domingo, 5 de enero de 2014

Malformación ética


Malformación ética
Espe Or

Vamos con los datos, recopiladitos y todo, de la amplia variedad de la prensa de la información:
-en 2004, en la Memoria de la Fiscalía General del Estado, el fiscal Cándido Conde-Pumpido advierte del crecimiento exagerado de maltrato de hijos a padres;
-el coordinador de la fiscalía de menores de Tenerife, Miguel Serrano, atendió en 2004 unos 60 casos de maltrato de hijos a padres;
-el fiscal de menores de Cádiz, Jesús Gil Trujillo, asegura que en esta ciudad se ha triplicado en 3 años el número de casos;
-un estudio en El País Vasco sobre el año 2006 manifiesta que el 7% de los adolescentes ha maltratado al menos una vez a sus padres (unos dos mil casos);
-según la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2009, ese año se registraron más de cuatro mil doscientos casos de hijos que agredieron a sus padres;
-La Voz de Galicia, en diciembre de 2013, afirma que el maltrato a padres ha aumentado un 41% en tres años y explica uno de los casos: A Coruña, madre quita ordenador a hijo porque es muy, muy mala, e hijo coge un cuchillo y la amenaza para que se lo devuelva;
-en Sevilla un padre de 42 años denuncia a su hijo de 15;
-Diario Información, de Alicante, 31 de diciembre de 2013: La Fiscalía recibe todos los días denuncias de maltrato de hijos a padres en la provincia (la mayoría son por insultos y amenazas; y los casos de niñas que vejan y agreden sufren un fuerte incremento);
-desde 2007 diecisiete mil menores han sido procesados por agredir a sus padres.
Suficiente para hacernos una idea, ¿verdad? Mi amigo Fran me dice que «Hemos pasado de Francisco Franco y el padre que se cree Dios a familias desestructuradas y que lo consienten todo», familias en las que el niño se cree Dios. Creo que los psicólogos lo están llamando complejo de emperador. Y sí, esto es propio de España, verdaderamente; pasamos de un polo a otro, del blanco al negro, de unos políticos a otros, de te quiero a te odio. Y nunca frenamos en el gris, en el término medio, para contemplar; aquel que Aristóteles, nada menos, elevaba a virtud ética: el justo medio. Y como decía mi profesor de griego: «Los griegos eran antiguos, pero no eran tontos».
Alguien puede estar pensando, reflexionando sobre esos datos, y señalar que «Eso es porque ahora salen a la luz…, los medios de comunicación…, pero eso ha pasao siempre». Pues mire usted, no. Las reglas de la educación nunca han permitido la inversión de trato, salvo en excepciones de éticas parapléjicas o malformadas. Un hijo nunca había ordenado a un padre que se marchara a trabajar; un hijo nunca ha tenido autoridad —de ningún tipo— para ordenarle a un padre hacerle la comida o limpiarle la habitación, y mucho menos bajo amenazas. No. Esto es de hoy. Hoy sí ocurre. Y ocurre porque el matrix egódoxa —con tu permiso, Eva—, el todopoderoso egódoxa, ha pensado que todo es opinable, y puesto que opinable ergo válido aunque sea para mí. Y parece también que la validez de mi opinión convierte a esta en útil para mí, o sea, en práctica. Y así el egódoxa «dirige sus épicos pasos en el acontecer», sabedor de que, mientras aceptemos que un niño de 5 años se acostumbre a decidir con libertad y validez que quiere cenar unos tomatitos cherry con tofu y la mamá vaya a comprarlos a las 8:45 corriendo como una descosida para que no le cierren y tenga que enfrentarse a una rabieta del niño de dos días, el niño tiene cualquier batalla ganada —y ojo, que luego llegas a casa con los tomatitos de las narices y te dice con ñoñería que no, que quiere un filete—. Su arma: elige porque tiene opinión. ¡Un niño de 5 años!, cuya opinión podría ser, llevado al extremo, cenar todos los días en Mcdonalds. Pero claro, si un adulto ya lo consideraría válido «¿y por qué no…?», apaga y vámonos.
¿De verdad no nos damos cuenta de que hay una relación directa y lógica entre la forma de educar de los últimos 20 años y estas noticias aberrantes? ¿Somos tan egódoxas que no vemos más allá de nuestras narices? ¡La culpa es nuestra! Somos nosotros los destructores y forjadores del caos educativo. Somos los protagonistas de esta aventura que es la vida. Somos una mierdecica en el universo, sería iluso pensar que el universo conjura y nos persigue para llenarnos de fatalidades. La educación es nuestra tarea. No podemos esperar a que la hagan por nosotros, disculpándonos con horarios horribles —¡que los hay!—, y todas las otras quimeras causantes de nuestras desgracias.
Despertemos ya con ilusión y pongámonos a trabajar, que se hace tarde.

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