jueves, 24 de agosto de 2017

Otro paso más


Otro paso más
El niño cielo y El aprendiz


El suelo todavía exhalaba humo. El color, gris oscuro, casi negro. Las manos de cinco años de Adil jugueteaban con unas piedras que llenaban en su imaginación el vacío entre los escombros.
Nunca antes conoció tan claramente la ausencia.
Años después —como el coronel—, antes de colocarse el cinturón, recordó aquellas piedras y lo que proyectó en ellas.
A lo lejos apareció un hombre. Caminaba con el humo entre las gentes sin ser percibido, como un fantasma. Llevaba las vidas de miles de hombres a sus espaldas.  Le delataba su ropa volada al aire. Su sombra quebró el sol en la cara de Abdil; se arrodilló ante él.
—Tu nombre es Abdil.
Abdil miró a los ojos de ese hombre, pero no contestó ni una palabra. Le siguió hablando mientras le acariciaba el rostro, que tenía un tacto extraño, mezcla de lágrimas, sudor, mocos y arena. Sus ojos ausentes no reaccionaron ni a su nombre.
—Se llevaron a tus papás… Y te quedaste solo.
Esas palabras despertaron ligeramente al niño-hombre. Pero siguió mudo mirando la larga barba gris y los ojos que parecían comprenderle y llenarle.
—¿Sabes quién te hizo esto?
Después del hambre, Abdil sintió que por primera vez su alma interesaba a alguien. Esas palabras no llegaban a su maltrecha razón sino a su corazón.
—Occidente.
El hombre de aceite cargó al niño en sus brazos y ambos se hicieron aire con el humo.

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