¿Quieres mi opinión o tener razón?
Espe Or
Soñé que el ocaso de la tontera llegaba. Y fue maldita
ilusión.
Existe un tipo social, hijo de la masa orteguiana –todavía no sé cómo
llamarlo–, del
que podríamos decir que vive detrás de la máxima: es más importante tener razón que la verdad. Niega, oculta y
rechaza la verdad más obvia y encuentra argumentos plásticos con que doblarla, curvarla,
ladearla. Y así conduce sus épicos pasos en el acontecer. ¿Os suena alguien?
De la verdad se ha hablado mucho, ¿verdad? Que no existe.
Que sí existe y es múltiple, relativa, subjetiva, individual –de esta los sofistas
sabían bastante–. Y
que sí existe y es una, única, objetiva y universal. Últimamente oí incluso que
es el sentido común. No es mala comparación, pero Aristóteles ya creyó que una
piedra de mayor masa, que dejamos caer desde cierta altura, lo hace en menos
tiempo que otra de menor masa, y tuvieron que pasar más de 20 siglos para que
Galileo desplomara esa teoría del sentido común que el estagirita nunca comprobó.
Yo me refiero, más bien, a actitudes, a esas verdades en las que si un niño
llama gilipollas a su padre es un maleducado –entre otras cosas–.
De la razón también se ha hablado. Además de quienes la
tienen y quienes no la tienen, están los que dan la razón a otros que creen
tenerla, por mero servilismo, gregarismo, peloteo –pueden resultar fastidiosos–, por ejemplo, todos
conocemos a ese amigo o amiga que cada vez que te ve o va a tu casa destaca
concienzudamente lo guapa que estás con ese vestido azul –aunque tú no estés
convencida–, lo
bien que te sienta el corte de pelo, lo bien cuidado que está tu jardín –aunque lo tengas lleno de
arbustos y juguetes desperdigados del niño–,
pero sobre todo que no te dan trabajo porque no saben ver tus grandes cualidades,
que te han echado de clase porque te tiene manía el profe o que llevas 4 años
sin comerte un rosco porque el ambiente por el que te mueves no es el adecuado;
y también están los que «quieren» tener la razón –¡estos
son los peligrosos!–,
aunque ello no se corresponda con la verdad o la realidad.
La tontera de estos últimos llega al punto de convertirles
en grandes políticos, quiero decir, oradores, manipuladores, recurriendo en
muchos casos a argumentos del tipo «¿Y eso pa’qué sirve?», hablando de Picasso,
o «Bueno, yo tengo un familiar en esa situación y…», como si de un caso se
pudiera universalizar –aunque sí se generaliza a veces con acierto–, o «Yo he vivido
eso y sé de lo que hablo», o el absurdo, violento y dañino «Yo por mi hija mato».
Son esos que están aprendiendo una disciplina, por ejemplo,
en la universidad y el profesor les habla por primera vez de un contenido que
desconocían, y a los 5 minutos ya tienen una opinión formada. ¡5 minutos! Y
levantan la mano para decir «Yo no estoy de acuerdo». A lo mejor el profesor
lleva 5 años y ¡no se atreve a formular su opinión! Pero a lo mejor el profesor
es idiota, claro, ¡puede ser! También los hay.
Un ejemplo práctico: profesor de arte y alumnos. «¡Pues
pinta igual que mi hermano!», «Eso lo puedo pintar yo», «No son más que
manchas», «Eso es arte porque alguien famoso o importante lo ha dicho, si no de
qué», «Es una mierda porque no sé qué es». Es uno de los más habituales.
Conclusión de un amigo y profesor: es verdad que el arte moderno –por ejemplo– tiene un aire de
superioridad intelectual, lo que hace que el ignorante se sienta insultado solo
con verlo.
Si quieres tener razón lo sueltas, vomitas todo eso y quedas
de puta madre estés donde estés. Nadie entiende el arte moderno, ¿verdad? Por
eso, mejor rajar de él y de sus partidarios, de los que lo estudian, lo trabajan,
lo viven y lo sienten, antes de quedar como un ignorante, o antes de esforzarse
por lograr entenderlo, o simplemente antes de creer al entendido por una
cuestión de fe. ¡Porque querer ver arte donde hay manchas…!
