Malformación ética
Espe Or
Vamos con los datos, recopiladitos y todo, de la amplia
variedad de la prensa de la información:
-en 2004, en la Memoria de la Fiscalía General del Estado,
el fiscal Cándido Conde-Pumpido advierte del crecimiento exagerado de maltrato
de hijos a padres;
-el coordinador de la fiscalía de menores de Tenerife,
Miguel Serrano, atendió en 2004 unos 60 casos de maltrato de hijos a padres;
-el fiscal de menores de Cádiz, Jesús Gil Trujillo, asegura
que en esta ciudad se ha triplicado en 3 años el número de casos;
-un estudio en El País Vasco sobre el año 2006 manifiesta
que el 7% de los adolescentes ha maltratado al menos una vez a sus padres (unos
dos mil casos);
-según la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2009,
ese año se registraron más de cuatro mil doscientos casos de hijos que
agredieron a sus padres;
-La Voz de Galicia,
en diciembre de 2013, afirma que el maltrato a padres ha aumentado un 41% en
tres años y explica uno de los casos: A Coruña, madre quita ordenador a hijo
porque es muy, muy mala, e hijo coge un cuchillo y la amenaza para que se lo
devuelva;
-en Sevilla un padre de 42 años denuncia a su hijo de 15;
-Diario Información,
de Alicante, 31 de diciembre de 2013: La Fiscalía recibe todos los días
denuncias de maltrato de hijos a padres en la provincia (la mayoría son por
insultos y amenazas; y los casos de niñas que vejan y agreden sufren un fuerte
incremento);
-desde 2007 diecisiete mil menores han sido procesados por
agredir a sus padres.
Suficiente para hacernos una idea, ¿verdad? Mi amigo Fran me
dice que «Hemos pasado de Francisco Franco y el padre que se cree Dios a
familias desestructuradas y que lo consienten todo», familias en las que el
niño se cree Dios. Creo que los psicólogos lo están llamando complejo de
emperador. Y sí, esto es propio de España, verdaderamente; pasamos de un polo a
otro, del blanco al negro, de unos políticos a otros, de te quiero a te odio. Y
nunca frenamos en el gris, en el término medio, para contemplar; aquel que
Aristóteles, nada menos, elevaba a virtud ética: el justo medio. Y como decía
mi profesor de griego: «Los griegos eran antiguos, pero no eran tontos».
Alguien puede estar pensando, reflexionando sobre esos
datos, y señalar que «Eso es porque ahora salen a la luz…, los medios de
comunicación…, pero eso ha pasao siempre». Pues mire usted, no. Las reglas de
la educación nunca han permitido la inversión de trato, salvo en excepciones de
éticas parapléjicas o malformadas. Un hijo nunca había ordenado a un padre que
se marchara a trabajar; un hijo nunca ha tenido autoridad —de ningún tipo— para
ordenarle a un padre hacerle la comida o limpiarle la habitación, y mucho menos
bajo amenazas. No. Esto es de hoy. Hoy sí ocurre. Y ocurre porque el matrix egódoxa —con tu permiso, Eva—, el
todopoderoso egódoxa, ha pensado que
todo es opinable, y puesto que opinable ergo
válido aunque sea para mí. Y parece también que la validez de mi opinión
convierte a esta en útil para mí, o sea, en práctica. Y así el egódoxa «dirige sus épicos pasos en el
acontecer», sabedor de que, mientras aceptemos que un niño de 5 años se acostumbre a decidir con libertad y
validez que quiere cenar unos tomatitos cherry con tofu y la mamá vaya a
comprarlos a las 8:45 corriendo como una descosida para que no le cierren y
tenga que enfrentarse a una rabieta del niño de dos días, el niño tiene cualquier
batalla ganada —y ojo, que luego llegas a casa con los tomatitos de las narices
y te dice con ñoñería que no, que quiere un filete—. Su arma: elige porque
tiene opinión. ¡Un niño de 5 años!, cuya opinión podría ser, llevado al
extremo, cenar todos los días en Mcdonalds.
Pero claro, si un adulto ya lo consideraría válido «¿y por qué no…?», apaga y
vámonos.
¿De verdad no nos damos cuenta de que hay una relación
directa y lógica entre la forma de educar de los últimos 20 años y estas
noticias aberrantes? ¿Somos tan egódoxas
que no vemos más allá de nuestras narices? ¡La culpa es nuestra! Somos nosotros
los destructores y forjadores del caos educativo. Somos los protagonistas de
esta aventura que es la vida. Somos una mierdecica en el universo, sería iluso
pensar que el universo conjura y nos persigue para llenarnos de fatalidades. La
educación es nuestra tarea. No podemos esperar a que la hagan por nosotros,
disculpándonos con horarios horribles —¡que los hay!—, y todas las otras quimeras causantes
de nuestras desgracias.
Despertemos ya con ilusión y pongámonos a trabajar, que
se hace tarde.
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