jueves, 17 de septiembre de 2015

Oh, mundo II


El niño cielo

Vivimos tiempos confusos —no sé de quién es la manida frase pero la necesito tal cual—. Al mismo tiempo en que esta mañana oigo en la televisión que ha aumentado bastante, afortunadamente, la donación de médula, resulta que oigo en la radio a Donald Trump decir que en EEUU se habla inglés porque esa es su lengua —sin caer, pobrecillo, en que el inglés tampoco es su lengua, sino de Inglaterra—, y una hora después veo en GH 16 a una madre con complejo de adolescente decirle, confidente, a su propia hija de 19 años: «No foll…es con él, porque este ni siente ni padece, ¿entiendes? Le enchufas la po…, y le haces una paj… con la mano». Y no digo más con los refugiados.
Hace 3 días yo mismo doné sangre por primera vez y me hice donante de médula. Ahora lamento no haberlo hecho antes, sobre todo cuando vi a tres pipiolos de 18 añitos recién cumplidos a mi lado también por primera vez. Me emocioné. Pensé que el mundo iba mejor. Pensé que habría un futuro solidario, empático, concienciado con las causas humanas y colocando al ser humano en el lugar que le corresponde, es decir, la prioridad vital. Y encima esta mañana, como un refuerzo conductista, aparece la noticia del crecimiento en donaciones de médula. Me ha parecido una hermosa correlación.
Sin embargo… Sin embargo, poco después mi mente sufre un giro cinematográfico que ni las telenovelas venezolanas. Donald Trump me hundió. Mi cabeza fue perdiendo altura hasta volver a odiar el mundo en que vivimos. Lo peor ha sido cuando lo he comentado y he descubierto más de lo que podía soportar sobre este espécimen prehistórico, arcaico y retrógrado. La curiosidad mató al gato. Del pozo negro —eironeia— de su boca han salido nubecillas esponjosas como que EEUU se había convertido en el vertedero de los problemas de los demás, o que México trae drogas, trae crimen, son violadores, y algunos son buenas personas, o que viene gente por las fronteras que no es el tipo de gente que queremos, o que va a construir un muro en la frontera —¡yo me acuerdo perfectamente en este punto de Juego de tronos!
La mamá adolescente de GH 16 también dijo sobre los hombres en su presentación: los hombres son para ella como los kleenex, de «usar y tirar». Desde hace unos años brotan los padres y las madres amigos, amigos de sus hijos, me refiero. No son todos, afortunadamente. No es una cuestión generacional. Psicólogos apuntan a que suelen ser padres o madres que no han superado su etapa adolescente —algo se les quedó por hacer en una época no tan liberal como esta—, y retornan a ella a través de sus hijos: visten, hablan, se comportan como si tuvieran 20 años. Y con los hijos, por supuesto, hay que hablar de sexo, como de estudios, como de lo que necesiten; pero no confundamos hablar, digamos, ayudar a reflexionar, digamos incluso, teorizar sobre sexo, estudios o lo que necesiten, no confundamos, repito, con chismorrear, cotillear, malmeter o imponer sobre los mismos. La primera vez que mi padre me habló de política fue así: «Toma (sobre con voto dentro y ya cerrado), vamos a votar», «Pero ¿ya me has cerrado el sobre con el voto dentro?», «Sí». Eso fue todo. Hoy, contra eso, los padres amigo dirían: «¿Sabes a quién deberías votar, hijo? A (el que ellos mismo votarían), y te lo digo yo porque mira, Pepito y Fulanito hicieron esto y lo otro», «¡Ah!, ¿sí? Vaya tela, ¿no?», «Para que veas cómo son esa gentucilla. Pero tú decides». Estimado lector, ni una cosa ni la otra. Ni una cosa ni la otra. Ni si quiera la suma de ambas.
Por un momento creí que el calor del desierto o la picadura de algunos mosquitos se había apoderado de mí. Pero no. Fue el ser humano.

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