Sería
el día más feliz de mi vida.
—¿Ves?
Con lo bonita que es la vida aquí, ¡en la tierra!, «¡on the ground!». Mira qué
airecico tan bueno, mira qué olor a tapitas, saborea la cerveza que nos vamos a
tomar ahora, saliva como el perro de Pavlov, ¡mira esa de ahí, la de las
bolsas! ¡Ala! Eso sí es un misterio por resolver. ¿Cómo se hacen mujeres así?
Ya me estoy imaginando su olor…, su sabor…, y su todo. ¡Uf! Vamos a entrar ya,
que necesito refrescarme, ¡que está para darle un bocao! ¡Es para hacerle un
Luis Suárez!
—Sensual.
—… Sí.
Eso… ¡Vale! Eres un capullín. No te rías. Al final me has llevado donde querías.
—Te
lo dije al principio: abatible, sensual, misterioso. Aunque yo diría que tú me
preguntaste pero lo que realmente querías era darme tu opinión, que venías
desde casa rumiándola.
—Joer,
pues tienes razón. No he podido hablar con nadie aún del tema, por lo de mi
trabajo. Yo ya sabía que te ibas a poner más pesao que matar un cochino a besos
y lo que quería era hablar yo. Sí, sí. Es cierto.
—Estaba
claro. Eres un egódoxa.
—No
sé qué es eso pero no quiero ni saberlo. Deja ya eso de juntar palabras extrañas
para definir cosas, tío, que pareces un diccionario para académicos. Levanta el
pie del pedal.
—Eso
es lo peor de todo.
—¿El
qué?
—Nada.
Tú puedes decir «chivo expiatorio», que no sabes ni de dónde viene eso, y yo
tengo que levantar el pie… Anda, venga, pide ya que el que necesita la cerveza
soy yo.
—Es
que no te entiendo, tío, no sé por dónde vas ni por qué te cabreas.
—¡Nada!
Que después de la conversación que hemos tenido todo seguirá igual. El fútbol
no se toca.
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