lunes, 18 de abril de 2016

Cuentos de hospital


Cuentos de hospital
La niña lluvia

Sala de espera. De esas tan cálidas. No corre el aire. No corre el tiempo. No hay anestesista.
—…
—¡Pos yo siempre pregunto todo! ¡Todo…! Y ya está.
—No, si yo no digo nada, pero es que cualquiera se puede equivocar.
—Yo no. Porque para eso me estoy yo aquí. Y lo primero pregunto. Pregunto siempre. ¡Que es lo que hay que hacer! A la ventanilla, a este, al otro…
—Ya, bueno, y yo me he equivocado y no pasa nada.
—Bueno, yo lo dejo claro: que yo siempre siempre pregunto. Y ya está. Porque yo tengo mis cosas. Y no digo lo que es…
—Como todos.
—Ya pero yo no lo digo. Y me preocupo por preguntar y estar aquí. Siempre que vengo yo estoy aquí… (Pasos de bata.) ¡Oye, doctor, espera…! Mira yo…
—Sí, pero ya le he dicho antes, señora, que aún no puede ser. Espérese y ahora lo pregunto.
—¡Bueno…!
—…
—No, es que así no puede ser… Y yo no digo a nadie lo que tengo, pero…
—¿Otra vez, señora? ¡Ya está bien!
—¿Cómo que ya está bien? Ya le he dicho a esta que yo pregunto porque es así, hay que preguntar porque en la ventanilla no te dicen las cosas o las dicen mal. Y yo no puedo estar así.
—Si es que está usted molestando todo el rato y retrasando a los médicos.
—Y a nosotros.
—Señora, que yo también estoy para una ecografía y tengo prisa.
—No os metáis conmigo, que ya está bien. Yo hago lo que yo tengo, ¿eh? Y no digo lo que es porque no lo digo.
—A lo mejor yo estoy peor que usted.
—Mira, la otra… ¡cállate ya, pesada, que eres una pesada!
—Oiga, señora, dice usted no se metan con usted y acaba de insultar a esta señora. ¡Cálmese!
—¿Tú también? Vamos, hombre, todos en contra mía… ¡Ay!
—Es usted la que insulta así que no se queje ni pida respeto a los demás.
—Ya veo, ya. Todos. Todos… Pero ¡no ves que se meten conmigo! ¡Eso no lo ves!
—Veo muy bien.
—Chssss. A ver. Pensemos todos dónde estamos y nos callamos todos, ya está, ¿vale?
—Nosotros le estamos hablando con respeto… A ver si tampoco podemos hablar.
—(Chssss, si ya… Pero…)
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Ascensor. Baja de la 8. Estamos en la 0. Queremos subir. Puertas. Señor desesperado, con gafas gordas y desesperadas, y una hija más desesperada con él. El contacto. Los inquilinos eternos del ascensor tratan de salir pero el señor trata de entrar porque sabe que el ascensor va a zarpar sin él, es más, sabe que el ascensor va a zarpar sin nadie. El ascensor de hospital, esa huidiza, agresiva, inhóspita y abatible superficie de existenciales conversaciones teológicas.
—Papá, deja que salgan primero.
—¿Eh?
—A ver, déjenme ponerme delante que quedo yo por salir y voy a la -1 ya.
Ascensor a -1. Puertas.
—¡Ale! Hasta luego. Miren todos los botones no sea que con el trajín no se hayan pulsado todos.
—¡Vete ya, cojones!
—¡Papá!
—Yo solo intentaba ayudar.
—¡Pos te hubieras bajao andando, coño, que tú eres joven. Ahora tenemos que jodernos todos!
—¡Papá!
—¡Anda ya!
Ascensor a 4. Puertas.
—¡Anda tira! Y a ver si te muerdes la boca.
—Nena, cariño, unos hablan de más y otros como esta ni hablan.
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Cafetería del hospital. 10:30 de la mañana. Cola para almuerzo. En mitad de la sala una barrera traslúcida separa al personal de los visitantes, para preservar la paz médicosenfermeros VS familiaresdepacientes.  Señor y señora de unos 65 años y entrados en carnes, grasas y excesos.
—2 cervezas, 2 coca colas, una de cheetos, una de cortezas, una de onduladas y un cruasán de chocolate.
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Hospital, en su totalidad, constantemente, todo lleno, en puertas y esquinas: «Por favor, cierren las puertas».

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