Perros y amos: la vida misma
Eva Tacazo
Una tarde estival de primavera otoñal, caminábamos mi pareja
y yo con mi hija por un parque con la firme intención de darle la merienda a
la niña. Mi hija no caminaba. Tiene un año.
—Mira, en ese banco hay sombra.
Sacamos todos los cachivaches modernos que un mundo dichoso,
ufano y bienaventurado ha creado para el cuidado de los infantes.
—Traga, cariño.
—¿Le vas a dar también un yogur?
La mitad de la comida tenía ya la niña en su cuerpo dichoso,
ufano y bienaventurado cuando, por arte de humano, aparecen 2 perros a nuestro
alrededor. Los vi venir del bungaló de ahí al lado. El uno no alzaba más de
tres palmos, y era de esos que dan botecitos sordos y virtuosos con habilidad
pasmosa; el otro llegaba a los 4 palmos, más pesado y vigoroso.
Tuve perro hace unos 20 años. Lo conocía. Los demás no.
—Y ¿estos aquí solos?
—No sé… Saldrá ahora.
—Pues de ahí no sale nadie.
No tengo por costumbre conocer las costumbres de los canes,
pues hasta ahora me interesan más las de los humanos, así que desconozco —y que
el dios de los perros me perdone— si un perro es bondadoso o malevoloso. Así que, después de ver que
tras unos minutos el uno brincaba al banco y se acercaba interesado a mi mujer,
mi comida y mi niña —desconozco el interés, pero lo reconocí interesado—,
decido acercarme a la vivienda liberal, progresista y renovadora, y solicitar a
su dueño —¡qué palabro, otra vez!— que les requiriera con una voz familiar.
Pi.
Pi.
Se asoma al fin la desconocida y no por ello solitaria dama
de ultratumba y con delicadeza o vehemente torpeza —no estoy seguro— me espeta
un alargado ¿siiiiiiii?
Educado y sin rifle a mano:
—Disculpe, estoy con mi familia y sus perros revolotean
solos, ¿podría llamarlos o ponerles el collar?
—Siiiiiii.
La señora se arrastraba delicada o torpe mientras yo volvía
dichoso, ufano y bienaventurado al lado de mi familia por si necesitaban de mí.
—Ya viene.
La señora, no menos ufana y sonriente, apoya sus brazos en
caderas, imagínese en jarra, y suelta un generoso y desconcertante “¿¡Qué!?”, a
modo de “¿¡Qué tal por aquí!?”.
—Bueno, como le decía, ¿puede alejar a los perros, por
favor?
—No hacen nada, son muy buenos —mientras seguían revoloteando
con su rabo.
—A mí no me importa cómo son. Solo quiero que se los lleve o
los ate. Se lo estoy pidiendo con mucha educación.
—Bueno, este parque es de todos —sonríe casquivana, como si
fuera la frase que cierra un curso de cinco días de Filosofía.
—Exacto, y de las personas antes que de los perros, creo yo.
Así que se lo vuelvo a pedir. ¡Déjenos en paz!
—No, pero si no hay ningún problema.
Ya, ya sé que tiene pinta de estar loca. En su momento no lo
vi.
Saco mi móvil con intención de llamar a la policía
—intención sincera, pero también es cierto que esperaba que no hiciera falta.
—¿Qué vas a llamar a la policía? —me dice la tipa con calma
pasmosa como si hubiera atracado cincuenta bancos.
No, a Ortega y Gasset, debí contestar.
—Sí.
—Pues a mí me da igual , yo no me voy a ir.
¡Toma ya! Si no querías caldo, pues dos tazas.
Conservar la calma con esas palabras empieza a resultar
épico, no exagero. La respiración, profunda. El cuerpo, caliente. No llevaba
rifle.
—Cariño, déjalo ya, le quedan dos cucharadas y nos vamos.
—¿Por qué coño me tengo que ir?
—Claro, si no pasa nada —la bruja.
—Mira, ya está. Ala, vámonos.
Y dichoso, ufano y bienaventurado, el perro nos siguió aún
unos metros. Me entraron unas ganas
atroces —mi profesor de Fenomenología decía que la palabra “terrible” no
la dijera nunca— de pegarle una patada al perro… Pero hubiera ido a la cárcel
por maltratador de canes ufanos y saltarines, que no habían hecho daño a nadie,
en un parque que es de todos y tiene cuatrocientos metros cuadrados.
Real como la vida misma. Y aplicable a algún rato de asueto para leer un libro o liberar los pensamientos. Casi siempre encuentras alguien así.
ResponderEliminarJavi, ocurrió este viernes, totalmente real.
EliminarEs que lo perros también tienen su corazoncito, y puede que alma. Creo que Aristóteles dudaba que las mujeres tuvieran alma y ya ves, hoy en día hasta pueden votar y todo. Nada, todo se andará.....
ResponderEliminar¿Que los perros voten? Una hipérbole valiente para reflejar el absurdo deshumanizador...
EliminarLo de la mujer me sugiere una opinión, hasta un calificativo si me apuras. Pero no es lo que ha captado mi atención.
ResponderEliminarImagino que la falta, triste falta, de clásicos del siglo XX en mi recámara cultural implica que el registro que has utilizado me sugiera reminiscencias a los pocos que yo he podido conocer, como Unamuno y en cierta medida nuestro buen amigo Valle Inclán. Y repito que seguramente esa impresión sea fruto de mi desconocimiento, pero los calificativos, esas redundancias tan para mi gusto sumamente estéticas y, sin lugar a dudas, el tono (tan personal) son y hacen del texto un gusto lector que va más allá del can.
Me ha encantado.
Me halaga tu comentario. No solo te has fijado en el contenido sino también en la forma. No es habitual hoy en día, ya que las formas han desaparecido y algunos olvidan que una buena forma embellece un simple contenido (función estética, ¿recuerdas?). Piensa en lo que a ti te gusta y seguro que ves lo mismo...
EliminarMuchas gracias.
Lo de la mujer me sugiere una opinión, hasta un calificativo si me apuras. Pero no es lo que ha captado mi atención.
ResponderEliminarImagino que la falta, triste falta, de clásicos del siglo XX en mi recámara cultural implica que el registro que has utilizado me sugiera reminiscencias a los pocos que yo he podido conocer, como Unamuno y en cierta medida nuestro buen amigo Valle Inclán. Y repito que seguramente esa impresión sea fruto de mi desconocimiento, pero los calificativos, esas redundancias tan para mi gusto sumamente estéticas y, sin lugar a dudas, el tono (tan personal) son y hacen del texto un gusto lector que va más allá del can.
Me ha encantado.