Es lo mismo que el grupo de 35 alumnos de una clase, en la
que suele haber un empollón1
o dos y un idiota2 o dos.
Si el empollón levanta la mano y participa y pregunta y quiere «saber la verdad»,
entonces el idiota y todos sus palmeros le señalan despectivamente, ríen e
insultan. Y si el idiota o algún fiel seguidor palmero insulta a alguien, se
burla del profesor, molesta y distrae a compañeros y profesores faltándoles al
respeto, se saca un moco o se tira un peo, entonces los palmeros y casi toda la
clase ríen estupendamente, favoreciendo la continuidad de su líder; sí, el
idiota, ese es el líder. Y ese no quiere la verdad, o sea, saber que es idiota, sino tener razón: «El
cole es una mierda, aquí no se enseña nada, esto es una cárcel, todos los que
estudiaron están en el paro».
Y quién no ha visto a esa señora estupenda –como la que yo acabo de
ver– en la cola de la
farmacia, con un estupendo y abatible niño de 4 o 5 años, que toca constantemente cepillos, jabones de aromas,
cajas de pasta de dientes y preservativos, y se acerca la malvada e implacable
farmacéutica y le dice: «¡Cariño, no toques eso que se rompe!», cuando
realmente quiere decir: «¡Señora, espabile que el niño lo tira todo y como
rompa algo lo paga!». A lo que responde la estupenda mamá «¡Es un niño!», pero
queriendo parafrasear a los psicólogos de New
Age: «Esta tía involuciona, no percibe que es un niño y juega e interactúa
con el entorno y no debemos ponerles tantas barreras sociales y ser más
empáticos con su inocente e imaginativa forma de obtener aprendizaje y crecer».
Recuerdo también el otro día en la cafetería en la mesa de
al lado a un grupo de «adultescentes» valorando el programa La Voz, de Telecinco: «Pues yo creo que
las personas de color tienen mucha ventaja porque tienen una voz de iglesia y…
Yo creo que no deberían dejarles ganar». «Tía, ¿qué dices?», espetó una con
luces. Y después de un rato de gallineo imposible de descifrar: «Bueno, pues
que concursen, pero no deberían ganar». Nuevo gallineo, y por fin la frase:
«Bueno, oye, es mi opinión». No sé, creo que ponerme a contraargumentar para
convencerte, lector, sería tratarte como un estúpido y si estás leyendo esto no
lo eres.
Y si no las estadísticas. La última es la de la huelga en el
sector de la educación. Datos de los sindicatos: 90% de huelguistas. Datos del
Ministerio de Educación: 17%. A ver quién de los dos tiene razón. O a ver de
dónde han sacado los datos cada uno. O a ver el periodista que ha informado si
ha explicado de dónde salen. A mí en la radio me ha llegado así. Pero ninguno
va a bajarse del burro, porque cada uno lo explicará según su verdad, o sea,
según su opinión –confundiendo verdad con su dato estadístico–. Ya sabemos que
en política este personaje, este tipo social, predomina como el que más. Todos
tenemos a alguien que disculpa a su partido con barbaridades que si hubiera
hecho el otro…
Y
avanzando
avanzando…
Yo te bautizo: Egódoxa.
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1Empollón.
Según el DRAE: Dicho de un estudiante: Que prepara
mucho sus lecciones, y se distingue más por la aplicación que por el talento.
2Idiota.
Según el DRAE: Engreído sin fundamento para ello. Que
carece de toda instrucción.
Pfff, flipante la entrada. Tiene bastante que ver con lo que hemos hablado hoy.
ResponderEliminarLuego me dices a mí de mis frases, pero con lo de "Egódoxa" me quito el sombrero! Jajajaja
Creo que el término recoge bien lo que sucede hoy. En Malformación ética Espe Or también arrima un poco el hombro hacia eso..., se ha vuelto muy común. El egódoxa campa a sus anchas.
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